martes, 4 de agosto de 2015

El Gran capitán

“Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en palas, picos y azadones, para enterrar a los muertos del adversario.[…] Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el Rey pedía cuentas al que le había regalado un reino.”

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Retrato del Gran Capitán. Cristofano del´Altisimo (Siglo XVI). Museo dei Uffizzi.

PRIMEROS AÑOS

Nació en Montilla probablemente en septiembre de 1453, en una familia de buena cuna, hijo de Pedro Fernández de Aguilar, V señor de la casa de Aguilar y Alcalde Mayor de Córdoba, y Doña Elvira de Herrera, nieta de los Enríquez, Almirantes de Castilla. Su padre murió siendo él todavía un niño, por lo que fue criado por el caballero Pablo Cárcamo, que ejerció de un segundo padre. La fortuna familiar recayó en su hermano mayor don Alonso de Aguilar, por lo que debió buscarse la suya propia bien por méritos o por servicios prestados a algún notable. Recibió una educación esmerada, ya que en aquella época no sólo servía caballero sino que además había que demostrarlo, hablaba árabe y desde muy pequeño fue instruido en el oficio de las armas.

Reinaba en Castilla Enrique IV “el impotente”, un rey débil en un territorio donde la nobleza incluso se permitía la soberbia de destronarle en la farsa de Ávila, proclamando rey a su hermano el infante don Alonso. En 1465 Gonzalo, que contaba con 12 años, se dirigió allí a presentarse a su servicio como paje, pero la temprana muerte de este le hizo regresar a Córdoba. Intentó ingresar en la orden de los Jerónimos, afortunadamente cuando se entrevistó con el prior de la misma, Fray Antonio de Hinojosa este, tras mirarle detenidamente le dijo: “Vete enseguida, hijo, que para mayores cosas te tiene Dios guardado”. Poco después era armado caballero.

No tenía ni 20 años cuando ingresó al servicio de la princesa Isabel, que encabezaba una facción contraria a su hermano Enrique IV y la hija de este, Juana “la Beltraneja”. Allí destacó casi de inmediato hasta tal punto de ser llamado el príncipe de la mocedad, ocurrente, excelente en el manejo de la espada y la lanza, alegre, culto y francamente generoso, tal vez hasta en demasía, según su tutor Pablo Cárcano. De regreso a Córdoba contrajo matrimonio con su prima Isabel de Montemayor y su hermano les regalaba la alcaldía de Santaella. La casa de los Aguilar y la casa de los condes de Cabra, pese a ser familiares, mantenían continuas disputas, en una de ellas Gonzalo y su esposa, al poco de casarse, fueron raptados por la familia rival, la cual asaltó el castillo de Santaella. Ambos fueron liberados en 1476 tras llegarse a un acuerdo entre ambas familias por mediación de la reina Isabel I.

La situación política en Castilla era muy complicada, un rey débil como Enrique IV y una heredera como Juana la Beltraneja en manos de una nobleza cada vez más poderosa. En esas circunstancias Isabel, hermana de Enrique, negoció en secreto su matrimonio con Fernando de Aragón, en ese momento rey de Sicilia y futuro heredero de Juan II, además de ser su primo. Finalmente se casaban en 1469. A la muerte de Enrique en 1474 comenzaba una guerra civil entre Isabel apoyada por parte de la nobleza, villas del Duero y el Tajo y su esposo, es decir, la corona de Aragón, la cual se enfrentaban a Juana, prometida del rey de Portugal Alfonso V, y las tropas francesas y portuguesas. 

La guerra se prolongó por espacio de 5 años y Gonzalo participó al mando de una compañía de caballería, pagada por su hermano, estando bajo las órdenes de don Alonso de Cárdenas, maestre de la orden de Santiago. Al contrario de otros oficiales, los cuales en combate preferían vestir armas comunes para no destacarse y llamar la atención del enemigo, él prefería todo lo contrario y con el deseo de ser claramente reconocible se presentó en la batalla de la Albuera, el 24 de febrero de 1479, con un ostentoso tocado de plumas en el morrión y vestido de encendida grana. Evidentemente El Gran Capitán se distinguió en el combate, tenía 25 años, y el maestre de Santiago así lo reconoció al día siguiente. Ese mismo año moría Juan II de Aragón y Fernando era proclamado rey.

