sábado, 26 de septiembre de 2015

LOS PRIMEROS CABALLOS DE AMERICA, LOS ESPAÑOLES



Mustang es el nombre que usan los estadounidenses para referirse a el caballo cimarrón o mostrenco que habita en América del norte.

La palabra mustang es una adaptación al inglés del término castellano mestenco, que, según la R.A.E. significa que no tiene señor o amo conocido. En España mestenco derivó en mostrenco, término usado actualmente para definir a los animales que, perteneciendo a especies domésticas, viven como las silvestres, cerriles y sin amo.

Castellano: Mestenco >>> Mostrenco

Inglés: Mustang

Llegada del caballo a América

Algunos autores dicen que el caballo ya existió en América pero que se extinguió hace 11-13.000 años. Esto no es correcto ya que las especies a las que se refieren son antecesoras del género Equus, a la que también pertenecen las cebras, hemiones, onagros y asnos.

La forma más parecida de las descubiertas hasta el momento es la del Equus lambei, que habitó la zona del Yukon en Alaska y se extinguió hace 10.000 años, pero no pertenecía a la especie Equus caballus.

Tampoco la efímera arribada de los vikingos a la isla de Terranova en el siglo XI parece que aportara caballos o, si lo hizo, no trascendieron.

Fue en el segundo viaje de Cristóbal Colón (1493) cuando llegan a la Española, los primeros caballos a América.

La cría de caballos se extendió pronto a Cuba y Jamaica, de manera que, a partir de1520, ya no fue imprescindible importarlos desde España y estas islas sirvieron como abastecedoras de caballos para la posterior conquista y colonización del continente.

Probablemente, el primer caballo cimarrón en el continente americano fue el potro de la yegua de Juan Sedeño, vecino de la Habana que se unió a la expedición de Hernando Cortés en la villa de Trinidad. Aportó un navío con tocinos salados y pan cazabe (de yuca) además de un esclavo negro y una yegua castaña (que luego fue muerta en Tascala). Esta yegua estaba preñada y parió en la travesía hacia las costas mejicanas. Cuando, camino de México, atravesaron la Sierra Norte de Puebla, el potro se extravió y vagó libre hasta que, después de la toma de Tenochtitlán, fue nuevamente capturado. Bernal Díaz del Castillo dice que fue domado y resultó un buen caballo. De forma que no sólo fue el primer cimarrón sino que también fue el primer cimarrón capturado y el primer caballo domado en el continente americano. Luego le siguieron muchos millones más.

Con Cortés desembarcaron en México 11 caballos y 5 yeguas y, a pesar de ser tan escasa, esta caballería fue determinante. Bernal Díaz dice:“los de a caballo estaban tan diestros y hacianlo tan varonilmente, que, después de Dios, ques el que nos guardaba, ellos fueron fortaleza”.







Pocos de estos primeros caballos sobrevivieron a las batallas pero siguieron llegando más con Pánfilo de Narváez, Francisco de Garay, Lucas Vázquez de Ayllón, Alfonso de Ávila, Francisco Álvarez Chico, Pedro Barba, Rodrigo Morejón, Juan de Burgos, Juan de Salamanca, Miguel Díez de Aux y Francisco Ramírez “el Viejo”. En la toma de Tenochtitlán participaron 90 caballos de los que seis murieron.



Los caballos se extienden por Norteamérica

Tras la conquista de Tenochtitlán Cortés procedió a otorgar encomiendas entre sus compañeros de armas, iniciándose la colonización y, con ella, la crianza de caballos en Norteamérica.

En 1521 se establece el Virreinato de la Nueva España quien, junto a Cuba, fueron los dos focos desde donde se extendieron las conquistas y expediciones hacia el norte del continente. Todas las incursiones terrestres llevaron caballos. Las que partían de Cuba hacia la Florida llevaban un número más contenido para ajustarse a las limitaciones de espacio dentro de las embarcaciones pero las que partían de México solían llevar una gran piara con las dobladuras o remudas. El control sobre esas manadas de caballos era más limitada y, con frecuencia, se extraviaban algunos ejemplares que quedaban en libertad o en posesión de los nativos.

