jueves, 18 de febrero de 2016

LOS HIDALGOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI


El hidalgo es uno de los fenotipos más característicos de nuestra historia moderna. Aunque surge antes de los siglos XVI y XVII, es en esta época cuando adquiere unas connotaciones peculiares y específicas dentro de la sociedad castellana y dentro del estamento nobiliario al que pertenece. Connotaciones que, por otro lado, han influido en el carácter castellano posterior, tan apegado a las tradiciones y al conservadurismo.

Es preciso conocer algunos puntos previos a sus formas de vida y mentalidad, para comprender mejor el fenómeno.

Empezando por la denominación de hidalgo, que parece ser de origen confuso. En algunos momentos aparecerá como sinónimo de nobleza en general. Domínguez Ortiz, al estudiar la sociedad española del Antiguo Régimen y hablar de los estamentos privilegiados, les llama nobles o hidalgos (1). Diego Soto de Aguilar nos dice que en un principio a los nobles se les denominó "infanzones", con el comienzo de la Reconquista, pero más tarde serán hidalgos (2). Los textos antiguos nos dan algunas variaciones, paralelas a la evolución lingüística, tales como: fijos dalgo, fidalgos, hijosdalgo, hijos de algo e hidalgos finalmente. Se han considerado tres posibles orígenes de esta palabra:

1. Procedencia del "itálico latino" .-Se ha relacionado al hidalgo con el itálico latino, que gozaba de los derechos de ciudadanía en los tiempos del Imperio Romano, centrándose. sobre todo en la exención de impuestos que tenía. La palabra derivaría, equivocadamente, a "italcos", y después a "hidalgos".

2. Posible origen godo .-EI hijo del godo está también libre de pagar impuestos y pertenece a la nobleza. La palabra pudo derivar a "hidalgod" y posteriormente a "hidalgo".

3. Origen castellano .-Parece el más acertado. Es en las "Partidas" de Alfonso X donde hallamos la razón de ello. Según éstas el rey debía escoger para la guerra "hidalgos", hombres de buen linaje, que teniendo vergüenza, sirvieran mejor en ella (3). Desde este momento pervivió la palabra, encontrándola aún en el Diccionario de Autoridades definida como: "La persona noble que viene de casa y solar conocido, y como tal está exento de los pechos y derechos que pagan los villanos".

Desde el siglo XVI la denominación de "hidalgo" se reserva, en Castilla, para la nobleza de rango inferior, desprovista de. derechos jurisdiccionales y de escaso nivel económico y relieve socia.!. Acentuándose estas características en el siglo XVII. Por las mismas fechas, en Aragón y Navarra, se denominaba aún "infanzón" a su homónimo, siendo la capa más baja y extendida de la nobleza de estos lugares, y distinguiéndose de los simples labradores en que gozaban de doble proporción en los aprovechamientos comunales y estaban exentos de pagar pechos o contribución directa al rey.

La función y forma de vida del hidalgo irán cambiando con el tiempo. Las necesidades de la Reconquista y las turbulencias políticas de la época de los Trastámara, junto con el acceso al poder de los Reyes Católicos, favorecerán las concesiones de hidalguía con los privilegios consiguientes. La diferencia con el resto de la nobleza no se manifiesta a efectos legales, confundiéndose con ella en la forma de vida, aunque no en el origen (4). La concentración de poder en manos del rey influirá en la configuración de este grupo a partir del siglo XVI, junto con otras circunstancias específicas de la historia de España. Los cambios en el sistema de poder y la administración, así como la situación política y económica del siglo siguiente alterarán las funciones primitivas de la nobleza, des mitificando paulatinamente a estas élites de poder. La pérdida de sus funciones bélicas (sentido de su nacimiento en el Medievo), impuesta por las necesidades nuevas del ejército moderno -caducidad del combate individual, importancia de la infantería, introducción en el ejército nacional de elementos del estado llano, etcétera- elimina el carácter de "defensores del pueblo" que les daría en principio la supremacía social. La entrada masiva de burgueses en las tareas de Estado, con la consiguiente concesión de hidalguía, lleva a la nobleza a cerrar sus filas, intentando defender este monopolio. Se empiezan a endurecer las condiciones del "honor estamental" y se exige sangre de alta nobleza para ocupar dichos cargos. Los principios de esta función integradora se centrarán en torno a su poder económico, al honor y al poder político, como salvaguarda de sus valores tradicionales. Por ello, sólo una capa, la cabeza de esta nobleza, salvará su condición como tal, ya que sólo ella cuenta aún con recursos económicos suficientes. Fuera quedarán sectores de la población que antes se consideraban la base o el primer escalón de la nobleza, caso del hidalgo y del escudero. La resistencia a verse excluido de los privilegios de este estamento es lo que lleva al hidalgo a vivir y comportarse de una forma particular, recogida tan maravillosamente por nuestra literatura del Siglo de Oro.