LA GUERRA DE GRANADA

El ejército de los reyes actuaría en asuntos que afectaban a ambas coronas y la política internacional se orientó a unir fuerzas. Su primer objetivo sería el reino nazarí de Granada. Gonzalo fue nombrado adalid de la frontera y al frente de las tropas de su hermano como capitán se dispuso a participar en una nueva guerra que duraría 10 años. El conflicto comenzó cuando los musulmanes granadinos tomaron la villa de Zahara, respondida por el marqués de Cádiz con la toma de Alhama.

Se trató de una guerra llena de pequeños combates, asedios, escaramuzas y golpes de mano. En muchas de estas acciones estuvo presente Gonzalo Fernández de Córdova, como cuando marchó de noche para reforzar a la guarnición de Alhama. Su primera victoria al mando de una tropa fue en la toma de la torre de Tájara, donde las tropas cristianas habían tomado la localidad, pero los musulmanes seguían dominando la torre, de muy difícil acceso. Para proteger a sus hombres hizo construir una especie de máquinas de asedio y parapetos con las puertas de las casas, mantas y corcho, gracias a lo cual se pudo aproximar a la muralla. El gobernador musulmán de la plaza solicitó condiciones para capitular, presentadas estas fueron rechazadas por la guarnición, así que Gonzalo Fernández de Córdova al frente de sus soldados asaltó la plaza, fueron pasados a cuchillo todos aquellos que llevasen armas y los que se rindieron fueron hechos esclavos, además, como era costumbre, las pertenencias de todos los defensores fueron repartidos entre la tropa. Posteriormente el rey Fernando ordenó prenderle fuego a la villa y demoler la ciudadela. Todavía nos encontrábamos en la Edad Media y los usos de la guerra eran muy distintos, además la guerra de Granada se caracterizó por su extrema dureza.

Tras esta acción el Rey le encomendó la toma de la plaza de Illora, para ello le fue suministrada artillería de asedio, a fin de batir las murallas, y un cierto número de mosqueteros, para cubrir la brecha, que rápidamente abrieron los cañones españoles. El gobernador de la plaza sabiendo que el asalto era inminente solicitó parlamentar. Las condiciones fueron bastante benévolas, siendo ratificadas al poco tiempo por el rey Fernando, el cual en agradecimiento nombró a Gonzalo como gobernador de la plaza, en 1486. Desde esta base de operaciones comenzaría a hostigar los alrededores de Granada, asaltando aldeas, incendiando alquerías e impidiendo en todo lo posible la llegada de suministros a la ciudad. Incluso llegó hasta las puertas de la ciudad, incendiando una de ellas y destruyendo los molinos que alimentaban a la misma. Por todas estas acciones los musulmanes granadinos comenzaron a denominarle como Gran Capitán para diferenciarle del resto de oficiales castellanos.

La guerra continuó y en el asalto a la plaza de Montefrío volvió a destacarse Gonzalo Fernández de Córdoba. Los defensores habían rechazado varios intentos de asalto previos, así que El Gran Capitán se puso al frente de un destacamento de soldados y tras arengarles se puso el broquel a la espalda, se aseguró el casco y se lanzó al asalto de la muralla, siendo el primero en escalarla matando a los defensores que se presentaron a rechazar el asalto.

La situación en Granada era muy complicada, el reino nazarí se encontraba en una casi guerra civil y Boabdil se encontraba enfrentado a su tío Mohamed XIII, llamado por los cristianos “El Zagal” (el valiente). Conocedor de las tensiones en la capital Fernández de Córdova envió emisarios a Boabdil a Granada ofreciéndole su ayuda, se fijaría una entrevista en la ciudad y los musulmanes enviarían varios rehenes. Así Gonzalo, junto a uno de sus oficiales, una columna de soldados, cargados de monedas de oro, plata, telas de seda, lanas de Segovia y cuanto pudiese ser utilizado para sobornar a la corte granadina se presentó ante él. Para intentar que El Zagal abandonase la ciudad ordenó que se atacase la localidad de Alhendín, casi funcionó la estratagema, ya que el rey decidió defender la ciudad, aunque persuadidos por sus Alfaques (clérigos musulmanes) finalmente regresó a la misma, las tropas de Gonzalo de Córdoba le atacaron pero este consiguió regresar al interior de las murallas. El castellano regresó a Illora donde siguió colmando de regalos y presentes a los musulmanes consiguiendo que el gobernador de la ciudad de Modéjar se la entregase sin luchar y posteriormente algunas otras plazas.

