sábado, 26 de septiembre de 2015

LA BATALLA DE ELVIÑA



Con sólo estudiar los elementos fundamentales de toda decisión: Misión, terreno y fuerzas contendientes, viendo cómo influyeron en el desarrollo de la batalla, podremos hacernos una idea global de los aciertos y errores en el planeamiento y en la ejecución de sus dos protagonistas fundamentales.

Así pues estudiaremos las misiones recibidas y analizaremos su cumplimiento. Luego reflejaremos la influencia del campo de operaciones en la marcha de los acontecimientos y el aprovechamiento que del terreno hicieron los dos contendientes. Finalmente con el estudio del balance de fuerzas en presencia y la táctica empleada podremos analizar el comportamiento de los dos bandos en la batalla de La Coruña o también llamada de Elviña.


MISIÓN DE MOORE.



La actitud de John Moore en La Coruña no podría analizarse sin considerar los acontecimientos en conjunto desde el inicio de su intervención.

La orden recibida del Ministro de la Guerra británico, cuando se encontraba en Lisboa el 6 de Octubre de 1808 fue: Mandar el Ejército de 30.000 Infantes y 5.000 caballos que iban a operar en España, incluyendo a los del Gral Baird desembarcados en La Coruña, con la finalidad de "cooperar con los ejércitos españoles para expulsar del territorio español a los ejércitos franceses".

Unas tropas españolas que en buena parte y al mando del mismo Marqués de La Romana, paradójicamente habían estado a punto de batirse con él en territorio sueco poco antes, en calidad de aliados de Napoleón. Es decir que por arte de la política venía como amigo de los que meses atrás fueron sus enemigos y que tuvieron que huir de los países bajos para no prestar pleitesía a Napoleón, a raíz del levantamiento español.

A diferencia de Napoleón, que antes de acometer el menor movimiento analizaba minuciosamente los planos, Moore se internaba en la península para cumplir su difícil e imprecisa misión, con un enorme desconocimiento del terreno, sin la menor información del enemigo francés y sin el apoyo informativo, logístico y táctico en general, que sus amigos españoles y portugueses debieran haberle proporcionado.

En consecuencia se internó lejos de sus bases de aprovisionamiento en la costa y temerariamente a ciegas entre el Duero y el Tajo, con un ejército disperso en 4 columnas aisladas entre sí y sin posibilidad de apoyo mutuo, avanzando por unos angostos caminos que la cruda climatología convertía en unos lodazales donde se hundían sus piezas de artillería y los carruajes de su impedimenta.

A punto estuvo de perder la mayor parte de sus fuerzas de artillería y de caballería al enviarlas en solitario al mando del General Hope, hasta las mismas puertas de Madrid, donde no fueron envueltas de verdadero milagro y que para recuperarlas hubieron de ser sometidas a marchas forzadas a través del duro paso nevado de la sierra de Guadarrama.

Tardó mucho en recuperar a la División Baird desembarcada en La Coruña, aunque no toda la culpa deba ser achacada al General, lo que le impidió tomar decisiones por no disponer del grueso de sus fuerzas.

Su indecisión se puso de manifiesto a finales de Noviembre con su ejército dividido en tres núcleos; Baird en Astorga, Hope en Avila y él con el resto en Salamanca. Dio entonces la orden a Baird de retirarse a La Coruña mientras él esperaba a Hope para retirarse a Portugal y poco después, el 6 de Diciembre dio la contraorden, ordenando el regreso de Baird y la concentración del resto sobre Zamora.



A pesar de las vacilaciones, fruto de la desinformación, tuvo la previsión de haber dejado depósitos de provisiones en el camino (Betanzos, Lugo, Villafranca, Astorga y Benavente) que salvaría su retorno apresurado.

No consiguió el galés entenderse con las múltiples Juntas ni quiso confiar en el maltrecho ejército gallego, y decidió una oportuna retirada consciente de que Napoleón pondría ciegamente lo mejor de su masa de maniobra, para lograr la ansiada derrota británica.

Pudo explotar la sorpresa de su invasión imprevista por los franceses, pero el tiempo, que podía haber corrido a su favor, fue torpemente malgastado al perder todo un mes desde su llagada a la frontera el 11 de Noviembre, hasta que consiguió reunir a la mayoría de su ejército en Mayorga el 20 de Diciembre.

Durante este tiempo, las fuerzas gallegas fueron prácticamente barridas en solitario, y perdió la oportunidad de envolver a Soult, cuando estaba aislado en Carrión, lo que hubiese cortado a Napoleón su eje fundamental Burgos-Madrid, antes de que el Emperador hubiese podido reaccionar.