Desde Cuba penetraron en la Florida los caballos españoles de la mano de conquistadores como Lucas Vázquez de Ayllón que, en 1526, fundó San Miguel de Guadalupe en la actual Virginia, a donde llevó 80 caballos, o Hernando de Soto, quien, en 1539, desembarcó en la Florida con cerca de mil soldados, 800 indios y 350 caballos y atravesó los territorios de los actuales estados norteamericanos de Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte, Tennessee, Alabama, Arkansas, Oklahoma y Tejas. De Soto, después de duros enfrentamientos con las tribus choktaw y chicashawen, murió a orillas del Misisipi. Luis de Moscoso Alvarado quedó al mando de la expedición y, tras una penosa marcha por el norte de Luisiana y Texas, decidió regresar al Misisipi y embarcarse con dirección a México. Casi todos los caballos que participaron en esa expedición murieron pero algunos fueron deliberadamente puestos en libertad durante la batalla de Mauvila (Alabama) para evitar que los indios los matasen a mansalva. Probablemente nunca fueron recuperados ya que tras la batalla, que duró nueve horas, no les quedaría ocasión ni fuerzas para hacerlo.

En 1565, Pedro Menéndez de Avilés fundó San Agustín en la Florida, la primera ciudad europea en lo que hoy son los Estados Unidos de América. Para 1587 ya se habían fundado los pueblos de Tolomato, Topiqui, Nombre de Dios, San Sebastián, San Antonio, San Pedro y San Juan y se habían creado multitud de misiones y fuertes. Con los colonos y soldados se extendieron los caballos españoles por el este de Norteamérica.

En 1540 Francisco Vázquez de Coronado partió de Nueva Galicia con 300 españoles, 800 indios tlascaltecas y 400 caballos en una expedición que le llevó a recorrer los territorios que hoy se conocen como Nuevo México, Arizona, Texas, Oklahoma y Kansas. Según Gómara, entre Cicuic (Pecos) y Quivira (Kansas) se extraviaron 3 caballos. No sabemos de qué sexo eran pero es posible que (aunque mínima) ya dieran origen a la segunda población de mustangs.

Esta expedición se topó con las inmensas manadas de bisontes que poblaban entonces las praderas del centro de Norteamérica y se vio en la necesidad de cazarlos para mantenerse con su carne. Coronado le contaba en su carta al emperador Carlos V que los bisontes les habían matado algunos caballos “porque son muy bravos y fieros animales” Esa sería la primera vez en que se usaron caballos para la caza del bisonte y los indios querecho, teya, kiowa, cheyenne y apache tomarían buena nota de su utilidad.

Coronado regresó a México en 1542 pero uno de los componentes de la expedición, Fray Juan de Padilla, junto a Juan de la Cruz, tres negros, doce indios de Michoacán y Andrés do Campo (uno de los compañeros de viaje de Alvar Núñez Cabeza de Vaca) como intérprete, regresaron a Quivira con gran cantidad de caballos, mulas, ovejas y gallinas. Tras pasar dos años evangelizando a las tribus de Kansas Padilla murió flechado por indios hostiles y sus compañeros fueron hechos prisioneros. Sólo do Campo logró regresar a México tras una caminata épica. Los caballos que llevaron quedaron en poder de los indios o abandonados en las praderas.

En 1581, el capitán Francisco Sánchez “El Chamuscado” salió de Chihuahua con una expedición compuesta por nueve soldados, tres franciscanos y diecinueve indios auxiliares, con noventa caballos y seiscientas cabezas de ganado, entre ovejas, cabras, vacas y cerdos. Subieron por el río Conchos hasta su confluencia con el río Grande. Luego remontaron este río hasta más al norte de Alburquerque, desde donde se dirigieron al cauce del Pecos y desde allí a las grades praderas del este.

En 1582, una expedición, al mando de Antonio de Espejo y compuesta por unas 50 personas y 115 caballos, salió de Santa Bárbara en busca de dos de los franciscanos de la expedición de “El Chamuscado” que habían quedado allí como misioneros y de los que se presagiaba alguna desgracia, como así resultó. Realizaron una ruta similar por las riveras del Conchos, Grande y Pecos y luego se desvió hacia Texas.