Finalmente, las tropas españolas se presentaron ante las murallas de Granada para el asedio final de la ciudad. El 25 agosto de 1491 se produjo una escaramuza en la cercanía de la ciudad que estuvo a punto de costarle la vida. Por la mañana la reina Isabel se había acercado con una escolta a contemplar la ciudad, una salida de los nazaríes se saldo con un sangriento combate. Por la noche El Gran Capitán tendió una emboscada a los sitiados, cuando estos salieron fueron atacados, pero en el tumulto perdió su caballo y puede que también la vida si uno de sus soldados no le hubiese cedido el suyo para salir de la refriega. Al final Boabdil se preparó a negociar. El designado por los Reyes para las conversaciones no fue otro que Gonzalo Fernández de Córdoba, conocedor de la lengua árabe, admirado por sus enemigos y habiendo previamente negociado con el rey granadino años antes. La suerte estaba echada, las condiciones fueron suaves tanto con Boabdil como con los granadinos. El 2 de enero de 1492 las tropas cristianas entraban en Granada y su Alhambra, terminaba así una Reconquista de casi ocho siglos. Por este hecho el papa Inocencio VIII les concedería el título de Reyes Católicos.

PRIMERA EXPEDICIÓN A ITALIA

Desde el comienzo de su reinado en 1479 los Reyes Católicos llevaron a cabo una intensa y agresiva política exterior. A la conquista de Granada en 1492 sucedía ese mismo año el descubrimiento de América y en 1496 se terminaba la conquista de las islas Canarias iniciada en 1477. El siguiente objetivo sería Italia donde Fernando tendría como principal rival al rey de Francia Carlos VIII el cual intentó ocupar el reino de Nápoles con la ayuda de otros estados italianos como el ducado de Milán. 

Durante las guerras de Remença, una revuelta anti señorial en Cataluña, Juan II, padre de Fernando el Católico, tuvo que ceder los condados del Rosellón y la Cerdaña, a cambio de la ayuda del rey de Francia. En 1493 mediante el Tratado de Barcelona Carlos VIII restituía los condados asegurándose la neutralidad aragonesa en Italia. Durante varios meses los ejércitos franceses pasarían a través de Italia sin casi oposición, sin embargo la toma de Roma en diciembre y la marcha sobre Nápoles al año siguiente legitimó a Fernando a no cumplir con su acuerdo.

Reinaba en Nápoles Alfonso II, primo de Fernando, que le solicitó ayuda ante el avance francés, pero las condiciones impuestas por el aragonés impidieron el acuerdo, el rey napolitano abdicó en su hijo Ferrante, duque de Calabria. Pero el avance enemigo era imparable y en febrero de 1495 las tropas de Carlos entraban en la capital. Perdida esta el rey se refugió en Sicilia, donde pidió ayuda a su tío, a cambio de correr con todos los gastos de la contienda y de ceder cinco plazas en el sur de Calabria el rey prestaría su ayuda. Eran las mismas condiciones puestas anteriormente. El nuevo duque de Milán, ahora temeroso del poder francés en Italia inició negociaciones secretas para formar una coalición anti-francesa. En marzo de 1495 se creó la Liga Santa o Liga de Venecia, en la cual también participó Fernando de Aragón. Se reunió un ejército en España y el designado para comandarlo no fue otro que Gonzalo Fernández de Córdova.

Se concentraron las tropas, 5.000 infantes y 600 jinetes, en Málaga, para posteriormente embarcar en Cartagena y Alicante, tras un azaroso viaje, incluida una tempestad que les obligó a refugiarse en Mallorca, llegaba la expedición al puerto siciliano de Mesina, el 24 de mayo de 1495. Allí tras reunirse con los dos reyes destronados de Nápoles decidió pasar con sus hombres a Italia, pero en vez de dirigirse directamente sobre la capital prefirió desembarcas en Calabria, en el Sur, donde la ciudad de Reggio era favorable a Ferrante y las plazas estaban poco protegidas. Junto con tropas reclutadas en la isla los españoles cruzan el Estrecho y desembarcan en Italia, acompañados por una flota de más de 80 naves al mando de Galcerán de Requesens. 