Si a ello añadimos las dificultades de orden logístico que se pudieron presentar para aquellas tropas de desembarco, sin apoyos lejos de la costa y sufriendo las inclemencias climatológicas durante tiempo tan dilatado, podemos suponer que la moral de sus componentes se fuera debilitando hasta el punto de dificultar el mando de sus desalentados soldados.

Es razonable pensar que en semejantes circunstancias, con su ejército dividido en tres grupos, decida Moore rehuir el combate y emprender una maniobra retardadora, ante las noticias de los fracasos de los ejércitos españoles en general y del gallego en particular al conocer el lamentable estado de las tropas del Marqués de La Romana. Pero muy probablemente, lo que más le decida en su esquiva actitud, sea el comprobar en las primeras escaramuzas, la potencia de choque de las tropas de élite francesas, con una potente artillería de la que él carece y con una arrolladora caballería numéricamente muy superior y que en campo abierto le parece imparable.

Para colmo de sus desdichas, se entera de que el propio Napoleón viene a por él materialmente en la vanguardia de lo mejor de su ejército y dispuesto a no dejarse perder su más codiciada presa.

En el éxito del golpe de mano a los franceses en Sahagún (la victoriosa batalla para los autores británicos), en la acción de Cacabelos, donde muere el General francés Cólbert, en Castrogonzalo donde hace prisionero al General Lefébvre-Desnoettes, en la preparación tardía de su ataque a Soult cuando ya Napoleón venía en su busca, y en las buenas rupturas del contacto para proteger su retirada en el río Esla, en Lugo y en La Coruña, así como en sus ejemplares castigos a los desmanes de su desmoralizada tropa contra la población española, encontramos los únicos argumentos positivos a favor del General Moore.

Agradecidos en justa correspondencia al gesto generoso de ofrecer su vida en ayuda de un país amigo, podríamos defender sobre su tumba en La Coruña, que Moore vino a luchar y quiso luchar, pero que las circunstancias adversas le llevaron a optar por la decisión más sensata que puede tomar todo buen General ante una notoria inferioridad: Salvar al único ejército británico de una derrota segura y con ello el honor de su patria, así como evitar a sus hombres un inútil sacrificio para poder emplearlos posteriormente, como realmente ocurrió, en situación y lugares más favorables.



La batalla de Elviña vino impuesta porque no habían llegado desde Vigo los barcos de transporte que estaban retenidos por una tempestad en el cabo Finisterre. Es decir, que ni fue premeditada para batirse con Soult como algunos afirman, ni mucho menos por defender a La Coruña, aunque al establecer la defensa de forma que la flota en puerto quedase fuera del alcance de la artillería francesa, se evitaba de paso el bombardeo de la ciudad.

En consecuencia y pese a sus pequeñas victorias en escaramuzas, pese al acierto repetido en sus rupturas del contacto, pese al éxito del reembarque, dentro del contrasentido táctico de llamar éxito a una retirada, y pese a su heroica muerte en primera línea de combate, lo cierto es que, aunque no toda la culpa le sea imputable, el General Británico Sir John Moore "No consiguió cumplir su misión inicial, aunque cumplió admirablemente con su decisión de reembarcar".



MISIÓN DE SOULT.



A finales de 1808, el Emperador dirige personalmente la maniobra de todo lo que tenía a mano: Los Cuerpos de Ejército VIIIº, IIº y IVº, además de su Guardia Imperial, olvidando Madrid, y convirtiendo a Moore en su objetivo prioritario. Su obsesión es una rotunda victoria sobre el británico, que le pudiera simultáneamente proporcionar la seguridad de sus comunicaciones con la metrópoli, tener las manos libres para su objetivo inicial que era Lisboa, y sobre todo vencer en tierra a su verdugo del mar, vengando la afrenta de Trafalgar.

Por ello la misión que da Napoleón al Mariscal Soult, Duque de Dalmacia, el día 3 de Enero de 1809, para ejecutar con su formidable y reforzado IIº Cuerpo de Ejército, es sin duda la más ambiciosa y tal vez decisiva de la campaña:

En una primera fase; persecución y destrucción del ejercito británico de Sir John Moore, evitando a toda costa el reembarque.

En una segunda fase, tras lograr el primer objetivo con el apoyo del Mariscal Ney, Duque de Elchingen; Marchar hacia Portugal con la finalidad de conquistar Lisboa en combinación con las fuerzas de Victor y la cobertura de la caballería de Lapisse que convergerían desde Extremadura.

