viernes, 8 de abril de 2016

HISTORIA DEL SIGLO XIX EN FILIPINAS



Otro punto de encuentro en el entendimiento entre ambos pueblos que constantemente se ha reseñado en los escritos referidos a la permanencia de España en las islas es la de la rápida evangelización aceptada por los habitantes de Filipinas. En tan solo 25 años se había evangelizado a 650.000 filipinos, deteniendo el avance del Islam en Luzón, que había llegado a Manila desde los territorios del sur (Colomé, 2000a). Molina (1998a: 2) refiere la importancia en esta empresa del trasfondo pagano de los filipinos, lo que facilitó la aculturación y la convivencia, aceptando de buen modo lo que venía de fuera.

....Según Bourne (1902), las creencias religiosas de los malayos no estaban muy arraigadas y cedieron con facilidad a los esfuerzos de los misioneros, especialmente por lo impresionante de la escenificación en las ceremonias. Es por ello que, en muchos lugares, como testimonia Colomé (2000a), había una mínima representación española formada por dos hombres, el alcalde o el sacerdote. Habiendo tan escaso número de españoles en muchas de las poblaciones filipinas, no es de extrañar que la lengua española nunca llegase a cuajar de manera significativa en las islas, al contrario de lo que sucedía en las ciudades más pobladas, donde podían encontrarse hasta unos 200 españoles y donde el castellano era la lengua en la que se comunicaban hasta un 50% de sus habitantes . Si tenemos en cuenta que a principios del siglo XIX sólo 6 de cada 10.000 habitantes eran españoles (Colomé, 2000a: 13), resulta extraño que esta insignificante cifra pudiera mantener la presencia hispana en las islas, de no haber sido sostenida mediante un común acuerdo de convivencia pacífica y de intercambio mutuo. A este respecto, Tomás de Comyn (cit en Bourne, 1902) narra cómo un anciano religioso podía dormir tranquilamente a pierna suelta con la puerta de su casa abierta en medio de una comunidad filipina de entre 5, 10 o 20.000 habitantes, con la seguridad absoluta de que nada malo le iba a ocurrir. Esta bucólica imagen se contrapone a la descrita en las novelas de Rizal sobre esas monstruosas figuras de frailes sádicos sedientos de látigo, comprensible sólo desde el momento histórico que atravesaba Filipinas y de los tintes reformistas que impregnaban los escritos del héroe filipino. Como relata Ocampo (2002), habría religiosos tales como los que relata Rizal, pero, de ningún modo, esta imagen sería generalizable a todos ellos. Sirvan como ejemplo las palabras que le dedicaba Aguinaldo a Fray Tomás (cit. en Ocampo, 2002: s.n.) el 8 de enero de 1897 en respuesta a su carta, nueve días después de la ejecución de José Rizal:

. . . Every time I remember your great goodness of heart, I have raised my eyes to God and I have always said that if all the Spaniards were like you, there would never have been or ever would be an insurrection. It should be clear, Reverend Father, that this option has been caused in me by the repeated abuses, insults and machinations of your compatriots who desire to do us harm. If this had not been the case there would have been no rebellion (en inglés en el original).

....Dejando atrás la leyenda negra y la impronta negativa forjada por el anticlericalismo masónico de los Ilustrados, quienes llegaron a denunciar el abuso de algunos misioneros, no se ha de cometer el error de generalizar sobre el total de los religiosos. Así, son muchos los intelectuales filipinos que solicitan una revisión histórica sobre la función de estos frailes y de la ocupación española en general que, por otra parte, también contribuyeron al avance social y económico del país (Farolán, 1998; Molina, 1984; Colomé, 2000a; Gómez Rivera 2000a; 2000b; Ocampo, 2002, etc.). En lo cultural, la crítica más feroz que se ha hecho sobre la labor interesadamente paternalista de estos religiosos, es la de haber sumido el ambiente intelectual de la época -en sus manos estaba la educación primaria, secundaria y superior- en una eterna Edad Media, mediante instituciones ancladas en los obsoletos métodos escolásticos (Farolán, 1997). El astrónomo francés Le Gentil (cit. en Bourne, 1902: 78) cuenta como era el conocimiento científico en las universidades de Manila a partir de la descripción de un ingeniero español: “in the sciences Spain was a hundred years behind France, and that in Manila they were a hundred years behind Spain”, argumentando que de electricidad sólo se conocía el nombre, estando los experimentos prohibidos en este campo por orden de la Inquisición. Esta intervención de la Iglesia en la educación, enseñando sólo aquello que quería enseñar, la casi exclusiva publicación de libros de temática religiosa, la marcada censura sobre la ciencia impuesta por la Inquisición y el espionaje de las conciencias de los devotos, conducen irremediablemente al clima que describe Farolán (1997: s.n.) –apoyado en el testimonio de José Rizal– en La búsqueda de la identidad filipina:

Rizal reflejó en sus escritos que el reino español en Filipinas fue un régimen de la edad oscura y medieval, la extensión de la Inquisición española. Mientras que Europa disfrutaba de la edad de la industrialización, España y sus colonias todavía estancaban en el ambiente medieval. Rizal no era anti-hispanista; fue más bien anti-clerical, porque veía que los clérigos hicieron que España regresase en su modo medieval en vez de seguir adelante con el resto de Europa.