Temeroso de quedar aislado con su ejército en Nápoles Carlos VIII decide marchar al Norte, dejando como virrey al duque de Montpensier y un ejército de 6.000 infantes y 4.000 jinetes.

La primera ciudad en caer en manos españolas fue Reggio, cuya guarnición francesa fue pasada a cuchillo, ya que tras solicitar una tregua de ocho días emplearon ese tiempo en reforzar las murallas, Santa Ágata y Seminara se entregaron sin combatir. Pero el gobernador francés de Calabria, el señor de Aubigni salió al encuentro de españoles y sicilianos. El Gran Capitán no era partidario de plantear una batalla campal, ni estaba acostumbrado a las tácticas francesas ni se fiaba de las tropas sicilianas, además los españoles estaban más acostumbrados a la guerra de Granada, escaramuzas y golpes de mano. Sin embargo, se impuso la opinión del rey Ferrante y se presentó batalla en Seminara. Los franceses eran inferiores en número pero su caballería pesada y sus mercenarios suizos compensaban con creces la inferioridad. Gonzalo con las tropas españolas consiguieron contener la carga de la caballería francesa y la infantería suiza pero los sicilianos enseguida se desbandaron. El rey Ferrante combatió con gran valentía y siempre en primera línea y allí hubiese dejado su vida si el español Juan Andrés de Altavilla no le hubiese cedido su caballo, fue el castellano el que allí quedó. Por su parte el Rey se trasladó a Sicilia y Fernández de Córdova quedó en Calabria con sus tropas. A continuación volvió a poner en práctica las tácticas que tan buen resultaron dieron en la guerra de Granada, estratagemas, fintas y mucha astucia. Junto a esto Requesens se presentaba en el mismo Nápoles teniendo los franceses que encerrarse en los dos castillos de la ciudad.

Montpensier forzó el sitio navegando hasta Salerno. Ante esta circunstancia el Rey llamó a Gonzalo de Córdova y sus tropas a que se reuniesen con él en Atella, donde estableció su cuartel general. El español contaba con 3.000 infantes y 1.500 jinetes, teniendo que atravesar una provincia montañosa, llena de plazas fuertes y castillos en manos francesas o de sus partidarios, desconocedor del terreno y sin una base de operaciones. Y los españoles pasaron, Cosencia capituló tras recibir tres asaltos en el mismo día, Grimaldi fue tomada e incendiada hasta los cimientos como mensaje claro al resto de ciudades que quisiesen mostrar resistencia. Cerca de Morano, sabiendo que los pobladores de varios puebles esperaban a sus tropas para sorprenderlas, decidió dividir su ejército en tres columnas y rodear a los pobres infelices que sufrieron una auténtica matanza, campesinos ante soldados profesionales no era un buen negocio. Luego caería Laino, ciudad bien fortificada, pero nuevamente se impuso la estrategia de El Gran Capitán, dividió a su ejército en dos, mientras una columna atacaba el castillo la otra a su mando atacaba el puente, sorprendiendo a los dormidos franceses pasándolos a cuchillo, incluido el gobernador de la plaza que se presentó al combate semidesnudo. Los veteranos de la guerra de Granada demostraron su enorme eficacia en un tipo de guerra y terreno que recordaba al del antiguo reino nazarí y franceses e italianos comenzaron también a llamarle Gran Capitán, las noticias de sus hazañas habían traspasado ya hasta los Alpes.