La historia demuestra que aquella acción relámpago perfectamente planeada por el propio Napoleón para derrotar a los británicos y posteriormente conquistar Oporto el 1 de Febrero y Lisboa el 10 del mismo mes, sólo cabía en la mente del Emperador, que al tener que abandonar la persecución en Astorga para regresar a Paris, no pudo materializar personalmente.

Una mente que poseía la clarividencia de concebir sobre el plano la maniobra, pero que cometió el grave error de no contar con la población autóctona, aunque días antes afirmara en una carta al Mariscal Murat que vaticinaba una derrota, si no se respetaba a la población, especialmente a los clérigos, ancianos, mujeres y niños. Esta carta resultaría profética ya que será justamente el levantamiento de los pueblos portugués y gallego, en una gesta que no merece otro calificativo que el de "grandeza", la causa de la derrota, sin apenas ejército y en los primeros compases de la guerra, de los mejores Mariscales de Francia.

La persecución de Moore por los desfiladeros de los puertos de acceso a Galicia, en uno de los más crudos inviernos que se recuerdan, en nada se parecía a los brillantes despliegues napoleónicos por la meseta. Aquellas disciplinadas hileras interminables de hombres agotados y desmoralizados, marchaban penosamente en la nieve, tras unos británicos que huyendo a la desesperada abandonaban todo, saqueaban y arrasaban cuanto podían, dejando a los perseguidores tan sólo incendio y desolación.

Sólo así se explica que cuando Moore despliega en Lugo y presenta batalla, Soult indeciso no ataca y mientras reúne a las interminables columnas de sus fuerzas, se le escapa el británico con engaños elementales ya experimentados en el río Esla y que volverá a repetir en La Coruña.

Sus vanguardias a pesar de hostigar a los británicos, hasta el punto de apresar 900 hombres en una sola jornada, no supieron mantener permanentemente el contacto. Ello permitió que salvo en Herrería y Cruzul, no pudiesen impedir la voladura de los puentes en especial el último de El Burgo sobre el río Mero que retrasó la llegada a La Coruña, aunque tuvo mucho que ver en ello el valor de los hombres de Moore que volaban materialmente con las cargas por falta de tiempo para ponerse a cubierto.

Y por fin en Elviña, Soult perderá la última oportunidad de cumplir la primera fase de su misión, fijando a Moore sin darle tregua ni permitirle el embarque y ganando un tiempo inestimable para que el IVº Cuerpo de Ejército de Ney, que venía detrás en su ayuda pudiese entrar en combate duplicando la masa de maniobra y apoyando con su fuego artillero para que ni un británico, ni un barco, hubiese podido abandonar La Coruña.

Es posible que incidiera el enorme alargamiento de varias jornadas sufrido por las columnas, o tal vez la eterna rivalidad entre los dos Mariscales, celosos por compartir la gloria de la derrota al británico, ya que la falta de coordinación en sus acciones y de cooperación en sus apoyos, serán en el cómputo final de los 5 meses por suelo gallego, una de las principales causas de un fracaso aún más estrepitoso para Napoleón que el del propio Bailén.

De cualquier forma, el Duque de Dalmacia fracasó en el cumplimiento de su misión porque, aunque se luchó con bravura y desesperación, aunque se ganó algún terreno al enemigo, aunque se terminó conquistando La Coruña y Galicia entera, no consiguió vencer en Elviña y los británicos se le escaparon.

Sólo le quedaba el gesto bizarro de honrar al enemigo muerto, lo que hizo de forma encomiable, y vengarse del pueblo coruñés por ayudar a los británicos con armamento y munición, así como a mantener dos días la plaza, hasta la total salida de la flota, lo que también cumplió de forma notoria.



EL TERRENO

Ya nos hemos referido a los grandes espacios de la meseta, en los que los despliegues franceses con gran combinación de fuego artillero y cargas de caballería, habían desarticulado en Zornoza (Bilbao), Espinosa de los Monteros y Mansilla de las Mulas al maltrecho ejército gallego. Pero la orografía española fue una dura experiencia para todos los contendientes, que se encontraron en los pasos de Guadarrama, Manzanal, y Piedrafita con unas dificultades al avance, desconocidas por las llanuras europeas y en medio de los peores rigores de la climatología.