....Estas condiciones impedían todo avance intelectual, así como la llegada de las novedades científicas y del conocimiento moderno, que fueron tensamente bloqueados. Sin embargo, esta situación no impidió que las ideas de la Revolución Francesa y el eco de la independencia de las colonias americanas llegasen a oídos de la clase ilustrada filipina. Este grupo de intelectuales había recibido su educación en las mejores escuelas del archipiélago y, en la mayoría de sus casos, habían completado su formación en Europa. No obstante, eran miembros de familias que se habían enriquecido gracias a la legislación que amparaba el libre comercio en la etapa de los Borbones. Resulta, por lo tanto, paradójico -y sin precedente en otras colonias de países occidentales- que la Revolución Filipina se gestase en lengua castellana y en tierra española a través del intercambio intelectual con los liberales españoles en las tertulias decimonónicas y mediante la fundación del movimiento reformista de la “Solidaridad” en Barcelona. Es decir, que sin España -como también sucedió con otras colonias americanas- no hubiera habido revolución.

....Martín Corrales (1998) registra este deambular y detalla con precisión el número de personalidades que visitaron España durante los siglos XIX y XX, hecho desde el que se entiende la posición de Recto (Fernández, 2003; Farolán, 2006; De la Peña, 2008) al defender la hispanidad como parte integrante de la identidad filipina, pues la formación de los intelectuales se hacía bajo el mecenazgo español y continuaba en la península : estudiaban la cultura, la lengua, la literatura, los estilos artísticos españoles, etc. Por otra parte, la influencia española hasta hoy en las artes, la música, la comida, los bailes folclóricos y otras actitudes y costumbres cotidianas filipinas son más que evidentes, como relata de forma brillante Molina en su ponencia en la SEECI ¿Qué queda de España en Filipinas? (1998b). Sin esta clase privilegiada que bebió de las raíces culturales españolas y utilizó su lengua como medio de expresión, no hubiéramos hablado nunca en la historia filipina de revolución, ni de conceptos tales como la independencia, la unificación de los territorios bajo una misma bandera y la fundación de la primera república asiática, acontecimientos inviables desde el estado tribal en que se encontraba Filipinas a la llegada de los españoles. Por todo ello, esta clase ilustrada representa el testimonio imperecedero de la honda huella dejada por la cultura española en Filipinas.

....Por otro lado, la relación de la Iglesia con el gobierno siempre fue tensa en Filipinas, recordando la rivalidad entre Papas y Emperadores propia de la época medieval. Desde que Felipe II pusiera la evangelización (Alonso Álvarez, 1998; Colomé, 2000a; Rodao, 2004) como prioridad de la permanencia en Filipinas -debido en parte a la lejanía y a la falta de riquezas o de depósitos de oro y plata-, los religiosos, conscientes de la influencia que ejercían entre la población y del poder que suponía ser el intermediario natural en la mediación de los representantes del gobierno español con los mandatarios filipinos que habitaban en los pueblos -amén de una posición privilegiada en las grandes ciudades- (Quilis,1989;1992; Gerona, 1998; Colomé, 2000a; Pascual, 2003; Rodao, 2004; 2005), se opusieron a la conquista de otras zonas en Asia (Rodao, 2004). Al igual que el gobierno de las Filipinas dependía de Nuevo México, las Islas Carolinas, las Islas Marianas y Palaos se gobernaban desde Filipinas. Era por mantener esta influencia por lo que los religiosos -con el fin de perpetuar su presencia en las islas mencionadas- se oponían abiertamente a la conquista de nuevos territorios , lo que hubiera supuesto una sangrante pérdida de efectivos militares, trabajadores, bienes económicos y una mengua de su poder sobre el archipiélago (Gerona, 1998). Este hecho pone de relieve el fuerte peso político que ostentaba la Iglesia en las decisiones de Estado. Primó siempre en la colonización española el miedo de los religiosos a que los recursos del estado fueran a parar a otros países y que la evangelización en ellos no llegara a producirse o se hiciera con gran dificultad, como habían demostrado las pioneras incursiones que habían intentado las órdenes religiosas en otros países asiáticos. Como consecuencia de esta actitud conservadora, el aislamiento de España en Asia -relegada a los territorios de Filipinas y Micronesia mientras otros países europeos se extendían por esta zona en el siglo XIX- hizo patente la debilidad y la decadencia de un gobierno que entró finalmente en una profunda crisis con Isabel II (Rodao, 2003).