La siguiente empresa fue la toma de Altea. En esta ocasión venció la estrategia. Gonzalo en vez de atacar directamente la ciudad decidió dar un golpe de mano atacando un puesto fortificado que protegía a los sitiados, suministrándoles agua y donde se encontraban los molinos para la producción de harina. Al frente de sus castellanos atacó a los mercenarios suizos que tuvieron que huir, tras eso incendió los molinos y arrasó la zona. Privados de estos suministros la guarnición con el mismo duque de Montpensier a la cabeza tuvo que capitular en 1496. De regreso a Calabria el señor de Aubigni prefirió retirarse de la provincia, donde apenas unas pocas plazas presentaron resistencia a las tropas españolas, rindiéndose y abriendo sus puertas la mayoría de ellas. Además el Gran Capitán había aumentado tanto su fama que muchos italianos decidieron enrolarse en sus tropas. De nuevo volvió sobre sus pasos y Gaeta se rendía, sabedora que no iba a recibir ayuda alguna, al nuevo rey de Nápoles, Federico I de Trastamara, tío del difunto rey Ferrante. El reino de Nápoles quedaba libre de la presencia de tropas francesas. El jubiloso nuevo gobernante se ofreció a colmar de dinero, presentes, posesiones y estados al Gran Capitán, pero este rehusó elegantemente con el argumento de tener que ser previamente autorizado por el rey Fernando el Católico.

El siguiente objetivo iba a ser recuperar el puerto romano de Ostia de poder de los franceses desde la toma de Roma. Corría el año 1497 y Gonzalo Fernández de Córdova se presentó ante la ciudad en nombre del papa Alejandro VI. Los intentos de rendición no consiguieron nada, así que decidió abrir brecha en las murallas con la artillería, cosa que se consiguió al cabo de cinco días. Pero para el asalto final el astuto capitán ingenió una nueva estratagema. Ordenó a sus soldados que se concentrasen, con calma, ante la brecha y que avanzasen despacio, permitiendo así a los enemigos concentrar el mayor número de tropas. Por su parte un pequeño grupo se situó en la parte contraria de la muralla con escalas, su asaltó sorprendió del todo a los defensores que viéndose rodeados decidieron rendirse. Los prisioneros fueron llevados a Roma donde el Papa en persona agradeció la toma de la ciudad al Gran Capitán. De vuelta a Nápoles el nuevo rey le nombró duque de Sant Angelo concediéndole en propiedad algunas ciudades. Tras lo cual embarcó a Sicilia, donde los habitantes le mostraron sus quejas por el mal gobierno del virrey, oídas estas y considerándolas fundamentadas dictó nuevos reglamentos para el gobierno de la isla. Su última intervención fue nuevamente en Nápoles rindiendo la última guarnición francesa que resistía en la ciudad de Diano. En 1498 los reyes firmaban la paz y Gonzalo regresaba con sus tropas a España.

LA REBELIÓN DE LAS ALPUJARRAS

Durante dos años disfrutó de paz y tranquilidad el Gran Capitán, pero en 1500 estallaba una revuelta, la primera guerra de las Alpujarras, y algunos musulmanes del reino de Granada retomaban las armas. Junto al conde de Tendilla, Capitán General de Granada dirigió sus tropas a la localidad de Guejar, en poder de los amotinados. Los defensores habían empantanado el llano frente a la ciudad dificultando el avance de las tropas, así que, otra vez, el Gran Capitán predicó con el ejemplo, marchando en vanguardia fue el primero en escalar el muro de la ciudad. Sin embargo, la rebelión se extendió y el mismo rey tuvo que acudir con el ejército. Se exigió a los musulmanes la entrega de 32 rehenes para garantizar el cumplimiento de la rendición, el encargado de custodiarlos fue Fernández de Córdova.

LA SEGUNDA EXPEDICIÓN A ITALIA

Tras la muerte del rey francés Carlos VIII le sucedió su hijo Luis XII, el cual volvió a fijar sus ojos en Italia. Primero ocupó el ducado de Milán y tras firmar una cuerdo con el papa se dispuso a la conquista de Nápoles. Con Fernando el Católico firmó el tratado de Granada por el cual ambas naciones se repartirían el reino quedando el norte para los franceses y el sur para los españoles. El 5 de junio de 1500 salía desde el puerto de Málaga un nuevo ejército con destino a Italia, 5.000 infantes, 300 lanzas y 300 jinetes. Acompañando al Gran Capitán, don Diego de Mendoza, Diego García de Paredes y Gonzalo Pizarro, el padre del conquistador del Perú, y don Antonio de Leyva, futuro vencedor en Pavía.