¿Cómo adquiere el hidalgo su condición?

Según la denominación de las Partidas, ésta venía por la sangre. En un principio el rey no podía hacer hidalgos. Pero desde finales del siglo XIV y en el XV, con motivo de las guerras civiles que dividieron Castilla, los soberanos recurrieron a la concesión de una avalancha de títulos de ennoblecimiento con el fin de reclutar partidarios. La misma denominación de Enrique II, "el de las mercedes" hace alusión a lo dicho. La práctica se hizo crónica a la dinastía, rematada por los Reyes Católicos en dos momentos cruciales, la guerra civil contra la Beltraneja y la toma de Granada, en que el número de concesiones de privilegios de hidalguía fue considerable. Con Carlos I se prohibe la concesión de nuevas hidalguías, intentando devolver a éstas el carácter de sangre. La causa fundamental debió ser la protesta de las Cortes y los concejos, que veían disminuir el número de pecheros frente a las cargas impuestas al municipio. Este rey revocará algunas concesiones, pero, en general, se confirmarán la mayoría de los privilegios concedidos anteriormente. Por consiguiente, desde el siglo XIV hasta este momento, el acceso a la hidalguía está estrechamente vinculado a la coyuntura política, y más específicamente a la guerrera. Se recompensó a los servidores de la Corona y se consolidó una élite, cuya colaboración era indispensable a la monarquía. Desde este momento, las necesidades financieras de la Corona llevarán a ésta a vender títulos, como vía de mantenimiento del tesoro. La profusión de concesiones de hidalguía será menor, no obstante, favoreciendo a la alta nobleza con la concesión de, altos títulos.

Conviene conocer asimismo los privilegios concretos de que gozaban los hidalgos. Prácticamente eran los mismos de que disfrutaba el resto de la nobleza. Aparte de la consideración social que daba el rango de pertenecer al estamento nobiliario, el privilegio fiscal era quizá el más importante. Estaban exentos de impuestos directos y cargas concejiles (sisas, alojamiento de tropas, etc.). Aunque el pago de impuestos, más que un perjuicio material, supusiera una ofensa para la nobleza, en los momentos de penuria será también un alivio económico para el hidalgo, dada su hostilidad al trabajo y el riesgo de deshonra que puede traer éste consigo..

Otro tipo de privilegios eran los de orden penal. No se les podía someter a tortura, salvo en casos muy extraordinarios. Tampoco podían ir a prisión por deudas. Sus bienes estaban exentos de confiscación. No podían ser azotados, ni ahorcados. No podían ser conducidos a galeras. Además muchos cargos les estaban reservados.

Según las cartas o ejecutorias de su condición, se llega a la conclusión de que había varios tipos de hidalgos:

1. Hidalgos notorios de solar de vengar 500 sueldos a Fuero (5). Son los de origen más antiguo. A veces el solar de su propiedad da nombre a la familia (los Lara, los Guzmán, los Avila, los Córdoba...).

2. Hidalgos de sangre, son los hijos o nietos de los que tienen ya la hidalguía. A veces no se les considera como tal si no demuestran varias generaciones anteriores con tal condición.

3. Hidalgos de privilegio, son los que reciben de los reyes este privilegio, por servicios prestados a la Corona.

4. Hidalgos de ejecutoria. Se denominaba así a los que litigaban y obtenían confirmación de hidalguía. Era la confirmación de una posesión anterior de hidalguía, previa demostración de ello.