El 27 de julio de 1590, Gaspar Castaño de Sosa, alcalde de Villa de San Luis (Monterrey, Nuevo León) decidió abandonar el territorio encomendado y dirigirse hacia el norte con 170 personas, recorriendo el cauce del Pecos y río Grande hasta Taos, en el Norte de Nuevo México. Llevaron consigo una cabrada, una boyada y una caballada. Las pérdidas de ganado fueron constantes durante todo el viaje, unas veces por hurto, como ocurrió el día siguiente de la partida en el que unos indios les robaron algunos caballos, otras por la escasez de agua, como sucedió el día 21 de octubre, en el que se les escaparon las cabras por la gran sed que padecieron, otras veces por las dificultades del trayecto: “respecto del demasiado trabajo que hasta allí se trujo por la malicia de la tierra y de las pocas aguas y trabajo de la caballada, que era lo que se sentía, porque todos en general se desesperaban por la mucha piedra que había, andando en demanda del río Salado, que era el que deseábamos. Gastose en esta sierra veinte e cinco docenas de herraje, porque de otra suerte no se podía andar, porque muchos caballos en dos o tres días se les gastaban las herraduras, cosa no creída, y así se nos encogió mucha caballada”, o por falta de pastos con qué alimentarlos, como sucedió el día 1 de noviembre: “faltaron muchos caballos, respecto de que se apartaron por el poco pasto que había”, o por culpa de los lobos: “En 11 del dicho salimos deste paraje, y fuimos caminando: en algunas partes dormimos en una sabana muy buena, donde había muchos lobos, y mataron algunas cabras que se salieron de la majada”. El 26 de noviembre perdieron mucha caballada y constantemente tenían que andar en su búsqueda los indios auxiliares, como explica el día 4 de diciembre: “porque, los que lo vieron, eran indios que andando el día antes buscando unos caballos…”, o el día 7 de marzo de 1591: “fuimos a un río y paraje, que dicen de Pedro de Íñigo; quedáronse algunos compañeros este día por faltar caballos”.







En 1593, Antonio Gutiérrez de Umaña y Francisco Leyba de Bonilla emprendieron una expedición clandestina (sin autorización real) que les llevó por Texas hasta un gran rio que podría ser el Kansas o el de la Plata (Platte) en Nebrasca. Sólo el indio culiacanense Jusepillo Gutiérrez, que participó como faraute o intérprete, logró sobrevivir para contarlo. No se sabe lo que ocurriría con los caballos de esa expedición.

En 1598, Juan de Oñate organizó otra nueva expedición con 70 soldados, auxiliares indios (entre los que se encontraba Jusepillo) y 600 caballos y mulas, por Texas, Nuevo México, Arizona, Oklahoma y Kansas. Al final tuvo un enfrentamiento con los indios escanjaque (¿wichita?) y se vio obligado a regresar a Nuevo México, donde fundó la provincia de Santa Fe y la población de San Juan Pueblo.





Letrero realizado por Oñate en el Morro, Cibola County, N.M.

En 1599, el sargento mayor Vicente de Zaldívar Mendoza, por orden de Oñate, hizo una incursión por Nuevo México y Tejas con 60 soldados y el indio Jusepillo como guía e intérprete. Su intención era capturar bisontes pensando que podría llevarlos caminando a la nueva colonia de Santa Fe para abasto de la población. No pudieron llevarlos vivos pero al menos llevaron gran cantidad de carne seca.







Poco a poco aquel inmenso territorio se fue ocupando. Tras los expedicionarios llegaron las órdenes religiosas que fundaron misiones y colonos que poblaron ciudades como Santa Fe, Alburquerque, San Antonio, Nogales, San Diego, Monterrey, Tucson, San Francisco… y multitud de ranchos en donde se criaban ovejas, cabras, cerdos, vacas y caballos que se contaban por miles de cabezas. Los indios aprendieron el oficio de vaquero, a manejar el ganado, montar un caballo, domar un potro o tirar el lazo y se convirtieron en los peones indispensables para atender las labores de los ranchos. El ganado pastaba a campo abierto y los vaqueros, que tenían más de cazadores que de pastores, los recogían de vez en cuando para marcar a las crías y retirar el excedente. Lo único que diferenciaba al ganado doméstico del cimarrón era la marca en la nalga, no la forma de vivir. De manera natural, serían muchos los caballos que se alzasen, en especial los potros cuando, al destetarles la yegua, son expulsados de la manada por el semental. Los caballos alzados raptaban a las yeguas domésticas y se las llevan consigo para fundar manadas montaraces. Félix de Azara lo cuenta así en so obra Viajes por la América meridional (1808): “Tienen también la (costumbre) de formar en columna no interrumpida para embestir al galope a los caballos domésticos tan pronto como los perciben, aun a dos leguas de distancia. Los rodean, o pasan a su lado, los acarician, relinchan dulcemente, y acaban por llevárselos con ellos para siempre, sin que los otros muestren ninguna repugnancia”.