Llegado a Mesina, en Sicilia, unió su flota a la veneciana, a petición de estos, para defender las islas y costas del Adriático amenazadas por una flota turca. Tras obligar a esta a retirarse a Constantinopla desembarcó en la isla de Cefalonia donde los turcos se refugiaron en el castillo de San Jorge. Su gobernador rechazó amablemente la invitación a rendirse y se dispuso a combatir hasta el último de sus 700 hombres. Los turcos eran muy diestros en el manejo del arco, con los que causaron numerosas bajas, además de usar una máquina denominada “Lobo” que permitía asir a los soldados por su armadura y elevarles hasta la muralla, así capturaron a García de Paredes, el cuál protagonizó una de las primeras anécdotas de la campaña, ya que lejos de ser apresado o muerto consiguió, él solo, defenderse de cuanto turco le atacase durante ¡tres días!, al final cansado, sin dormir ni comer ese tiempo tuvo que rendirse, prefiriendo los otomanos hacerle prisionero en espera de algún canje. Las salidas de los defensores eran constantes y los combates cada vez más duros. Se utilizaron minas para abrir brecha en las murallas pero los turcos supieron defender las mismas, fracasó un asalto español y otro posterior veneciano. 50 días llevaban de asedio y los defensores mostraban una ferocidad muy superior a franceses o napolitanos, los españoles y el Gran Capitán comenzaron a valorar en su justa medida a este rival, con el cual abría que luchar durante más de dos siglos por el control del Mediterráneo, no desmerecían en absoluto a los españoles. Tras un asalto general, minas, artillería, españoles y venecianos entraron en la plaza, su gobernador murió peleando y solamente 80 turcos fueron hechos prisioneros. Los venecianos en gratitud le nombraron Gentilhombre de la república y le obsequiaron con un rico botín que él se encargó de repartir entre sus tropas enviando una parte al rey Fernando.

A principios de julio de 1501 desembarcaba de nuevo en Calabria, contaba con 4.500 infantes, 300 lanzas y 300 jinetes. La provincia fue conquistada casi sin resistencia, el desdichado rey de Nápoles Fadrique ante la invasión de los españoles por el Sur y franceses por el Norte vendía a Luis XII las pocas plazas que le quedaban, así como sus derechos dinásticos. Comenzaba el juego de la diplomacia y la intriga. El Gran Capitán devolvió los estados que le había concedido Ferrante a la familia de los Sanseverinos, tradicionales aliados franceses para ganarse su favor, luego consiguió la adhesión de los hermanos Colonna, una de las más prestigiosas familias romanas. Posteriormente tomaría las ciudades de Menfredonia y Taranto. La primera resistió hasta que la artillería de asedio abrió brecha en las murallas. La segunda resultó más difícil de conquistar. En ella se había refugiado el duque de Calabria con sus mejores tropas, unas 6.000. La ciudad era una isleta unida al continente por dos puentes muy fortificados. Fernández de Córdova decidió no tomar al asalto la ciudad con sus 12.000 y prefirió someterla a bloqueo. El poco espíritu combativo de los sitiados hizo más fácil su toma, tras una tregua de cuatro meses decidían rendir la ciudad al no recibir refuerzos.

Poco después El Gran Capitán debería hacer frente a un motín. En aquella época, al igual que en siglos posteriores, los soldados profesionales luchaban por una paga, que como suele ser costumbre siempre se retrasaba. Además, las penalidades propias de los asedios y las campañas agriaban el carácter de las tropas. En esas circunstancias una flota francesa llegó a aquella zona después de ser derrotados por los turcos y dispersados por una tormenta. Ante la llegada de los náufragos ordenó que fuesen ayudados y socorridos con todas las vituallas que fuesen necesarias. El descontento de las tropas se materializó en un conato de motín. Se presentaron los soldados frente a su capitán en demanda de las pagas atrasadas e incluso uno de ellos le llegó a colocar su pica en el pecho, Gonzalo Fernández de Córdova la apartó con serenidad y le dijo que tuviese cuidado no sea que hiriese a un camarada. La situación se torció cuando un capitán vizcaíno le respondió de muy malas maneras y mencionando que tal vez si faltase dinero podría comerciar con su hija Elvira (fruto esta de su segundo matrimonio solía acompañar a su padre en campaña) Tuvo que apaciguar el motín prometiendo la entrega de media paga y sin castigas en ese momento al capitán. A la mañana siguiente amanecía ahorcado en una ventana del castillo, ya que una cosa era reclamar la paga y otra insultar a la familia. Afortunadamente unos días después pudo requisar una galera genovesa y pagar a sus tropas vendiendo la carga.

