miércoles, 24 de febrero de 2016

ESPAÑOLES EN EL PACIFICO EN LA II GUERRA MUNDIAL


El domingo 7 de Diciembre de 1941, la flota japonesa mandada por el almirante Chuiki Nagumo atacó la imponente base naval norteamericana concentrada en Pearl Harbor. Al grito de Banzai –literalmente “Mil años de vida al Emperador”-, cientos de aviones Zero nipones arrasaron la escuadra enemiga. Algunos documentos apuntan a que fueron los estadounidenses quienes pusieron el cebo a los japoneses para que les atacaran, empujándoles a entrar en una guerra en la que deseaban participar. De hecho, en Pearl Harbor no se encontraba ningún portaaviones en aquellos instantes, el tipo de barco que se mostraría decisivo en la contienda. Incluso sin cumplir este objetivo, el golpe recibido fue demoledor para la opinión pública mundial: 2.403 muertos, 1.178 heridos, 18 buques hundidos y 270 aviones destruidos. En cifras totales, una nimiedad para su imponente máquina armamentística.


El ataque no fue sino el resultado previsto entre dos potencias que deseaban expandirse por el Pacífico para ampliar su área de influencia. Inmediatamente, Estados Unidos declara la guerra a un Japón que en pocos días desembarca en Tailandia, Malasia, Filipinas, las islas de Guam, Wake, Java, Sumatra y Borneo, además de declarar la guerra a China apoderándose de Hong Kong. En el bombardeo a esta última ciudad fallecería el español Cesáreo Arana, capitán del barco filipino Arburg.


Pese a ello, la prensa franquista se apresuró en ensalzar las conquistas niponas, además de conminar a la colonia española en la zona para que cooperara con sus aliados del Eje. Penosamente no existe ningún documento que lo acredite, pero historiadores como Salvador de Madariaga siempre defendieron la certeza de que el propio Franco envió telegramas de enhorabuena al almirante Nagumo. No sólo por simpatía ideológica, también por creer que tales victorias repercutirían en la restauración de un Imperio español perdido definitivamente medio siglo antes.


Cierto era que en aquellos años se encontraban amplias colonias de españoles en países como China, Indochina, Filipinas o el propio Japón; pero también lo es que, contra los deseos del dictador español, la mayor parte de estos súbditos se decantó por combatir al lado norteamericano para expulsar a unas tropas que ellos consideraban como invasoras.




Mientras, el general Mac Arthur era nombrado comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas en Extremo Oriente y entre sus primeros soldados destacó la presencia de hijos de emigrantes españoles, pero ya con nacionalidad norteamericana. Los españoles, propiamente dicho, residentes en Estados Unidos eran 109.400 en 1940, localizados principalmente en el área de Nueva York y de New Jersey. Otro importante núcleo lo formaban pastores vascos y navarros, emigrados al país para ocuparse de los enormes rebaños de ovejas esparcidos por las montañas de Utah y Iowa…


Tras la derrota del bando republicano en la Guerra Civil Española, como sucedió en América, un número considerable de exiliados españoles fueron a las antiguas colonias españolas de Oceanía, en especial Filipinas. Esto les pilló en medio de la contienda entre Japón y Estados Unidos. En un principio, la prensa franquista ensalzó las conquistas japonesas y pidió a los españoles que habitaban allí que ayudasen a los aliados japoneses. Pese a ello, los españoles ayudaron al bando estadounidense, haciendo una guerra de guerrillas a los japoneses. Muchos además eran de origen vasco, y el vascuence o euskara se utilizó en un momento para las claves secretas entre los americanos y los españoles, pero debido a que muy pocos lo entendían, se cambió por el sioux.


La ayuda prestada por los españoles fue de crucial importancia para los americanos: "Sagarra eragin-tza zazpi" (“La Operación Manzana empezará a las siete”). Tras recibir estas palabras en euskara, miles de marines norteamericanos fueron desembarcados en la isla Tulagi y en Gualdacanal (Filipinas). Era la madrugada del 7 de Agosto de 1.942 y bajo un calor húmedo y sofocante comenzaba una de las batallas más sangrientas del Pacífico y que, a la postre, sería fundamental para reestablecer el dominio de Estados Unidos en el mar tras el ataque japonés a Pearl Harbor (medio año antes). Moralmente, era la primera victoria norteamericana tras la humillación del bombardeo nipón en Diciembre del 41. Si bien ya es sabido que varios de los idiomas de los indios fueron empleados para despistar al Ejército del imperio de Hirohito, nada se sabía de que el euskara hubiera sido fundamental en el servicio de espionaje durante la batalla de Guadalcanal.