5. Hidalgos de gotera o de canales adentro, son los que no han podido demostrar la hidalguía más que en ellos y en su padre. Gozan de hidalguía en su lugar de residencia, pero no fuera de él.

Uno de los problemas que se planteará cuando la nobleza cierre sus cuadros será el de la probanza de hidalguías. Para tener la hidalguía se tenía que demostrar que, se poseía, al menos, desde tres generaciones anteriores para considerarse inmemorial a fuero de España. Los títulos acreditativos de hidalguía eran la "carta de merced", que los reyes concedieron al primero de cada linaje y la "ejecutoria" o "confirmación". A veces, con el paso del tiempo o los traslados se pierde, la memoria del linaje y consiguientemente la hidalguía. Si se extravía la carta de merced, y se puede de mostrar la hidalguía, se extiende una confirmación o privilegio de confirmación, también de nominado ejecutoria.

Ya hemos definido las diferencias que había entre infanzón e hidalgo. Son denominaciones distintas, según el momento, para un mismo caso; sin olvidar que el concepto de hidalgo no es general a la nobleza en la Edad Moderna, O se utiliza más específicamente. Los infanzones fueron los que en un primer momento acompañaron al infante Don Pelayo en el inicio de la Reconquista. Su denominación en superlativo surge para manifestar la superioridad de éstos sobre los otros infantes (soldados a su cargo). Son los que fundan las primeras casas solariegas y de ellos proviene la más rancia nobleza.

Otras veces se ha asimilado el caballero al hidalgo. Aunque hay aspectos que les acercan, el ser caballero no implica tener la condición de noble. Es cierto que en la Edad Media sólo se daba la caballería a personas calificadas y nobles, pero en el período conflictivo del siglo XIV y XV se concedió a los que podían mantener un caballo y comprar sus armas. Estos también estaban exentos del pago de tributos. Solamente los caballeros de "la espuela dorada", título honorífico, eran nobles, y no eran pocos los hidalgos que aspiraron a tener tal deferencia. Como dice Diego de Soto, "el ser hecho caballero. ..no infiere haber nobleza ni tampoco villanía", era un estado intermedio. El ser caballero podía ser una antesala de la hidalguía, y de hecho muchos caballeros llegaron a tal estado en el siglo XVI.

Si nos interesamos más particularmente por el hidalgo castellano, será preciso ahondar en la distribución geográfica y número de hidalgos que hubo en España para entender mejor su comportamiento. Parece que en Castilla existieron más hidalgos que en Aragón. Las cifras dadas por los autores no acaban de ponerse de acuerdo, pero según la opinión fiable, de Domínguez Ortiz eran 137.000 los hidalgos castellanos, dentro de una población de 1.294.995 vecinos en esta zona, en el s. XVI (6). En este siglo ya se ha iniciado el repliegue de la nobleza, siendo reducido el número de Grandes y Títulos del reino, en proporción con todo el estamento, en su mayor parte formado por estos hidalgos venidos a menos. No sólo hay diferencias entre los distintos reinos, sino que también se observan dentro de Castilla. El reparto desigual de los hidalgos, por la entonces castellana geografía, obedecía a los imperativos de la Reconquista y a los avatares políticos del s. XIV y XV, ya citados.

-En la franja norteña, Cantabria y regiones colindantes, casi toda la población es hidalga. Aproximadamente son la mitad de los que hay en toda la Península. Apenas hay grandes títulos. En la zona de Vizcaya y Guipúzcoa casi todos poseen esta condición en virtud de fuero.

-En la zona del Duero su número es elevado, formando grupos bastante compactos en algunos Grandes y Títulos de gran riqueza.

-La zona del Sur (Castilla la Nueva, Extremadura y Andalucía) es menos pródiga en hidalgos. El ser hidalgo en esta zona es un hecho social menos considerado. Por otro lado los pocos que hay, junto con los grandes títulos suelen tener grandes posesiones.