A finales de 1501 la campaña parecía que tocaba a su fin pero la disputa en el reparto de las provincias centrales del reino de Nápoles terminó con la paz entre españoles y franceses, el más fuerte se quedaría con todo el reino. El duque de Nemours contaba con unos 15.000 hombres y los españoles ni con la mitad, así que decidieron ponerse a la defensiva y pedir refuerzos a España, por su parte El Gran Capitán se refugiaba con parte de sus tropas en la ciudad de Barleta, bien fortificada y comunicada con Sicilia. Pese a reforzar algunas villas los franceses fueron conquistando las ciudades más importante reduciendo el dominio de los españoles a unas pocas plazas costeras. Un primer intento del duque de Nemours de tomar Barleta fue rechazado en una salida de los españoles y otro posterior de ocupar Taranto fue contrarrestado por la anticipación de Gonzalo que envió a Pedro Navarro con socorros a proteger la ciudad. El tiempo pasaba en escaramuzas y pequeños combates, los dos generales acordaron un sistema de intercambio de prisioneros y El Gran Capitán para elevar la moral de sus tropas favorecía los desafíos individuales entre caballeros. Uno de ellos ocupó a once caballeros por cada bando durante seis horas, destacando en el combate nuevamente García de Paredes, que pese a estar herido participó en el combate y aún así reprendió a sus compañeros por no luchar con más ahínco por la victoria. Esta actividad de combates singulares y razias mantenía a las tropas ocupadas mientras los españoles esperaban la llegada de refuerzos. 

Los desafíos eran mutuos, así mientras el duque de Nemours se acercaba Barleta y enviaba a un trompeta a que aceptase el desafío él sólo o todo su ejército, el español respondía que esperase a que afilase sus espadas, cuando el francés se replegaba era el Gran Capitán el que le retaba, respondiendo este que estaba ya demasiado avanzado el día. Lo mismo ocurrió con el señor de La Motte, un francés que menospreciando a los caballeros italianos les desafió, se trabó un duelo entre 13 caballeros de cada nación, venciendo los italianos. Pero costumbres de la época, caballeros de ambos campos compartían cenas al final de estos desafíos e incluso demostraban el reconocimiento del valor de sus oponentes, era una época en que ser caballero equivalía a toda una forma de vida, distinta y muy por encima de la chusma. 

Pero no todo eran duelos caballerescos y la guerra continuaba. La localidad de Castellaneta cambió de bando apresando a su guarnición francesa y el duque de Nemours salió con sus tropas a recuperar la ciudad. Aprovechando esto el Gran Capitán realizó una marcha nocturna y al amanecer del día siguiente aparecían sus tropas frente a la villa de Ruvo, guarnecida por un buen número franceses. Tras abrir brecha la artillería en los muros se lanzaron los españoles al asalto, incluido Gonzalo Fernández de Córdova, sabiendo que lo mejor que puede hacer un general es predicar con el ejemplo. El combate se prolongó durante 7 horas y el botín fue de importancia, caballos, joyas, los defensores con su comandante incluido y todos los vecinos de la localidad. Las mujeres fueron liberadas sin rescate y los varones mediante un pequeño pago, sin embargo los franceses fueron enviados a los remos de las galeras españolas; y aún podían considerarse afortunados de no ser pasados por las armas.

Siete meses pasó El Gran Capitán en Barleta, al fin llegó un cargamento de trigo desde Sicilia que permitió alimentar a tropas, población y prisioneros, otra nave veneciana llegaba con armas y municiones, el señor de Aubigni era derrotado y hecho prisionero en Seminara y las galeras españolas derrotaban a las francesas en Otrantor, finalmente 2.000 mercenarios alemanes llegaban como refuerzo. Las cosas volvían a sonreír a los españoles y demostraban que la prudencia mostrada por su capitán en todo ese tiempo había merecido la pena. Pero las tropas no podían permanecer en Barleta por más tiempo, así pues tras consultar con sus oficiales se decidió a trasladarse a Cerignola, de camino hicieron noche en Cannas. Era abril de 1502.

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