El catedrático y escritor Daniel Arasa retrata en su libro “Los Españoles en la Guerra del Pacífico” cómo el mexicano hijo de vizcaínos Ernesto Carranza, teniente coronel del Ejército norteamericano, propuso y consiguió que se usara el euskara como idioma para las transmisiones y evitar así que los japoneses, al desconocerlo, pudieran entenderlo ni decodificarlo. Carranza era tenido en cuenta dentro de la inteligencia norteamericana ya que había estado al frente del 10º Regimiento de Transmisiones durante la invasión de Alemania. La idea de emplear el lenguaje paterno surgió en el cuartel de transmisiones de San Francisco, adonde en Mayo de 1.942 llegaron miles de reclutas desde California, Nevada, Idaho, Oregón, Montana y otros estados del Oeste. A este acuartelamiento fueron a parar también alrededor de 60 hijos de vascos que habían emigrado a la floreciente Norteamérica en la mayoría de los casos para trabajar como pastores. Muchos de ellos hablaban mal el castellano, tenían un regular inglés pero un buen euskara. Según Arasa, a Carranza se le ocurrió que, dado su uso minoritario, sería un buen idioma para ser empleado en las transmisiones más relevantes. La propuesta fue aceptada por el alto mando y, junto al euskara, se incorporaron también al servicio de la inteligencia militar varios idiomas indios como el iroqués, el oswego y el shaishai (de Dakota del Norte), además del navajo que, como se ha retratado en la película “The Windtalkers”, ya se empleaba.


Después de varias pruebas se comprobó que los japoneses no entendían los mensajes por lo que se empleó cada idioma un día distinto de la semana con la intención de despistar al enemigo. El reparto que se realizó fue: Lunes, euskara; Martes, oswego, Miércoles, iroqués; Jueves shaishai; Viernes, euskara; Sábado, clave 2x2, Domingo oswego. Primero se empleó para los convoyes de carga que navegaban por el Pacífico evitando a los aviones y submarinos del imperio del sol naciente que tras Pearl Harbor dominaban el mar. Vista su efectividad, se siguió usando para el desembarco en Guadalcanal.


Junto a Carranza participaron otros hijos de vascos como el capitán Nemesio Aguirre y los tenientes Fernández Bacaicoa y Junana. En San Diego (Estados Unidos), las órdenes eran redactadas en inglés pero se traducían al euskara para transmitirlas al jefe de la flota y al resto de almirantes.



La primera orden concreta para el asalto se remitió el 1 de Agosto de 1.942, "Egon arretaz, X egunari" (atención al día X); ese día elegido era el 7 de Agosto. A ésta le siguieron otras como "Gudari-talde asko 100.000" (las tropas japonesas ascienden a 100.000 hombres -cifra que luego se demostró ser muy exagerada-), "lurrepaira idarrepairaindartsuak" (poseen fuertes trincheras y fortificaciones) o "aurreta zuhaitzairi" (atención a las copas de los árboles). Pero el mensaje más relevante se emitió en la madrugada de ese 7 de Agosto: "Sagarra eragintza zazpi" -la operación manzanacomenzará a las siete-. A esa hora se había decidido desembarcar sobre el islote Tulagi y sobre Guadalcanal, una isla casi deshabitada donde Estados Unidos quería empezar a recuperar su supremacía…. Al menos, se conoce la existencia de cuatro especialistas en comunicación cifrada vascos que desembarcaran en Guadalcanal (incluso los nombres de dos de ellos: Serafín Ortaola y Miguel Gartzaron), junto a otros camaradas indios.


