miércoles, 21 de octubre de 2015

DON ANTONIO DE OQUENDO Y ZANDATEGUI





La estatua del insigne almirante donostiarra Antonio Oquendo y Zandategui está situada en los jardines que separan el teatro Victoria Eugenia del hotel María Cristina, en San Sebastián. Fundida con el bronce proveniente de varios cañones cedidos por la Marina, fue levantada gracias a una suscripción popular liderada por el concejal Victoriano Iraola. Colocada la primera piedra en 1887, fue inaugurado en septiembre 1894 el original de yeso mientras la imagen definitiva fue discretamente colocada tres meses más tarde.

El escultor fue el guipuzcoano de Vergara Marcial Aguirre Lazcano, hijo de uno de los principales accionistas de la fábrica de tejidos "La Algodonera".






Don Antonio de Oquendo nació en San Sebastián en octubre de 1577, hijo de un renombrado marino, don Miguel de Oquendo, veterano marino vasco, capitán general de la armada de Gipúzcoa y héroe de la Invencible. Antonio ingresa en las galeras de Nápoles a la edad de 16 años, dando los primeros atisbos de su genio militar. A finales de siglo pasa a la armada de la Mar Océana, a las órdenes de don Luis Fajardo. En 1603, el jovencísimo Oquendo, recomendado por don Diego Brochero y el gran Alonso de Bazán (hermano del Gran Marqués de Santa Cruz) recibe su primer mando, la "Dobladilla" y acto seguido, cambia al "Delfín de Escocia". Al mando de este pequeño bajel deberá patrullar las costas desde el cabo de San Vicente hasta Lisboa. Al año siguiente, el Delfín es abordado por un corsario inglés que, tras dos horas de enconada lucha, es rechazado y derrotado. Esta hazaña impresionó incluso al valiente Pedro de Zubiaur, que mandaba la flota más importante de la zona.

Tanto agradó a los mandos, que en 1605 es nombrado jefe interino de la escuadra de Vizcaya a la edad de 28 años. Tras excelentes acciones en el Cantábrico, se le asigna esta poderosa escuadra a su mando en el año 1607. Más tarde, el genial Oquendo volvía a demostrar su valía ocupando diversos cargos en la joven escuadra de Guarda del Estrecho, cuya función era escoltar a las flotas de Indias que, provenientes de las Azores se dirigían a la Península. Durante este duro servicio, sufre muchos daños en sus capitanas e incluso llega a superar una varada.
Es durante esta época, cuando llegó a cartearse personalmente con el rey Felipe III. En 1611, con el beneplácito real, su carrera se consolida al ser nombrado capitán general de la flota de Nueva España. Después de largas discusiones con la Casa de Contratación de Sevilla, consigue que se cumplan sus peticiones, que le conferían autoridades especiales sobre el viaje de la flota de Indias de aquel año. En el verano de 1611 zarpa la flota, y al año siguiente la flota de Indias, conjuntamente con la escuadra de Tierra Firme, parten del Caribe en pos de la ruta de las Azores. La eficiencia de este viaje hizo famoso a Oquendo, que trazó nuevas derrotas para eludir temporales y las amenazas piráticas, muy frecuentes en aguas caribeñas. En 1613, la Casa de Contratación volvió a escogerle para asignarle la flota de aquel año. Oquendo parte ya casado con una joven huérfana de veinte años, María de Lazcano, pudiendo disfrutar del matrimonio una primavera, pues en junio, Antonio de Oquendo zarpa al frente de la flota de Indias. Tras su vuelta, se ve envuelto en una querella bruocrática de la Casa de Contratación, pero es absuelto debido a su impecable administración.

Una vez en Cádiz, es nombrado caballero de la Orden de Santiago, pero la Casa reabrió el proceso contra él y sus subordinados, acusándolo de perder dos centenares de gente de mar y guerra, de consentir juegos de naipes y haber acortado raciones. La situación se zanja con una costosa multa de 68.000 maravedís que Oquendo deberá pagar. Tras este incidente, abandonó los negocios de la Casa, volviendo a su querida Armada y recibiendo la orden de hacerse cargo de la expedición de socorro a Filipinas, compuesta de ocho galeones, dos carabelas, un patache y 1.600 hombres. Sin embargo, cae gravemente enfermo, lo que le impedirá hacerse cargo de la misión.