Cuando hemos recorrido aquél itinerario desde Astorga a La Coruña, hemos terminado por admirar sin excepción a todos aquellos abnegados soldados de ambos bandos, mal vestidos y alimentados, que empapados y ateridos de frío caminaban sin descanso y en ocasiones peleando para poder ganar unos kilómetros a la nieve.

De cualquier forma Moore pudo haber presentado batalla aprovechando las enormes gargantas de los accesos a Galicia en vez de contentarse con aquella desordenada retirada en la que predominaba la indisciplina, el saqueo y el pillaje de las poblaciones, abandonando armamento, material y hasta un carruaje con 700.000 francos.

La elección del terreno en Elviña, fue uno de los mejores aciertos de Moore, pues se encontró con una topografía muy accidentada con obstáculos de todo tipo e impracticable para la caballería, con tres alturas importantes: la de Santa Margarita a la entrada de la ciudad, la del monte Mero a 3 kilómetros y la del Peñasquedo a 5 kilómetros. Consideró que no tenía tropas suficientes para ocupar en fuerza todas las posiciones y que de alejar mucho la defensa corría el peligro de ser envuelto por la depresión del arroyo de Monelos que conducía directamente hacia el puerto.

En consecuencia dejó en el Peñasquedo apenas unas fuerzas de cobertura que cumplieron admirablemente su misión de seguridad, intercambiando un centenar de bajas con los franceses el día 15. Al amanecer del día siguiente estaban los ejércitos desplegados en orden de batalla, sobre el Peñasquedo los franceses y sobre el monte Mero la primera línea de los británicos.

Era un terreno que favorecía la defensa por los muchos obstáculos donde apoyarla, pero con posición dominante del atacante que resultaba muy favorecido para los apoyos de fuego. Además la depresión del arroyo Monelos, era una brecha natural para los atacantes por donde se podría con una fuerte presión alcanzar el puerto envolviendo a las defensas.

El punto más importante era el collado donde se asentaba la aldea de Elviña entre los montes Mero y Peñasquedo y los arroyos Monelo y Palavea. Era obligado establecer allí la posición fundamental y orientar las reservas hacia la hipótesis más probable y más peligrosa del esfuerzo atacante en Elviña.

Fue por tanto un planteamiento de "libro" por ambos jefes, tan bien planteado y tan bien ejecutado por las dos partes que el resultado fueron unas "tablas" donde cada acción decidida encontraba su enérgica respuesta, anulándose los movimientos para dejar paso a que el valor y el coraje de la lucha cuerpo a cuerpo arrojaran un millar de bajas por cada bando.


RELACIÓN DE FUERZAS

Si consideramos en medio de las disparidades de cifras de los distintos historiadores, los datos numéricos de las fuerzas en presencia más generalmente admitidos del Anexo I y teniendo en cuenta que para asegurar el éxito contra un enemigo establecido en defensiva, es aconsejable que las fuerzas atacantes sean muy superiores en número, observamos lo siguiente:


Numericamente los franceses eran 1,6 veces superiores (24.200 franceses frente a 15.000 británicos).


Pero si consideramos sólo las fuerzas de Infantería, esta proporción desciende al 1,3 ya que Moore embarcó su caballería antes del combate y los 4.500 jinetes galos debieron echar pie a tierra y apoyar sólo por el fuego, lo cual disminuyó notablemente la eficacia de su empleo habitual.


En número total de Batallones (51 contra 30) aumenta la ventaja francesa al 1,7, que desciende al 1,3 si se consideran sólo los Batallones de Infantería (39 contra 30)


La desproporción es aún mayor en artillería (2,5 en artilleros y 3,3 en cañones) a favor de Soult que disponía de 40 cañones frente a los 12 de Moore, una relación que da una superioridad notable de fuegos al atacante al combinarse con las alturas dominantes sobre la zona de acción.

En resumen se puede afirmar, que dada la forma de combatir en la que no se organizaba el terreno para apoyar las defensas, y teniendo en cuenta que las ofensivas estuvieron equilibradas, el ejército francés era numericamente superior y contaba con una mayor potencia de fuego artillera.

No obstante pesaba a favor de los británicos, el apoyo proporcionado por los coruñeses que les repusieron todos los fusiles por material nuevo del Parque de Artillería y contaron con munición en perfecto estado frente a los fusiles oxidados y la munición estropeada durante la marcha de los franceses.


LAS DECISIONES Y DESPLIEGUES

El final de la marcha fue activo y agotador para ambos bandos, pero el francés perdió mucho tiempo en reconstruir el puente de El Burgo y en buscar un paso aguas arriba por Celas. Además, sabiendo que no podía utilizar su caballería y con su artillería muy rezagada, tomó muchas precauciones antes de conseguir desplegar y atacar, con lo que dió un tiempo inestimable a Moore para reponer a sus tropas, equiparlas y aprestarlas para el combate.