De esta situación se deduce que en el Norte por ser más o menos iguales no se considera el hecho socialmente dentro de la zona. En el Sur son pocos y están bien situados. Mientras que en la zona central son numerosos, pero minoría respecto a la población total, y no tienen grandes posesiones, aunque se empeñan en marcar las diferencias con el pueblo llano. De esa situación intermedia derivarán muchos de los problemas del hidalgo de esta zona.

Existen también diferencias de residencia y ocupación. El hidalgo suele buscar para vivir la capital de partido, o en segundo lugar villas importantes. La razón es doble, por un lado responde a las modalidades de la Reconquista y por otro a que la ciudad ofrece más honores al hidalgo y le distancia de los trabajos manuales. Además los hidalgos arruinados esconden mejor su miseria en las ciudades, donde hay más gente y les conocen menos. Las ciudades de mayor concentración de hidalgos son: Madrid, que siendo corte con Felipe II, concentra un tercio de su población en los hidalgos, siempre esperando algún cargo o distinción; Toledo, antigua capital de la corte itinerante, posee un cuarto de su población de condición hidalga; Sevilla sólo concentra un 15 por 100. Los negocios ocupan aquí un importante lugar, quizá por ello sientan menos predilección en habitarla; además téngase en cuenta que en esta zona abundan menos.

En el Norte sucede lo contrario. La mayo ría de los hidalgos viven en el campo y además cultivan sus tierras sin perder la categoría de noble. Habitan en, pequeñas comunidades y a veces aislados en granjas donde vive una sola familia y es hidalga.

Curiosamente habrá ciudades que tengan el privilegio de no dejar residir en ellas a ningún hidalgo, como es el caso de Yebra (Madrid), por la cuestión de las exenciones (7). De cualquier manera, hay un porcentaje elevado que prefiere las ciudades; anhelan residir en la Corte, donde esperan obtener alguna prebenda, pero estas caen siempre en manos de la nobleza superior y así se va oscureciendo más esta numerosa, pero indefensa capa. No viendo realizados sus sueños tornan a sus villas provinciales, acentuándose con el tiempo su carácter rural y distanciándose cada vez más de las tareas políticas y militares.

Un caso muy particular es el de los hidalgos vascos. Estudiado el tema por Vicens Vives y Domínguez Ortiz, ambos vienen a coincidir en sus conclusiones. La peculiaridad foral de Vizcaya y Guipúzcoa -exención fiscal, régimen civil y criminal propios, tribunales especiales, etc.-, asimilaba a los vascos a la condición de nobleza. El reconocimiento de hidalguía general por los reyes, se encuentra reflejado en una serie de ordenanzas, así como en las Juntas Provinciales y en el Fuero Nuevo de 1526. Al parecer esto se debía, en parte, al tipo de hábitat disperso. Casi todo el mundo tenía casa y solar conocidos y se esfuerzan en mantener la separación con otro tipo de pobladores para evitar la mezcla de sangre (8).

Domínguez Ortiz, mantiene que el carácter de hidalguía de los vascos se debía más a un equívoco, que ellos habían sabido explotar, que a una realidad. Más que nobleza, existía entre los vascos una serie de costumbres peculiares. No había diferencia entre pecheros y privilegiados como en otros lugares. Al no existir, pecheros como tales, el gobierno ante el dilema, decidió que si los vascos no eran plebeyos eran hidalgos. El hecho, a parte de las ventajas materiales que trajera para los vascos, desencadenó cierto racismo frente a los moradores de otras tierras que se asentaban en la zona, que no poseían derechos civiles plenos. Incluso se llegó a exigir en Guipúzcoa la condición de hidalguía para poder residir allí (Cortes de Cestona, 1527). Tampoco se permitía el asentamiento de cristianos nuevos o gentes de otras razas, decretándose en la Junta de Corregimiento de Vizcaya, en 1566, la expulsión de moriscos y gitanos del territorio. Así, como dice Domínguez Ortiz, "lo que empezó siendo un sano movimiento defensivo contra los excesos de una sociedad demasiado jerárquica y una salvaguarda de su antiquísima y peculiar democracia, vino a teñirse con un colorido racista que desde entonces ha influido profundamente en la mentalidad de aquellas provincias". Aunque también es cierto que, dada su superpoblación y la escasez de recursos de aquellos momentos, la necesidad de luchar contra la inmigración contribuyó a tener un alto grado de pureza racial y cultural.