A los caballos perdidos o abandonados por las expediciones y a los alzados de forma natural hay que sumar los extraviados a causa de los ataques de las tribus hostiles, como ocurrió en el caso de la revuelta de los indios pueblo (1680) en la que más de 2.500 indios de las tribus taos, picuries, teguas y apaches encabezados por el dirigente religioso Popé se rebelaron contra los españoles, arrasaron veintiún misiones franciscanas, mataron a más de cuatrocientos españoles y asediaron Santa Fe, en donde se encontraba el Gobernador Otermín, obligando a los españoles a abandonar la ciudad y refugiarse en el Paso del Norte (Ciudad Juárez). Los españoles no pudieron regresar hasta pasados 12 años. Las haciendas y ganados quedaron abandonados.

Esta revuelta propició un muy considerable aumento de los caballos a disposición de las tribus nativas pero ellas ya eran propietarias de caballos y otros ganados desde tiempo atrás. Así se desprende de la carta que el Gobernador Otermín escribió a fray Francisco de Ayeta el 8 de septiembre de 1680. En ella relata los hechos acontecidos durante el levantamiento indígena y dice que, en el pueblo de Tesuque, los indios, tras matar a fray Juan Pío, se habían retirado a la sierra con sus caballos y los que robaron en el convento.

En aquella ocasión los indios pueblo se hicieron con más de 4.000 caballos y muchos acabaron en manos de los apaches y comanches, quienes probablemente ya les usaban en la caza del bisonte y en sus guerras.





George Catlin

Algunas tribus se especializaron en el robo de ganado en las haciendas españolas. En 1684 se produjeron ataques en Chihuahua, Casas Grandes y el Paso. Las tribus conchos, sumas, chinarras, mansos, janos, y apache se levantaron en armas. José de Neyra, Gobernador de Nueva Vizcaya informó que más de 40.000 cabezas de ganado habían sido robadas por los indios rebeldes.

En 1690 se levantaron los indios tarahumara en Chihuahua. En 1696 se volvieron a levantar los indios pueblo. El norte de México sufrió constantes ataques de las tribus hostiles hasta bien entrado el siglo XIX. Probablemente, la disponibilidad del caballo por parte de los indígenas (en especial comanches y apaches) fuese un factor determinante en el cambio de actitud de los nativos.



Los caballos españoles, unas veces por su propio pie y otras por el comercio entre las tribus, se habían extendido hacia el norte. En 1740 ya habían llegado a Canadá y todas las tribus de las praderas hacían uso del caballo.

Los indios de Norteamérica aprendieron a montar a caballo pero pocas tribus desarrollaron el suficiente criterio como para considerarles ganaderos. Sólo se conoce el caso de la tribu Nez Perce, que habitaba entre Washington y Oregón, creadores de la raza appaloosa, si bien sólo les guiaba el mantenimiento de una determinada capa. La mayoría de las tribus se limitaron a mantener caballadas más o menos grandes cerca de sus campamentos que aumentaban o disminuían en función de los robos de o a otras tribus vecinas. Eran muy severos con sus caballos y, excepto a algunos que destacaban por su pintoresca capa, no les tenían en demasiada estima. Les usaban brutalmente hasta que el animal no daba más de sí y luego lo cambiaban por otro o se lo comían.





George Catlin

Lewis y Clark, en su expedición hasta las costas del Pacífico (1806), encontraron a todas las tribus montadas y les compraron numerosos caballos, con los que pudieron realizar su viaje. Según cuentan en sus diarios, los caballos eran abundantes y de excelente calidad pero tuvieron problemas a la hora de comprarlos ya que era raro el que no tenía la cruz gravemente lastimada por las malas sillas que los indios fabricaban. Los indios, a pesar de verles lastimados, les seguían montando hasta que quedaban completamente inútiles.

Ulises S. Grant narra en sus memorias que en 1846, siendo oficial de infantería del ejército de los Estados Unidos de América, se dirigían a invadir México y encontraron entre el río Nueces y el río Grande una manada de mustangs de un tamaño incalculable ya que, tanto a su derecha como a su izquierda, se perdía en el horizonte. Era tal la cantidad de caballos que le llevó a pensar que no hubieran podido entrar en los estados de Rhode Island (4.000 km2) y Delaware (6.452 km2) juntos. También cuenta que, en aquella entrada, él montaba un joven mustang que había comprado en Corpus Cristi por 5$ y que había sido capturado en esa enorme manada poco tiempo antes.

Parece ser que durante las guerras apaches (1861-1886) la caballería de los Estados Unidos decidió montar mustangs puros para poder estar a la altura de la de los apaches, ya que sus caballos habituales eran incapaces de resistir aquellas extenuantes marchas por terrenos desérticos y con temperaturas extremas.