No obstante, esa ayuda la pagaron cara los españoles. Aparte de soldados, también había muchos misioneros, que sufrieron de una gran persecución por su condición de religiosos. En la isla de Saipán, el gobernador militar llegó a decir "La Iglesia Católica no debe ser algo bueno cuando Hitler en Europa la persigue tanto". Y es que los misioneros instalados en Saipán fueron de los que peor lo pasaron. Fueron aislados en domicilios con escasez de alimentos y medicamentos, y los japoneses los utilizaban de escudos, utilizando los conventos como almacén de municiones, sabiendo que los americanos no los bombardearían. Muchas monjas estuvieron a punto de ser fusiladas, simplemente por encender un fuego para calentarse o por hablar entre ellas, pues los japoneses sospechaban que colaboraban con MacArthur. Ni siquiera la liberación americana era de buena noticia para los misioneros mientras hubiese soldados japoneses cerca. Siete jesuitas desplazados a las islas Carolinas y Marianas fueron asesinados por las tropas niponas cuando se enteraron que Saipán cayó.


En 1.944, con los aliados ya cerca de alzarse con la victoria, el siguiente paso era la conquista de Filipinas, que cortaría a los japoneses el envío de petróleo de Malaca y Sumatra. Tras el desembarco, llegaron a Manila, donde se inició la mayor masacre de todo el frente pacífico. Allí se encontraban 1.700 españoles. Con la ciudad a punto de ser conquistada, los oficiales japoneses ordenaron sacar a cientos de civiles españoles y filipinos para ametrallarlos a sangre fría. Las mayores matanzas fueron en el barrio de Intramuros, donde se intentaron ocultar de en los edificios religiosos. Pero entonces los japoneses prendieron fuego a los edificios con los ocupantes dentro y también lanzaron granadas dentro, para disparar al que saliera a fuera. A otros se les enterró vivos o se les asesinaba sin más. Hubo un caso de una niña de 5 años, Ana María Aguilella, que sobrevivió a 16 bayonetazos. Un informe cifró en 12.700 los civiles masacrados…



Con la masacre de Manila la prensa franquista cambió drásticamente de opinión, hablando de "vesania nipona". Ningún aliado podía hacer algo semejante a ciudadanos españoles. Ahora se les trataba como enemigos acérrimos. Fue ahí cuando se planteó la declaración de guerra a Japón. No había riesgo -ya que la guerra estaba prácticamente acabada- y sería un buen método para quedar bien con los aliados tras la ayuda prestada al Eje. Aunque la idea fue finalmente desechada, el ministro de Asuntos Exteriores, José Félix de Lequerica, entregó al ministro plenipotenciario nipón en Madrid, Yakishiro Suma, una notificación de la ruptura entre ambos países.


“Es poco conocido que Franco quiso declarar la guerra a Japón cuando ya se advertía la derrota del Eje en 1945 y que incluso se concibió el envío de una nueva División Azul con tal fin. El episodio refleja el carácter zigzagueante de la diplomacia franquista –que pasó de admirar a Japón a convertirlo en enemigo– y cómo los clichés sobre los "bárbaros orientales" impregnaron la visión española del imperio nipón. "Parece como si fuéramos a declarar la guerra a Japón", espetó el ministro de Exteriores español José Félix de Lequerica al agregado militar británico en Madrid, Windam W. Torr, en una cena informal. Era marzo de 1945, cuando el Tercer Reich vivía sus últimos meses y era obvio que los Aliados ganarían la guerra” (Florentino Rodao: “Guerra a los bárbaros de Oriente”).


No todos los españoles allí confinados eran exiliados. Entre ellos se encontraba Andrés Soriano, fundador de Cervezas San Miguel, hombre más rico de Filipinas y que prestó ayuda al bando rebelde durante la Guerra Civil y héroe del Pacífico, fue además un amigo personal del general MacArthur. Otro destacado personaje fue Leoncio Peña, que perteneció a una escuadra en la que solo quedaron dos supervivientes. Tras luchar en Okinawa, fue trasladado a Estados Unidos, donde recibió la Estrella de Bronce por méritos de guerra, la Medalla del Corazón Púrpura y la del Racimo de Hoja del Roble. Cabe destacar también al inventor, aviador e ingeniero Heraclio Alfaro Fournier (nieto del fabricante de naipes), que proporcionó grandes innovaciones y mejoras en los aviones americanos, se le puede considerar como el pionero en el campo de los motores voladores. También al jesuita Pedro Arrupe, que destinado en una misión de Nagatsuka (cerca de Hiroshima), socorrió junto a otros misioneros a los heridos y ayudar a incinerar a los fallecidos que sufrieron la detonación de la bomba atómica
FUENTE:forodeculturadedefensa.blogspot.com

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