Luego estableció un despliegue perfectamente adaptado al terreno con tres líneas defensivas que le permitieron con gran flexibilidad adaptar el esfuerzo defensivo a la marcha del combate. En una primera línea colocó a las Divisiones de Baird y Hope (apoyada esta en el río Mero), con dos Brigadas cada una en primer escalón y una Brigada en segundo escalón. En segunda línea situó a la División de reserva de E. Paget, y en la tercera estaba como reserva la División Fraser, ambas muy bien orientadas frente a la brecha del arroyo de Monelos, que era claramente el punto débil del despliegue.

El de Dalmacia estableció una línea con sus 3 Divisiones de Infantería: Mermet, Merle y De Laborde (apoyada esta en el río Mero) y flanqueadas por la caballería de La Houssaye y Franceschi en el ala izquierda así como la de Lorges por el ala derecha en ambas márgenes del río Mero.

Soult desperdició la oportunidad de atacar al amanecer para disponer de toda la jornada, aunque al mediodía cuando lo inició, contó con la ventaja de tener la luz de espaldas y tanto el fuego como el avance le favorecían. De haber atacado en fuerza al mediodía, hubiese cogido a los británicos sin las reservas que habían recibido orden de embarcar.

Pero lo inconcebible es que con posiciones dominantes y superioridad aplastante en artillería, no hubiese conseguido mayores efectos con el fuego, antes de emplearse en el cuerpo a cuerpo.

La explicación es que era un escenario a la medida del británico porque los obstáculos naturales y artificiales, en especial las construcciones de Elviña y las cercas de piedra, impidieron el empleo de la caballería y disminuyeron el efecto de la artillería francesa.

No fue posible el empleo tradicional de la única táctica francesa que había demostrado dominar con sus columnas a las filas británicas. Se trataba de aquella secuencia de: Preparación artillera, Infantería ligera, cargas de Dragones con artillería montada y acción artillera final sobre objetivos rentables en cuadros cerrados, para romper el frente por líneas interiores con la infantería de línea.

El dispositivo empleado por el Duque de Dalmacia al desplegar a todas sus Divisiones de Infantería en línea sin posibilidad de emplear las cargas de caballería ni de reiterar esfuerzos en la dirección principal, pudo ser su grave error ya que sólo la División del General Mermet atacó a la posición fundamental de Elviña, mientras que las otras dos se limitaron a fijar a las brigadas enfrentadas del despliegue británico, donde era más difícil la progresión.



CONCLUSIÓN

Moore vino con sus tropas, en apoyo de los españoles y no cumplió su misión, pesó más que cualquier alarde de valor, el orgullo británico de no presentar batalla sin garantías de éxito y exponer a lo mejor y quizás lo único del ejército de tierra de Su Majestad a ser humillado por el Emperador.

Así lo manifestaba a la Junta reunida en la Capitanía de La Coruña antes de la batalla, entre advertencias no demasiado amistosas, cuando afirmaba: "Que la venida de los ejércitos de SM Británica esperaba haber encontrado más ejércitos, más auxilio y más patriotismo".

El planteamiento de la batalla de Elviña por Moore fue correcto, tanto en la elección del terreno como en su despliegue y en el empleo de sus fuerzas dosificando esfuerzos según lo exigían las circunstancias del combate.

Soult en cambio no pudo emplear su caballería, no sacó el provecho apetecido de la superioridad artillera, ni pudo reiterar esfuerzos en la dirección del esfuerzo principal de Mermet en Elviña, por tener empleada y fijada a toda su infantería. En consecuencia todo el sacrificio de ganar terreno en Elviña no le sirvió de nada al no poder explotarlo y penetrar por la vaguada del arroyo de Monelos.

El acierto de conseguir la ruptura del contacto y retirarse, tras librar valiente batalla sin que Soult pudiera evitarlo y la elección del momento del embarque, antes de que llegaran los refuerzos del VI Cuerpo de Ejército del Mariscal Ney, fue el gran triunfo británico, dentro del contrasentido táctico de llamar éxito a una retirada.