En el año 1617 vuelve a la escuadra de Guarda del Estrecho, donde destacará de nuevo en su actividad incesante, neutralizando corsarios, alguno de los cuales capturará y llevará como botín a Cádiz. Poco después pasa a la escuadra de Cantabria, compuesta a su vez de las de Cuatro Villas, Vizcaya y Guipúzcoa, recibiendo el mando de esta última (nueve galeones y dos pataches). No obstante, en 1619, el almirante de la Armada del Mar Océano es desposeído de su cargo y encarcelado por motivos políticos (no ser de la cuerda del valido de Felipe III). A Oquendo se le ofrecerá dicho mando, el cual rehusa, solidarizándose con su compañero, lo que conllevará su encarcelamiento en el castillo de Fuenterrabía. Oquendo logra le sea concedido el cuatro grado, debido a la enfermedad de su esposa, y más tarde se le conmuta la pena, siendo confinado en el convento dominico de San Telmo, en San Sebastián, donde debía salir de día para volver a dormir en la noche. Es durante este momento, 1620-21, cuando proyecta la construcción de su soberbia capitana, la Santiago, de 1.100 toneladas, en el astillero de Pasajes.

Su confinamiento tocaba a su fin, puesto que las flotas de Indias pasaban por un mal momento. La flota de Tomás de Larraspuru de 1622 había sido azotada por un furioso huracán, diseminándola y retrasándola en el puerto de La Habana. Acto seguido se comisiona a Oquendo con una pequeña flotilla de galeones para que reúna y traiga de vuelta la maltrecha flota de Larraspuru. Pero cuando se conoce la verdadera naturaleza del retraso, se decide enviar una nueva flota al mando de Oquendo: nueve galeones con el Santiago a la cabeza. Zarpando en 1623 y tras un fulgurante viaje eludiendo a los piratas ingleses que acechaban el Caribe, se reúne con la flota americana puntualmente en La Habana. Estudiando las derrotas, Oquendo decide cruzar el canal de Bahamas, apartándose de las Azores. La flota zarpó el 26 de septiembre de 1623, pero el inesperado hundimiento del galeón "Espíritu Santo Mayor" provoca el regreso de la flota al puerto cubano, donde pasaría el invierno reparando los defectos de la flota. Por fin, en la primavera de 1624. Tras perder dos galeones más (haciendo un total de cuatro), arriva a Sevilla en mayo. Es procesado y absuelto en el verano de 1625 por los incidentes acaecidos en la flota de Indias, teniendo que pagar 12.000 ducados e inhabilitándose como almirante de la Casa de Contratación.
Viéndose librado del mando de flotas comerciales, vuelve a la Armada Española. Al mando del increíble Fadrique de Toledo, participa en su rotunda victoria de Bahía de Todos los Santos. En 1627 participará con Diego de Acevedo en la toma de la Mamora o La Mármora. De regreso a España tendrá una apasionada aventura con Ana de Molina y Estrada, de la que tendrá a su hijo Miguel Antonio, reconocido posteriormente. En la primavera de 1628 fallece su madre, María de Zandategui.

Tras volver de América con Fadrique de Toledo en 1629, después de una fulgurante campaña por tierras americanas, limpiando el Caribe de piratas, reciben la noticia de que la plazas de Pernambuco y Recife han sido tomadas por los holandeses, al mando de 67 naves y 6.000 hombres. Se disponen dos escuadras para contrarrestar la doble amenaza holandesa (pues Hauspater, después de su ataque en el Orinoco, se reunió con sus compatriotas en las costas brasileñas). La escuadra de Oquendo se compone de 26 barcos dividida en 3 escuadras a su vez. El segundo bloque, numéricamente impresionante, es destinado al mando de don Fadrique de Toledo, que al ver la disposición y el estado de la flota, renuncia, siendo apartado, humillado y condenado a una vida de penurias y descrédito, muriendo prácticamente en la miseria por no cumplir la misión que Olivares exigía, el que una vez fue el mejor marino de España (en su época): Fadrique de Toledo.

Este penoso e injustificado incidente, sólo provocó que el segundo bloque (y el realmente importante) de la expedición se retrasase al año 1635, dejando a Oquendo patéticamente en vanguardia, en completa inferioridad, escoltando un convoy comercial de 12 naves y sin apoyos de ningún tipo, contra prácticamente un centenar de embarcaciones holandesas.