Declive del caballo español en USA

A partir del siglo XVI empezaron a establecerse colonias inglesas en el noreste del continente americano que, tras la declaración de independencia de 1776, darían origen a los Estados Unidos de América.

Estos colonos anglosajones trajeron a América otras razas, principalmente caballos de tiro (Belga, Percherón, Shire y Clydesdale, Shuffolk) y caballos de silla (PSI, Cob, Hunter, Cleveland Bay).

En la primera mitad del siglo XIX forzaron una gran expansión hacia los territorios del sur y el oeste, haciéndose con los territorios de Luisiana (1803), la Florida (1819), Texas (1845) y norte de México (1848). Los colonos anglosajones se encontraron con inmensas manadas de caballos mustang que poblaban las grandes praderas de la Luisiana pero no los valoraron porque les resultaban pequeños y procedieron a su eliminación o a la sustitución de los sementales por los de razas de mayor tamaño con el fin de obtener caballos de mayor envergadura para silla o tiro.

En la Florida encontraron excelentes caballos de paso fino, similares a los de Puerto Rico, Colombia o Perú, y fueron muy demandados por los hacendados por su comodidad para recorrer sus bastas propiedades. Se extendieron por todos los estados del sur hasta Virginia, Kentucky y Missouri y fueron la base para la creación de las razas de silla norteamericanas como el Tennessee Walkin Horse, Rocky Mountain Horse, Missouri Fox Trotter, Morgan y American Shadelbred.

También existía un tipo de caballo de menor talla que era el que usaban los indios semínola y chicksaw y los vaqueros o “crackers” de la Florida, del que desciende la actual raza Cracker Horse.

En Texas se mantuvieron los caballos hispanos, muy similares a los de México (de donde se siguieron importando muchos caballos) hasta la implantación del Quarter Horse como caballo vaquero.

En las ricas haciendas de California se criaban muy selectos caballos españoles pero la fiebre del oro de 1848 trastocó todo. La población humana de California pasó de 4.000 a 90.000 en 1849, y en 1855 los inmigrantes eran más de 300.000. Los buscadores de oro o gambusinos requerían caballos para acceder a los campos de oro del Norte de California y de Sierra Nevada. California agotó pronto su cabaña equina y fue necesario importar gran cantidad de caballos de otros estados.





Californios, El Hacendado y su mayordomo (Karl Nebel 1836)

Por aquella época surgieron en la Gran Cuenca o “Great Basin” empresas dedicadas a la captura de mustangs que vendían a los mineros. Estas empresas también procedieron al mestizaje de los mustang con razas norte-europeas de mayor porte (ver artículo del quarter horse) con los que surtieron al ejército norteamericano, a los colonos y a conflictos internacionales como la Guerra de los Boers o la 1ª Guerra mundial. Se estima en un millón los caballos capturados entre finales del siglo XIX y principios del XX y enviados a estas guerras.

En 1887 el Gobierno de los Estados Unidos decidió convertir a los nativos del territorio indio de Oklahoma en agricultores y poner a disposición de los colonos cientos de miles de hectáreas vírgenes. Previamente procedió a exterminar al bisonte y al mustang.

Con la entrada del siglo XX descendió la demanda de caballos para la remonta del ejército y se optó por capturarlos masivamente y dedicarlos a la fabricación de alimento para mascotas. Entre los años 1925 y 1930, la empresa conservera Schelesser Bros de Portland (Oregón) sacrificó 300.000 mustangs, cuya carne enlatada envió a Holanda y los países escandinavos.

Se calcula que más de dos millones de mustang habitaban aún en los Estados Unidos en 1900 pero en 1970 sólo se censaron 17.000 ejemplares.



Los mustang en la actualidad

El 15 de diciembre de 1971, el Presidente Richard M. Nixon firmó el Wild Free-Roaming Horses and Burros Act (WFRHBA) por la que se estableció la protección, gestión y control de los caballos y burros salvajes en los Estados Unidos. Todos los caballos sin marcar que pastaban en tierras federales pasaron a ser propiedad del Gobierno Federal y, desde entonces los gestiona la BLM (oficina de gestión de tierras)

Hoy en día las poblaciones de caballos salvajes gestionadas por la BML están restringidas al suroeste de los Estados Unidos. Hay también unas manadas aisladas en las islas del litoral de Virginia y Maryland, así como algunas más en Dakota y en el sur que no son gestionados por el Gobierno Federal.

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