El Ejército de guarnición en Filipinas había sido siempre muy poco numeroso, teniendo gran parte de sus efectivos cubiertos por soldados indígenas. Recordemos al Coronel Palanca, el que cooperó con los franceses en Cochinchina en tiempos de Isabel JI y de su amigo Napoleón III. El ejército español de tan extraordinario y generoso papel en aquella campaña, estaba compuesto, en gran parte, por soldados tagalos. Con motivo de los contlictos en las colonias se aumentó el Ejército en Filipinas. En 1895 era de cerca de 20.000 hombres, en 1896 se alcanza la cifra de 41.000, en 1997, 43.000... De este contingente, sólo la cuarta parte eran espa- ñoles, cl resto, indígenas. Algunas de las unidades del Ejército en Filipinas lo eran de las denominadas unidades disciplinarias. A finales del siglo pasado no se andaban con medias tintas y se denominaban destacamentos de presidiarios. Estos podían ver reducidas sus condenas sirviendo en el Ejército y en las colonias, si su comportamiento lo merecía. Así ocurría en Filipinas. Quien fuera Comandante General de Filipinas, don Juan Salcedo, en su libro «Proyectos de dominación y colonización de Mindanao y Joló», dice que «...todos los paises (...) han acudido a sus contingentes presidiarios resolviendo a la vez tres problemas de importancia: «Dara los seres extraviados un medio de equitativa redención.» «Descargar los presupuestos del ramo de un gravamen penosísimo.>~ «Facilitar la colonizacion dc los braceros más fuertes y baratos que se cono- cen.» Este militar quería también paliar la enorme escasez de colonos españoles, que en Cuba apenas si había sido problema a lo largo de su Historia. Por eso proponía que una vez rehabilitado el «presidiario» podía traer a sus padres, mujer e hijos, transportados por cuenta del Estado, de España a Filipinas... pero sólo el viaje de ida. Para el de vuelta, decía el autor, si el antiguo presidiario se ha rehabilitado de verdad, habrá podido ganar el dinero suficiente parapagarse, y pagar a los suyos, el regreso a España... Este es el escenario en el que se va a desarrollar el drama del desastre colonial en Oceanía y cuya complejidad va a dificultar de manera extraordinaria la repatriación. Pasemos sobre las ascuas de aquellas ruinas, casi de puntillas.
En septiembre de 1897 se requiere al Capitán General de Filipinas para que tome las medidas necesarias, debido a un posible conflicto con los Estados Unidos. Ya nuestro agregado naval en Washington informaba en enero del 98 que en caso de declaración de guerra los Estados Unidos atacarían en primer lugar a las Filipinas. Un mes después volaba por los aires el «Maine», oportuna voladura que como, casi medio siglo después, el sorprendente ataque japonés a Pearl Harbour, derribaría los obstáculos de los no partidarios de la guerra. En marzo se insta al Capitán General de Filipinas a que prepare las defensas ante un inminente ataque de los norteamericanos. Para la defensa de Manila cuenta con unos 8.000 voluntarios. Ya en esas fechas, el Ejército español en Filipinas, debido al envío de tropas desde España, alcanzaba la cifra de 40.000 hombres, ya sabemos que en gran parte estaba formado por regimientos indígenas. A éstos había que añadir las fuerzas de Marina e Infantería de Marina, cerca de 3.000. Cuando se habla del desastre, se suele incluir en él a todo y a todos: Gobierno, prensa, ejército, marina, opinión pública... Sin embargo algo funcionó bastante bien, si bien algún periodista habló de gigantesco negocio. Negocio o no, la Compañía Trasatlántica sufrió sensibles bajas causadas por la guerra, pero sus capitanes y tripulaciones se comportaron, en muchos casos, de forma generosa y hasta heroica. Cuando se habla del desastre del 98, parece que da gusto ennegrecer las tintas, nosotros vamos a aclararías un poco. Vamos a hablar un poco de esos transportes de tropas desde España y hacia España desde las colonias. Lógicamente hay que hablar de las precarias y, a veces, vergonzosas condiciones en que se hacia este transporte de repatriados; pero la culpa no hay que echársela a la Compañía naviera, o sólo a la Compañía naviera. Recordemos que, en algunas ocasiones, los capitanes de los transportes se negaron a embarcar a más repatriados de los que legalmente podía llevar en su barco, y la presión oficial, incluso mana militan, les obligó a ceder. Como ocurrió en Puerto Rico, donde el General Ortega ordeno a una sección de artilleros ocupar el barco cuyo Capitán se negaba a meter más soldados que los «reglamentarios», lo que no impidió que el desbarajuste permitiera que para los artilleros que con tanto valor se enfrentaron a la escuadra del Almirante Simpson y que no fueron vencidos, no hubiera sitio en los barcos. Tuvieron que presenciar cómo con sus propios cañones, los que no habían podido acallar la escuadra norteamericana, se hicieran las salvas para izar la bandera de los Estados Unidos sobre los fuertes de San Juan. A raíz dd «Tratado de París», que ponía fin a nuestra presencia secular en las Antillas, se dictaron las siguientes normas para la Compañía Trasatlántica: «Las circunstancias especiales por las que atravesamos y la necesidad imperiosa de terminar la evacuación de La Habana antes del fin de este mes, obli-gan a forzar los embarques con perjuicio, como es natural, de las comodidades del viaje...»
Existían premuras y presiones de los vencedores, pero también premuras y presiones de los vencidos, deseosos de ver acabados sus sufrimientos y poder regresar cuanto antes a la Patria, No fue este el caso de Filipinas. La Compañía Trasatlántica tenía desde hacia años, desde 1881, un contrato con el Gobierno para el transporte de tropas y material a las colonias. Su rapidez y eficacia fueron más que notables. En cierta ocasión, el buque alemán «Russia» (gemelo del célebre «Montserrat» con el que el Capitán Dechamps rompería el bloqueo norteamericano en dos ocasiones), contratado por la «Trasatlántica» para aumentar su flota de transporte, fue cargado, cambiado de nombre, sustituida su tripulación y embarcada la tropa en sólo veinticuatro horas. Cuando se produce el levantamiento en Filipinas en agosto de 1896, se envían a Filipinas 5.500 hombres. A las setenta y dos horas de haberse recibido la orden de aprestar los buques, parte el «Cataluña» el 3 de septiembre y, poco después, lo harán el «Antonio López», el «Montserrat» y el «Isla de Luzón». Hay que decir aquí que en diecisiete años, esta compañía marítima transportó a las colonias y desde las colonias, casi 1.000.000 de personas, sin contar material, víveres, etc. Hasta la segunda guerra mundial no se vio algo parecido. Del buen hacer de esta compañía en el envío de tropas tenemos el mensaje que el Capitán General Polavieja cursó al Marqués de Comillas, presidente de la «Trasatlántica»: «Tengo la satisfacción de manifestar a VE, el haber llegado las expediciones de tropas en las mejores condiciones, gracias a los esfuerzos y valiosos ele- ¡nentos que la Compañía Trasatlántica ha aportado, demostrando una vez más su patriotismo...»
FUENTE: Jesus Flores Thies. Militaria
FUENTE: Jesus Flores Thies. Militaria
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