Erró Moore una vez más en no saber emplear la artillería, ya que en vez de embarcarla pudo necesitarla para asegurar la ruptura del contacto. Tan sólo hubiese estado justificado el embarque de su agotada caballería, si no fuera porque en la retirada tan sólo el glorioso 15º de Húsares prestaba seguridad a la retaguardia, mientras los otros 4 Regimientos de Paget marchaban inútilmente en cabeza, pudiendo haberse evitado muchas precipitaciones ante el acoso de la vanguardia francesas.

Pero de algo valdrían sus 6.635 bajas y devolver una tropa harapienta, desmoralizada y enferma sin ninguna victoria. Valió, como la trágica suerte del pueblo gallego que llevó la peor parte, para retrasar primero la invasión de Portugal y luego hacerla fracasar por el esfuerzo combinado de los portugueses y los gallegos.

Valió para desgastar a los Cuerpos de Ejército de Soult y Ney para ser derrotados por un improvisado ejército gallego y retirarse de Galicia 5 meses después sin haber conseguido nada que no fuera encender el odio del pueblo gallego contra un invasor que será finalmente derrotado con la ayuda de un ejército británico reorganizado por el Duque de Wellington con los restos de aquél meritorio ejército expedicionario de John Moore.


EPÍLOGO

Aunque los dos bandos se atribuyeron la victoria, vemos como conclusión que la realidad es bien diferente porque al final todos fracasaron;


Perdieron los franceses a un enemigo que nunca tuvieron más a su merced y que definitivamente se les escapó.


Perdieron los británicos y esa fue la reacción del gobierno de Su Magestad, porque al regreso a su isla nada pudieron presentar a cambio de un ejército destrozado sin victoria alguna al precio de tantas bajas.


Perdieron en fin los coruñeses al tener que sufrir la humillación de entregar la plaza y soportar las represalias de Soult y las posteriores humillaciones de Ney.


Pero fundamentalmente perdía Galicia, como perdía España con los restos de sus ejércitos desperdigados por las montañas y la población inerme ante los desmanes del ejército invasor.



¿No habría ninguna victoria para alguien como recompensa a cambio de tanta ilusión, tanto sacrificio y tanta sangre, como pusieron en la empresa todos sus protagonistas?.



Hoy con el bálsamo de cordura con que la historia, como testigo mudo del tiempo y mantenedora de la verdad, contempla a sus más dolorosos acontecimientos, asistimos emocionados en el campo de Elviña convertido en Universidad, a un encuentro anual los militares de los tres países, gobernantes y representantes consulares de aquellos enemigos de entonces, hoy embarcados en la misma aventura europea.

Un encuentro que por iniciativa de ciudadanos coruñeses, lleva un mensaje de paz y de esperanza en agradecimiento a los bravos soldados que en Elviña sembraron con su vida y regaron con su sangre, las mejores ilusiones de tolerancia y comprensión entre los pueblos.

Porque en Elviña venció la ética de la guerra, luchando cara a cara, soldados contra soldados en el campo de batalla, con el mismo heroísmo y el mismo coraje con que juntos habían sufrido aquél calvario desde Astorga.

Una ética, que faltó en los saqueos de los pueblos durante el camino por ambos bandos y durante la conquista por los duques de Dalmacia y Elchingen, y cuya ausencia engendrará excesos, que a su vez generarán odio y saña también entre la población civil.

En Elviña venció el Código de Honor de los soldados, honrando al enemigo caído, lo mismo que se respetaba a una población civil, recordando a todos que en medio de las calamidades de la guerra se deben respetar las reglas elementales de todo conflicto bélico, que ennoblecen al hombre y desterrar la vileza que lo denigra.

Porque en Elviña se encendió con la mecha que explosionó el polvorín del Peñasquedo, el grito de independencia de un pueblo que por saber morir por su libertad, sabrá derrotar con chuzos, cañones de madera y sobre todo con voluntad de vencer a los mejores Mariscales de Napoleón.



En Elviña en fin, venció la hidalguía del pueblo coruñés que sufre su guerra de Independencia y defiende sin medios la plaza para apoyar a los que escapan en reconocimiento de amigo a los descendientes del Corsario Sir Francis Drake que la arrasó y a sabiendas de que sufrirá por ello las represalias del invasor.



Una hidalguía que se perpetúa en el 4º Regimiento del Real Cuerpo Artillería y en la Asociación Histórico Cultural " The Royal Green Jackets ", que son precisamente los ciudadanos civiles coruñeses que anualmente honran y ennoblecen la memoria de los soldados que dieron en Elviña su vida generosa por un mundo mejor.



FUENTE:D. José Navas Ramírez- Cruzado. Coronel de Artillería, Diplomado del Estado Mayor.

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