martes, 17 de noviembre de 2015

ESPAÑOLES VERSUS SAMURAIS



Juan Pablo de Carrión fue un hidalgo español nacido en Carrión de los Condes (Palencia) en 1513. No se sabe dónde ni cuándo murió.

Fue acusado de bigamia y de judaizante al haberse casado con Leonor Suárez de Figueroa en 1566 cuando se había casado previamente, en 1559, con María Salcedo y Sotomayor.

En aquel tiempo, los dominios españoles se extendían al norte del océano Pacifico hasta Alaska y al oeste incluían Las Filipinas y las múltiples islas en el mismo Océano, la unión con Portugal hizo del Pacifico un lago hispano.

En 1543, Carrión participó en la expedición de Ruy López de Villalobos a las Filipinas. Magallanes había descubierto las Filipinas a las que bautizó como Islas de Poniente o archipiélago de San Lázaro. El deseo de Carlos I de encontrar una ruta comercial que desmontara el monopolio portugués de las especias hizo que, el primer Virrey de Nueva España Antonio de Mendoza y Pacheco, organizara dicha expedición.

López de Villalobos recibió el encargo de llevarla a cabo. Partió del puerto mejicano de Barra de Navidad con una flota de 6 navíos y una tripulación de unos 400 hombres entres los que se encontraba nuestro héroe.

Esta expedición descubrió, en su camino hacia las Filipinas, varios archipiélagos, entre ellos las islas Carolinas propiedad de España hasta su venta a Alemania en 1899.

Pasadas las vicisitudes de rigor de los viajes de la época, llegaron a las islas descubiertas por Magallanes, a las bautizaron como tales en honor del Príncipe Felipe.

Estando navegando y comerciando con los indígenas, recibió una carta del gobernador portugués de las Molucas, exigiendo una explicación de la presencia de la flota en territorio portugués, a lo que respondió Villalobos que estaba en territorio de la Corona de Castilla.

Expulsados por los nativos hostiles, el hambre y un naufragio, Villalobos se vio obligado a abandonar y dirigirse a las Molucas donde murió prisionero de los portugueses. Entre los 117 supervivientes se encontraba Juan Pablo de Carrión.

Tras la expedición, volvió a España donde fue tesorero del arzobispo de Toledo Juan Martínez Silíceo. En este tiempo contrajo su primer matrimonio.

Hacia 1560, volvió a Nueva España. Fue comisionado en el astillero de Puerto Navidad donde colaboró con la expedición de Andrés de Urdaneta con el galeón San Pedro y el tornaviaje del mismo galeón desde Filipinas.

Establecido en Colima, se caso por segunda vez por lo que fue acusado de bigamia y de judaizante. Le fueron embargados todos sus bienes y tuvo que volver a España para defenderse.

Solicitó a Felipe II el nombramiento de Almirante del Mar del Sur y del Mar de la China, aunque no hay constancia que le fuera concedido, pero en 1577 se dirigió a Filipinas como General de Armada.

En 1982, con 69 años, fue encargado por el gobernador de Filipinas, Diego Ronquillo, de expulsar a los piratas japoneses de la isla de Luzón.

La situación de las Islas, hacia los años 80 del siglo, era complicada. Los japoneses, que llevaban diez años comerciando con los españoles intercambiando oro por plata, aprovecharon el poco control de las islas por los españoles y los corsarios nipones obligaban a los nativos del norte del archipiélago a rendirles tributos y prestarles fidelidad y sumisión.

Desde las islas meridionales del Mar de la China, de la actual Taiwán y desde Okinawa, los piratas caían sobre el archipiélago arrasándolo todo con su ferocidad.

Los bienes desaparecían en sus manos y los nativos eran capturados como esclavos para ser vendidos en los mercados de la costa oeste de Asia.

Los primeros asentamientos japoneses en Filipinas habían sido realizados por los wokou, unos piratas muy activos en las costas chinas que en el siglo XVI alcanzaron también a las Filipinas, aunque para entonces el nombre de wokou incluía tanto a piratas nipones como chinos.

De su peligrosidad, sirvan las palabras que escribió sobre ellos el gobernador general, Diego Ronquillo, a Felipe II:

Los japoneses son la gente más belicosa que hay por acá. Traen artillería y mucha arcabucería y piquería. Usan armas defensivas para el cuerpo. Lo cual todo lo tienen por industria de portugueses, que se lo han mostrado para daño de sus ánimas…

El gobernar Ronquillo tuvo noticias de que un fuerte contingente de piratas estaba saqueando a los indígenas de Cagayán, en el norte de la Isla de Luzón.

En aquel momento, no más de quinientos españoles formaban la tropa española que servía para controlar el archipiélago, si bien es cierto que, a veces, se podía contar con el apoyo de aliados indígenas, los tagalos, unas veces aliados y otras enemigos.