Salvados estos preámbulos, entramos de lleno a configurar el carácter y condición social del hidalgo castellano de la época moderna. El "status" social y económico del hidalgo variaba de unos casos a otros; había hidalgos ricos y pobres; unos procedían de familias de rancio abolengo y otros lo eran por reciente nombramiento; algunos tenían posesiones en el campo y otros en las ciudades, viviendo con las altas capas. Pero en el espacio territorial de Castilla la Vieja, en los siglos XVI y XVII, una gran mayoría apenas poseía más que su escudo de armas, y como dice Elliott le "esculpían en las fachadas de sus casas, en las iglesias, las tumbas, los conventos, con una profusión propia de un mundo en el que la heráldica era la clave indispensable para todas las sutilezas de la situación social" (9). Desde finales del s. XVI y durante el XVII, con la decadencia española, sólo una minoría de nobles -los Grandes, Títulos y algunos hidalgos- podían mantener una condición social y económica distinguida. Como lo prueban los padrones fiscales, la situación del hidalgo es cada vez más crítica, apareciendo con frecuencia en ellos el calificativo de "pobre" o "mendigo", junto al de exento. La estabilización de las rentas le pone en posición económica difícil en momentos de inflación. Carente de medios propios, se obstina en mantener su honor y orgullo de casta y los privilegios que ésto le reporta. La sangría demográfica de Castilla y el abandono de las tierras no son suficientes para que este hidalgo arruinado labre sus propiedades y, enemigo del trabajo manual, prefiere vivir como un mendigo a perder su condición. Víctima de la vida cara (que ésto exige), cuando cambia la coyuntura, se aferra a sus blasones y da lugar a un tipo bastante común de hidalgo ocioso y hambriento, eterno pretendiente y acosador de ministros, ridiculizado por la literatura de la época y por el pueblo llano. El boato, tan unido a la condición de noble, les lleva a arruinarse en acontecimientos sociales y familiares, intentando exteriorizar lo que en realidad no poseen.

Su vinculación a los negocios es ambigua; algunos están vinculados a la administración financiera del Estado, pero sólo aquellos de hidalguía probada. Son pocos los que se vinculan al comercio. Aunque esta práctica no era incompatible con la hidalguía, ya que era una actividad propia de judíos y burgueses (tercer estado). La particular consideración social de la época llevó a pocos hidalgos al riesgo de perder su condición; pese a las malas condiciones de vida, dedicaba más tiempo a construir tablas genealógicas que demostrasen la existencia de antepasados nobles y le permitieran ocupar un cargo estatal, reserva, casi exclusiva, de la alta nobleza

La lucha del hidalgo por impedir la división paulatina que se está dando dentro del estamento nobiliario es inútil. Ya nunca podrá ejercer unas funciones políticas y militares como en su origen. Socialmente encuentra la oposición de la alta nobleza y del estado llano. Estos ataques se dirigían más a los de reciente ennoblecimiento. A pesar de que el s. XVI fuera un freno en la concesión de hidalguías había una auténtica codicia de ellas. La situación, cada vez más exhausta, del tesoro, favoreció estas apetencias, produciéndose desde 1520 subastas de títulos, aún en contra del parecer de las Cortes. El fenómeno se acentuó al siglo siguiente, sobre todo en el reinado de Carlos II; la corona, ante la crisis galopante, no dudaba en, cambiar títulos por ducados. De esta manera, si los hidalgos empobrecidos, en su afán de aparentar, provocaban las chanzas del estado llano, los recién ennoblecidos provocaban su ira. Por el momento, los plebeyos, ante el desconocimiento de una sociedad igualitaria, aceptaban de buen grado la jerarquización, pero no toleraban que iguales suyos -por el mero hecho de tener dinero- pasasen a formar parte del estamento privilegiado.