Oquendo zarpó del estuario del Tajo en la primavera de 1631, desconociendo sus circunstancias. Tras 68 días de travesía, Oquendo arriva en la plaza Bahía de Todos los Santos, dejando allí a su contigente armado y rellenando de azúcar para la Península, con la esperanza de seguir una derrota que le permitiese eludir a los holandeses. Tras varios preparativos, el convoy queda definitivamente formado por 11 galeones de Castilla, 5 galeoncetes de Portugal, 12 carabelas de transporte y 20 urcas mercantes, repletos de azúcar, palo y artículos tropicales. Los holandeses, enterados de la presencia de Oquendo al sur, se disponen 17 galeones bien pertrechados y artillados al mando de Hauspater (un marino curtido y corsario o pirata temible, de la talla de Piet Heyn). En la flota holandesa se embarcan 1.500 soldados (sin contar marinería y tripulación). Volviendo a los barcos españoles, ninguno ha completado su tripulación, su inventario artillero es inferior al holandés y su gente de guerra se encuentra en tierra (Bahía de Todos los Santos). El 12 de septiembre, ambas flotas se encuentran a unos 240 kilómetros de los Abrolhos. No me explayaré en el tenaz y sangriento desarrollo de la batalla. Resumiendo: la batalla se decidió entorno al duelo que mantuvieron las capitanas, saldándose la batalla con un galeón español capturado (el San Buenaventura), dos hundidos (el del capitán Valecilla y el galeoncete Nuestra Señora de los Dos Placeres Menor) y un total aproximado de 500 muertos y 100 heridos. Los holandeses por su parte perdían 3 galeones y casi 2.000 bajas. Ambas flotas se retiraron, pero los holandeses acecharon aún por un tiempo a Oquendo, de cuya flota quedó separado el "Cuatro Villas" del capitán Martín de Larreta que, tras un combate con dos holandeses fue liberada por dos compatriotas, hundiéndose sin embargo, por el camino.

Aunque muchos historiadores consideran esta batalla en tablas, hay que tener en cuenta el brutal desequilibrio de fuerzas que existía entre ambos enemigos. Antonio de Oquendo fue recibido con honores en el puerto de San Sebastián por su mujer y sus hijos Antonio Felipe y María Teresa.
En 1633, se le encomienda a Oquendo una nueva flota de Indias. Tras reunirse con nuevas naves en Portobelo y La Habana y cargarse de los tesoros convenidos, hace unas reparaciones necesarias y zarpa, llegando sus 60 naves sanas y salvas al puerto de Cádiz. No obstante, y pese a su limpísima navegación y administración, se le abre un nuevo proceso a cargo de la Casa de la Contratación, del cual se libra debido a importantes problemas de salud.

Una vez recuperado, se le encomienda su sexta y última flota de Indias, la de 1635. Tras dejar algunos barcos en el puerto de Cádiz por su precario estado, vuelve de América con el hundimiento de un galeón por vía de agua. En noviembre del mismo año, la Casa absuelve finalmente al almirante español de sus acusaciones.

En 1636, se le concede una flota de galeones con la que pasa al Mediterráneo como gobernador de Menorca, para hacer frente al ataque francés, desplegando gran actividad y reduciendo la amenaza. Una vez paliado el problema en el Mediterráneo, se le requiere pra hacer frente a la incipiente flota francesa en el Cantábrico. En el viaje se bate en duelo con el almirante Nicolás de Judici Fiesco, quienes arrastraban ciertas disputas, venciendo en el duelo Oquendo y perdonándole la vida a su homónimo.

Tras esquivarle el almirante cardenal francés De Sourdis, se le encomienda a Oquendo la más grande misión hasta ahora: destruir la flota holandesa que priva de su comercio en Asia a la Corona. Para ello, quedó prácticamente vacía España: 51 naves de guerra y 12 transportes que pretendían trasladar 6.000 soldados para refrescar el ejército español, sin contar los 8.000 soldados embarcados a parte en la gigantesca escuadra. La flota holandesa, por su parte, se compone de 33 navíos (fragatas flamencas en su mayoría).

Volviendo a resumir, tras varios encontronazos entre la flota española y holandesa, tímidos e indecisos, la flota española se refugia en el estuario del Tamésis, mientras que los holandeses se reaprovisionan en puertos franceses. Sin embargo, Inglaterra no está dispuesta a pertrechar a España, a pesar de hallarse neutral, y pone constantes trabas al comercio hispano-inglés, por lo que la flota española quedó carente de pólvora, municiones y víveres. No obstante, se consigue eludir el bloqueo holandés, transportando al contigente de 6.000 hombres y depositándolos don Miguel de Horna (jefe de la escuadra de Dunquerque) en puertos españoles en Flandes.