Carrión, encargado por el gobernador de detener a los corsarios, se dirigió al norte en una nave ligera. Encontró a un buque japonés al que obligó a huir a cañonazos. La superioridad de los navíos artillados europeos era determinante en estos encuentros.

La respuesta de los piratas no se hizo esperar. El cabecilla de los piratas, Tay Fusa, navegó rumbo al archipiélago, a Cagayán, con 10 navíos.

Para evitarlo, Carrión consiguió reunir una flota de 7 embarcaciones: cinco bajeles pequeños de apoyo, un navío ligero, el San Yusepe, y una galera, la Capitana. En ellos consiguió embarcar a lo más granado que tenía a mano, un contingente de 40 infantes de marina de los tercios de la Armada dotados de las mejores armas disponibles.

Los piratas eran los terribles samuráis sin señor, conocidos como Ronín.

Al pasar por el cabo Bogueador, la flota descubrió un gran junco japonés que había arrasado la costa y masacrado a la población local.

Aunque el barco japonés era mucho mayor y los japoneses superiores en número, la Capitana acortó distancia para interceptarlo.

Los españoles prepararon los cañones de crujía de la galera, los falconetes y los sacres de cubierta, los hombres se cubrieron con sus armaduras y prepararon sus picas, partesanas, arcabuces y hachas de abordaje.

Cuando la Capitana alcanzó al junco le lanzó una descarga de artillería que destrozó el casco y dejo la cubierta llena de muertos y heridos.

Enganchadas las dos naves, al tener la española el bordo más alto que la enemiga, el asalto parecía fácil, pero los japoneses no estaban derrotados, ni mucho menos.

Durante el abordaje en la cubierta del junco, al ser los enemigos más de 10 veces los españoles, estos apenas podían avanzar.

Los rodeleros españoles se encontraron con los samuráis, sus armaduras y sus Katanas. La técnica de combate de las espadas toledanas que empleaban los tercios en las batallas europeas era más eficaz que la técnica usada con la Katana, además, el acero Toledano era muy superior en calidad al acero japonés. También era superior la protección metálica de los españoles frente a los petos, más bien ornamentales, de los enemigos.

Como los japoneses tenían también arcabuces, proporcionados por los portugueses, y eran superiores en número, llegaron a abordar la nave española y la batalla continuó en la misma galera. Lentamente, como si de un combate terrestre en Flandes se tratara, los españoles formaron una barrera de piqueros, con arcabuceros y mosqueteros detrás, y comenzaron a retirarse. Carrión cortó una driza de la verga mayor que cayó formando una barrera tras la que se parapetaron los arcabuceros y mosqueteros que lanzaron una descarga que causó muchas bajas a los orientales. Aprovechando la confusión creada, los piqueros y rodeleros contraatacaron llegando hasta la cubierta del junco enemigo. Para entonces, llego en auxilio elSan Yusepe que aproximándose al costado del junco descargó su artillería acabando con los tiradores japoneses que hostigaban la galera española. Ahí terminó el combate, los japoneses se batieron en retirada y saltaron al agua para intentar salvarse.

El resultado había sido un éxito, el enemigo había sufrido muchas bajas y había perdido una nave por apenas unos pocos muertos y heridos propios, entre los primeros se encontraba el capitán, Pero Lucas, un curtido combatiente, lo que demostraba el valor, la furia y el coraje del enemigo.

La flotilla continuó rio Grande de Cagayán arriba encontrándose una flota de 19 champanes, abriéndose paso a través de ella a cañonazos y arcabuzazos. Después de varias horas de combate, Carrión dejaba atrás los buques enemigos con cerca de 200 muertos o heridos.

Desembarcaron y se atrincheraron cerca de donde estaba el grueso de la fuerza enemiga. Desembarcaron los cañones ligeros y los colocaron en la trinchera e iniciaron el fuego contra el enemigo.

Los piratas quisieron negociar una rendición pidiendo una indemnización en oro por las pérdidas sufridas. Ante la negativa de nuestro héroe, los japoneses decidieron atacar, por tierra, la trinchera con 600 samuráis.

La trinchera aguantó el primer asalto, al que siguió otro. Como algunas picas les eran arrebatadas en el combate, los españoles pusieron sebo en las astas para que resbalaran y fueran más difíciles de agarrar.

Después de un tercera embestida, que prácticamente llegó a la trinchera, y sin apenas pólvora, los pocos españoles que quedaban, no más de 30, lograron resistir y aprovechando el momento, contraatacar para derrotar al enemigo provocando su huida.

Acuchillados en la huida, muchos lograron salvar la vida por correr más rápido que los españoles al ser su armadura más ligera.

Esta derrota creó un precedente, pues el pavor infundido por los Wo-cou (peces lagarto que es como llamaban a los españoles) hizo que los japoneses no volvieran a pisar Filipinas hasta la Segunda Guerra Mundial.

Pacificada la región, Carrión fundo la ciudad de Segovia (Lal-lo)
FUENTE: elcorreodepozuelo.com

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