Las Cortes se hicieron eco de este descontento en numerosas ocasiones. Recogemos las protestas de 1592, emitidas en este sentido: "Del venderse las hidalguías resultan muchos inconvenientes, porque las compran de ordinario personas de poca calidad y ricas. ..y para todo género de gentes es odioso el vender hidalguías porque los nobles sienten que se les igualen, con sólo comprarlo a dinero, personas de diferente condición y que escurezca la nobleza. ., y los pecheros sienten que los que no tuvieron mejor nacimiento que ellos se les antepongan por sólo tener dineros...". Lógicamente el malestar del estado llano provenía de una imposibilidad material de acceder a dicha condición. Eran muchos los pecheros que utilizaban todo tipo de artimañas para poder escapar de su condición de contribuyente. Por otro lado, aunque la nobleza era una mino ría, su estilo de vida y sus ideales eran defendidos e imitados por toda la población. Por esta razón, otro foco de protestas importantes eran los concejos, que no cesaban de embarcarse en largos y costosos pleitos para evitar el aumento de hidalgos. Se oponían a admitirlos en sus padrones con la distinción de nobles o hidalgos, pues así las cargas serían más pesadas si los contribuyentes disminuían. Era un grave perjuicio para los que pechaban... "...son más los hidalgos que los pecheros, lo cual en muy gran perjuicio para los que pechan, sería gran bien remediarse si se pudiese" (10). Sin embargo, esto estaba lejos de cumplirse; la vanidad nobiliaria, auténtica plaga social de la España de los Austria, explica el alto número de concesiones y la codicia que las rodea.

Y mientras esto sucede, el pariente pobre de la nobleza, nuestro hidalgo venido a menos, se esfuerza por mantener los símbolos externos del alto estamento. Así se entienden las largas disputas en la cuestión del tratamiento, si ha de utilizarse el "vos" o el "vuesa merced" ; la desasosegada preocupación por demostrar la posesión del título; la preferencia que dan al cuidado de la indumentaria como signo distintivo frente al plebeyo, porque se equipara al "hombre de poco honor" con aquel que es .vil y de baja suerte" y además mal vestido" (11); el empeño por difundir que comen manjares, los cuales sólo ven en los mercados durante sus improductivos paseos matinales; las diferencias que intentan mantener en el lenguaje, haciéndolo culto y refinado, con torpes citas, ya que no les es posible una educación selecta -cada vez son mayores las exigencias para entrar en colegios y universidades; se exige probanza de nobleza alta y ello supone dinero para los múltiples gastos que esto conlleva-; la preferencia que manifiestan por determinados deportes o placeres, inventando en sus conversaciones momentos, no vividos, en la caza o en la guerra; el empeño en llevar el arma constantemente, que sólo a ellos, "los nobles", les está permitido. Aunque su función militar ha decaído no la olvidan un sólo día, dispuestos a utilizarla en luchas callejeras para salvar su honra, como .reminiscencia de su actividad luchadora" (12).

Resulta curioso observar cómo en España, a medida que disminuye la importancia de las funciones tradicionales de la nobleza, Se produce un aumento de las exigencias del honor. Y es que el honor es el único recurso de estos "hidalgüelos" sin hacienda; el honor, patrimonio tanto de nobles como de plebeyos en esta época, es el arma constantemente invocado por ellos; el honor, que junto con los blasones, les acabará esterilizando como miembros productivos de la sociedad, pues aún los que eran ricos al comprar su título dejarán de ejercer sus antiguas ocupaciones al adoptar la forma de vida del noble. En casos extremos, prefieren la miseria al trabajo. Son pocos los que trabajan para subsistir y si lo hacen, emigran de su lugar de origen donde nadie les conozca y puedan evitar la vergüenza de esta descalificación social. Indudablemente esta proliferación de hidalguías contribuye a la mala situación económica de nuestra época moderna, por la particular concepción del trabajo que existe, y no es sólo la opinión extranjera del momento la que lo pone de manifiesto, testigos españoles lo confirman. Cellórigo manifestaba ya entonces este defecto: .Lo que más apartó a los nuestros de la legítima actividad que tanto importa a la república ha sido el gran honor y la autoridad que se da al huir del trabajo" (13).