Acto seguido, Antonio de Oquendo, sin posibilidad ninguna, decide salir del puerto, y afrontar la batalla antes que se situación empeore. El espectáculo dantesco es digno de la Historia. Se produjo una impresionante varada simultánea de la flota española en los bancos de arena de los Downs (las Dunas). Podría pararme a comentar la incompetencia de los capitanes asignados a cada barco, o de la genialidad de Feijóo para conseguir sobreponerse a la varada. La cuestión es, que antes de empezar la batalla, Oquendo ha perdido ya media flota. El almirante holandés Marteen Tromp, que se mostró esquivo y burlón en los "juegos preliminares" se lanza contra el Santiago de Galicia de Oquendo. El combate que se produjo entre la flota holandesa y española fue brutal y encarnizado. A tal punto llegó, que el piloto de la capitana, le sugirió a Oquendo volver al estuario, a lo que el bravo capitán general respondió encolerizado "Nunca me vio el enemigo las espaldas". El bombardeo incensante que se produjo sobre la capitana de Oquendo fue desporporcionado (más tarde se contabilizarían más de 1.500 cañonazos sobre ella). Tras un patriótico y fuerte discurso, los españoles siguieron batiéndose como leones, a sabiendas de lo pérdida de la batalla, sólo quedaba vender la piel lo más caro posible.

A la superioridad holandesa (debido a la varada española) se añadía la lluvia de infernales brulotes, por lo que los navíos españoles estaban aislados e incomunicados. Sin embargo, se sucedieron episodios heróicos, como el de Lope de Hoces, venciendo a los enemigos holandeses, fue enjaulado por 3 brulotes, mientras seguía trabado con otros dos navíos holandeses (que también fueron a pique). Cuentna los testigos, que aún mientras el fuego llegó a su culmen, seguía viendose a Lope de Hoces espada en mano dirigiendo el ataque.

El intento de romper el cerco holandés ha sido un fracaso, la capitana de Oquendo es la nave que se encuentra más próxima a conseguirlo, pero al verse rodeada de enemigos, ha sido desarbolada y prácticamente inutilizada. Los restantes navíos españoles van cayendo uno a uno. Al mediodía, sólo 12 galeones españoles siguen sin rendirse. Sin embargo, cuando la batalla parece ya una ruina, aparecen los 7 navíos de la escuadra de Flandes de Miguel de Horna, cumplida su misión, y socorren a Oquendo, remolcando al "Santiago de Galicia". Estos ocho galeones lucharon encarnizadamente por romper el cerrojo holandés (un navío español, llegó a caer batido por 10 holandeses).

Al ver el "hueso duro de roer" que son estas 6 naves, Marteen Tromp deja escapar a Oquendo y Horna, acción que fue muy discutida más tarde pero que el propio Tromp calificó como irreductible y dijo que el Santiago era invencible mientras Oquendo estuviese dentro. De esta forma, llegaron los 7 navíos al puerto español de Mardyck, en la costa flamenca. Aún se pudo formar un convoy de 20 naves, entre las supervivientes y la devueltas, que transportó a La Coruña un maltratado ejército de 3.000 valones.

Antonio de Oquendo aún aguantaría 80 días, alejado de la Armada, muriendo finalmente en junio de 1640, a la edad de 67 años y exclamando sus últimas palabras "¡Enemigos, enemigos! ¡Déjenme ir a la capitana para defender la Armada y morir en ella!". Estas fueron las últimas palabras de uno de los más grandes marinos que ha tenido España, olvidadas sus sobrenaturales hazañas, y recordado como el perdedor de las Dunas, título inmerecido y falso.


El pedestal presenta alegorías de la Marina y de la Guerra en sendas hornacinas, así como varios relieves en bronce representando sus hazañas. El texto expresa su valor y su arrojo en la defensa de la patria española:


Al gran almirante
D. Antonio de Oquendo
experto marino,
heroico soldado,
cristiano piadoso,
que al declinar el poderío
de España supo mantener en cien combates
el honor de la patria,
dedica este tributo de amor
la ciudad de San Sebastián.
Orgullosa de tan preclaro hijo
1577-1640



FUENTE: vascongados.blogspot.com


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