....Otra desatención frecuente de los religiosos a los poderes civiles que señalan los historiadores, y que contravienen los deseos expresos de la Corona, es la de predicar en las lenguas nativas, en lugar de seguir los decretos reales que llegaban desde España. Los religiosos se habían excusado de esta responsabilidad por la labor prioritaria que suponía evangelizar a los indígenas, y justificaban su posición por el bajo número de religiosos y por la amplia diversidad de los pueblos y de lenguas que encontraron desde su llegada a las islas. En 1609 Antonio de Morga (2008) relataba la diversidad de lenguas y culturas halladas en estos territorios, lo enraizadas que estaban y lo difícil que era establecer comunicaciones entre territorios tan distantes. La rentabilidad que suponía predicar en las distintas lenguas nativas para llegar más directamente a los filipinos era razón suficiente para no invertir años en una empresa tan magna como inviable, como era la de la enseñanza del español, especialmente cuando se contaba con tan escasos recursos humanos para acometerla.

....Por lo tanto, se advierte en estos hechos que la Iglesia tuvo un papel decisivo en la ocupación de las islas, cosechando una valoración desigual en lo que atañe al desarrollo y al estatismo de los distintos proyectos llevados a cabo en el archipiélago. En cuanto a su relación con la nueva clase burguesa hispanofilipina, la Iglesia se opuso a las nuevas ideas reformistas que defendía este grupo, muy críticas con el gobierno de la Corona y, en especial, con el clero. Las tesis independentistas que defendían se difundieron mediante publicaciones periódicas en la prensa, manifiestos, tertulias, etc. que se financian en el seno de una clase acomodada surgida a raíz de la bonanza económica de principios del siglo XIX. Este impulso independentista se materializa en 1882 con el surgimiento de “La propaganda”, un movimiento político que reivindica la condición jurídica de Filipinas como provincia y los derechos de los habitantes de las islas. En 1889 se publica en Barcelona el quincenario de “La Solidaridad”, en el que se insiste en las ideas independentistas y se echa un pulso al gobierno español en su decisión de permanecer junto a España o de separarse, hastiados ya de no ser miembros integrantes de la nación española, a la que consideraban como propia. La intransigencia del gobierno español en reconocer legalmente la convivencia de españoles y filipinos -al considerar las Islas Filipinas como una colonia en lugar de una provincia del reino- desencadenó el conflicto armado. Dentro de las dos tendencias independentistas, la reformista apostaba por una solución pacífica, mientras que el otro grupo, el de los revolucionarios, abogaba por el uso de las armas para conseguir la autonomía de un gobierno injusto que ya no les consideraba como hermanos. Este colectivo se estructura en movimientos como el Katipunan, con dirigentes como Andrés Bonifacio, Emilio Jacinto y Emilio Aguinaldo, apoyados por los recursos financieros de Luis R. Yangco y Francisco L. Roxas. Fue esta segunda fuerza la que se impuso, especialmente tras el vencimiento de los reformistas en la figura de José Rizal. Como acertadamente señala Colomé (2000a: 50) el fusilamiento de Rizal supuso un antes y un después en la situación de las islas, pues los revolucionarios lo convirtieron en el mártir de su causa y se aceleró el levantamiento armado en detrimento de las tesis unificadoras que exigía al gobierno español el bando reformista. Pero lo que es aún más importante, como afirma Colomé (2000a: 50), porque “el curso de la historia de Filipinas hubiera sido muy distinta de haber vivido Rizal después de la Declaración de Independencia”, pues con seguridad el primer héroe filipino hubiera apelado al pasado común con la nación española, con el fin de evitar la entrada de los norteamericanos en las islas bajo la excusa de una falsa liberación que escondía, como posteriormente pudo comprobarse, intenciones imperialistas colonizadoras. Su gran amigo Blumentritt, un checo enamorado de Filipinas -a quien Rizal dedicó una de las tres cartas escritas antes de su muerte- advertía también de los peligros de caer en la influencia de los Estados Unidos aireando un fuerte sentimiento antiamericanista. Él conocía perfectamente la situación de las islas, tras haber intervenido en el Tratado de París, así como en la Revolución Filipina y en otras reformas, continuando la labor realizada por Rizal.



....Atrás quedaban siglos de convivencia con sus luces y sombras. Lejana y débil sonaba ya la palabra del pueblo filipino que en referéndum y en mayoría decidió por voluntad propia convivir y asimilarse a los españoles, aceptando su gobierno en 1578 . Pero no fue únicamente mediante la palabra del pueblo que se firmó este pacto, sino con la generosa entrega de su sangre en el campo de batalla para repeler los ataques de portugueses, holandeses e ingleses durante la ocupación española, combates en los que filipinos y españoles lucharon en el mismo bando para defender con su vida un proyecto común. Esta lealtad se mantuvo inalterada aún después de la ocupación norteamericana de las islas, cuando miles de españoles residentes en Filipinas, mestizos y filipinos, acudieron a la Guerra Civil española para luchar en uno u otro bando , defendiendo sus principios y su ascendencia hispánica en un conflicto que implicó a la sociedad filipina dentro y fuera de la península.

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