El honor, en esta época, no es una cuestión personal, sino condición social. La nobleza se aferra a él para mantener la estamentalización, los privilegios sociales y jurídicos. Es un factor de integración social; las, mismas clases llanas lo defienden en un intento de apoderarse de los valores de la nobleza. Sin embargo, en esta época el honor se empezaba a vincular a la riqueza y en vano se gastaba el hidalgo defendiéndolo en duelos y pendencias. No puede mantener los gastos que le exigen las múltiples probanzas a las que se ve obligado, si quiere acceder a los puestos reservados a la nobleza. La administración requiere personas preparadas y para llegar a tener esta preparación hay que probar la limpieza de sangre; se tienen que pagar testigos, escribanos, viajes, etc. Las becas en los colegios quedan reservadas para los más ricos. De esta manera se ven privados del medio de preparación intelectual y técnica requerida para atender debidamente las funciones del poder, y por lo tanto alejados de él.

El honor configura una mentalidad particular en el hidalgo, que también tiene su concepto particular de él. Lo centra en la resurrección de las antiguas costumbres de la nobleza, sobre todo en su misión defensora del pueblo, en el culto al oficio de armas. Pero, siendo cada vez menos necesarios en el ejército, se sienten despreciados y se obstinan en hacer uso de ellas cuando no hay motivo, argumentando "cuestión de honor".

Su nivel cultural es bajo, aunque no lo admitan, y por el contrario se empeñen en defenderlo: "Tengo hasta seis docenas de libros", dice con énfasis Don Diego de Miranda, como si concentrara todo el saber del universo (14). Lo cierto es que leen cosas confusas, repartiendo sus gustos entre, los temas de caballería, amorosos y religiosos. La novela de caballería alcanza un auge notable y ello tiene su explicación en el intento de resucitar el ideal caballeresco aparejado a las funciones tradicionales de la nobleza, pero en desuso en este momento. La profusión de este tipo de literatura es tal y tan nefasto que provocará la creación de un antídoto literario tan fuerte como "El Quijote", de Cervantes. En esta obra se da noticia del gusto por las novelas de caballería y sus perjuicios (15).

Su religiosidad es tradicional y muy simple. Como en todo, son hostiles a la novedad, más si proviene del Estado, advirtiéndose en ellos gran provincialismo. Estas características, aun que nos pese, se han mantenido bastante apegadas al carácter castellano posterior.

Para finalizar hay que hacer constar que la mejor fuente para conocer a este hidalgo de baja condición ha sido nuestra literatura del Siglo de Oro. De gran riqueza, en momentos de mala coyuntura política y económica, se hizo eco de este conservadurismo, criticando la sociedad española del momento. Nadie mejor que ella nos ha reflejado las características sociales y mentales del hidalgo. Defensora de las estructuras jerárquicas de la sociedad no fue buena madre de este hidalgo sin fortuna, famélico y orgulloso de su rango.

Ya hemos citado.. "El Quijote", la obra de Cervantes como un documento importante para conocer al hidalgo. No hay que olvidar el objetivo recriminatorio de la misma, pero es sin duda la que mejor ha reflejado el modelo descrito. En su primer capítulo nos describe a este hidalgo oscuro, de escasa hacienda, a juzgar por lo poco que comía y lo que ésto le consumía de aquélla, no llegándole los sábados que los pasaba en "duelos y quebrantos". Nos habla del cuidado que pone en la vestimenta; de cómo es amigo de la caza; de que el ocio es su actividad fundamental y lo ocupa en la lectura de novelas de caballería, que acabarán por hacerle perder la razón y realidad de las cosas. En este aspecto es donde se puede descubrir la incapacidad o resistencia del hidalgo a la situación y los cambios del momento. Las armas olvidadas de los bisabuelos se sitúan en lugar privilegiado, cuando están relegadas de tal servicio. La misma descripción del estado de tales armas es un símbolo de lo antedicho. Y en general, toda la descripción de Don Quijote nos refleja ese carácter trasnochado de estos individuos, olvidados en un ambiente rural y provinciano, que se resisten a aceptar su condición de segundo plano. También la pobreza se hace amiga inseparable de la hidalguía.

El refranero nos confirma la idea de que el poder se asocia más a la riqueza que a la sangre: "Pobreza no es vileza, mas deslustra la nobleza", o también "Espinosa de los Monteros, muchas torres y pocos dineros", proverbio muy concreto de una villa que en el siglo XVI tenía censados 531 vecinos, de los cuales 524 eran familias hidalgas y siete clérigos.

El hidalgo famélico está inmortalizado en numerosas obras. El Don CIeofás Leandro Pé rez Zambullo, "hidalgo a los cuatro vientos", del "Diablo cojuelo", o el Don Marcos de "Castigo de miseria" de María de Zayas y Sotomayor, "un hidalgo tan alto de pensamientos como humilde de bienes de fortuna" que, sólo posee una cama, son algunas muestras.

El mismo "Lazarillo de Tormes", aunque habla de un escudero nos da una visión pro funda del fenómeno en su tratado tercero. Abandonando su lugar de origen, el tercer amo de Lázaro, llega a Toledo para ocultar su miseria, resentido del trato discriminatorio que le dan otros nobles de rango superior. Muy expresiva es la descripción del cuidado que pone en la indumentaria y del hambre que pasa disimulando ante Lázaro- sin olvidar las fórmulas galantes y finos modales que caracterizan a la nobleza. Su aversión al trabajo le impide pagar el alquiler de una casa vacía, y lo que considera una deshonra acaba echándole encima la justicia.

La tan traída y llevada honra adquiere un papel preponderante en el teatro, del Siglo de Oro. Basta echar una ojeada a numerosos títulos de la época: "El médico de su honra", "El pintor de su deshonra", "La victoria por el honor" de Calderón de la Barca; o el tema central de las obras en el caso de "El alcalde de Zalamea" de Calderón, "Fuenteovejuna" de Lope de Vega. La supuesta honra queda muchas veces en entredicho. con afán de distinguir entre los que tienen honra y los honrados, aunque no sean nobles, caso del "Guzmán de Alfarache" de Mateo Alemán. La sangre es atacada como un medio imprescindible para tener honor, "toda la sangre, hidalguillo, es colorada", dice Quevedo en "El sueño del Infierno". Las mismas frases se repiten en Lope y Pedro de Medina.

La burla literaria no descuida los apuros que el hidalgo pasa buscando la forma de demostrar su honra y su hidalguía: "Tenía una desdicha...que fue ser hidalgo. ..tenía una ejecutoria tan antigua, que ni él acertaba a leer, ni nadie se atrevía a tocarla, por no engrasarse en la espesura de sus desfloradas cintas y arrugados pergaminos, ni los ratones a comerla, por no morir rabiando del achaque de esterilidad" se lee en la "Vida y hechos de Estebanillo González". y sobre los privilegios de la hidalguía baste observar cómo el huésped de "El coloquio de los perros" de Cervantes corre a buscar en el fondo de un cofre la carta ejecutoria de su marido muerto para evitar ir a prisión.

Son muchos los autores y obras que podrían asistirnos en lo expuesto, pero basta una muestra con lo citado.

Así pues, el hidalgo queda, en esta época, perfilado como el hombre, que se encuentra a caballo entre dos grupos sociales, sin identificarse plenamente con ninguno de ellos, por razones diversas. Uno es la alta nobleza, que le rechaza y en la que no puede integrarse dados los imperativos económicos y políticos de la época, a pesar de pertenecer a dicho estamento. El otro es el estado llano, en el que, encaja mejor su situación económica, pero al que aborrece por considerarle inferior, aferrándose a un sentimiento ridículo de casta y del que escapa para gozar de las exenciones de su rango y porque el trabajo es una desgracia para él. Trabajar para subsistir es motivo de descalificación social; paradójicamente el hidalgo no pertenece plenamente al estamento nobiliario.

El hidalgo castellano no acepta los cambios económicos, sociales y políticos que imponen los nuevos tiempos. Su tradicionalismo le impide optar por otros caminos y su falta de sentido práctico cabalga paralela a los ideales sonámbulos de una España en decadencia, refugiada en su pasado. El hidalgo es la Castilla paralizada y dormida, que no sabe reaccionar al paso de la historia, dejando su identidad anclada en un pasado glorioso e inmóvil.
FUENTE: funjdiaz.es

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