En nuestra larga historia, la pérdida y expolio de nuestro patrimonio ha sido una constante. Sin embargo hay un momento especialmente trágico en cuanto a expolio premeditado se refiere: 1808 / 1814: LA GUERRA DE INDEPENDENCIA CONTRA NAPOLEON.
Toda guerra que se extiende por un territorio deja detrás de sí un inevitable rastro de destrucción. En nuestra Guerra de Independencia se luchó por todo el país, produciéndose el sitío de numerosas poblaciones que casi quedaron arrasadas (Zaragoza, Gerona ), con la pérdida de valiosos edificios.
A estas destrucciones se sumó el pillaje de obras de arte llevado a cabo por Napoleón en su intento de crear en París el Museo Napoleónico. Este albergaría todas las obras de arte saqueadas durante sus campañas por Europa. Numerosas pinturas fueron llevadas allí para no volver. Igualmente la oficialidad y las tropas francesas (y en menor medida también las inglesas) robaron todo aquello que juzgaron de valor y pudieron llevar consigo.
Una manifestación artística que sufrió especialmente fue la orfebrería. Custodias monumentales, cruces procesionales, arcas, etc.. fueron robados, requisados y fundidos por uno y otro bando para transformar en lingotes o monedas sus metales preciosos (Así pasó con el antiguo Retablo Mayor en plata de la Catedral de Valencia, fundido en Mallorca en 1812)
Igualmente triste fue la desidia en la recuperación del patrimonio mostrada por las autoridades legítimas españolas. Ejemplo claro es el desinterés por hacerse cargo del tesoro en obras de arte con el que José Bonaparte trataba de escapar a Francia. Recuperado por Wellington, éste esperó infructuósamente una respuesta de las autoridades españolas para restituir las obras. Al final, todo este patrimonio, que contenía más de 100 obras de primerísimos maestros, fue regalado "graciosamente" al duque por Fernando VII. Hoy estos cuadros forman hoy el núcleo principal de la colección de Wellington en Aspley House. Hay obras de Velazquez (4), Murillo, Zurbarán Ribera, Rubens, rafael, Tiziano, Corregio, etc...
La ocupación de los franceses y el gobierno de José I Bonaparte fue quiza el periodo de la Historia de España en el que se produjo un mayor saqueo y destrucción del patrimonio histórico y artístico. La destrucción por motivo de los asedios o de las represalias afectó notablemente al patrimonio arquitectónico y figurativo, pero también al documental y sentimental. Muchos edificios (iglesias, monasterios, palacios) fueron demolidos por formar parte del sistema defensivo de las ciudades como Zaragoza, Gerona, Cádiz, Alicante, Salamanca, Burgos...,pero otros fueron saqueados e incendiados sin más por vandalismo o por venganza. Algunos nunca fueron recuperados y otros por su valor artístico fueron reconstruidos entre los siglos XIX y XX.
Desde antes del dos de mayo de 1808 ya pululaban por España algunos individuos como el marchante Juan-Baptiste-Pierre Le Brun que, sacando partido del desorden nacional, habían comenzado a adquirir obras de arte a buen precio y a sustraerlas del país a escondidas. Pero comenzada la Guerra el expolio fue a gran escala.
Uno de los personajes que más destacaron por la avidez fue el mariscal Soult, quien a su paso ordenaba a las iglesias y comunidades que "le regalaran" los mejores cuadros. No muy atrás se quedaron los general Mathieu de Faviers, Lapereyre, D´Armagnac, Desollè y Sebastiani. Se calcula que sólo de los conventos e iglesias de Sevilla se llevaron más de 180 cuadros de primeros maestros españoles, entre los que destaca la rapiña que hicieron de los Murillos, tal vez porque sabían que eran más cotizados que otros artistas. La calidad de los cuadros sustraídos y su diáspora posterior es impresionante. Aquí señalamos algunos de la colección que atesoró Soult y que sus descendientes vendieron y hoy se reparten por todo el mundo:
• Del Convento de San Francisco, “El alma de Felipe II sube al cielo”, hoy en Williamstown (Massachusetts); “La cocina de los ángeles” y “Fray Junípero y el pobre”, en el Louvre (Paris);
• De la Merced Calzada, “La huida a Egipto”, hoy en Génova y “La Resurrección”, recuperado en 1.814 para la Real Academia de San Fernando;
• De la Catedral de Sevilla, “El Nacimiento de la Virgen”, hoy en el Louvre;
• De la iglesia de Santa María la Blanca, “Triunfo de la Inmaculada”, también hoy en el Louvre ;
• Del Hospital de los Venerables Sacerdotes , “San Pedro arrepentido”, hoy en Newick; “El Niño Jesús repartiendo pan a los peregrinos”, en Budapest y “La Inmaculada Concepción”, recuperado para el Museo del Prado en 1.941;
• del Hospital de la Caridad, “San Pedro libertado por un ángel”, en el Ermitage de San Petersburgo; “La curación del paralítico” en la National Gallery de Londres; “La vuelta del hijo pródigo”, en Washington; “Abraham y los tres ángeles”, en Ottawa.
Murat, en cambio, despreció los cuadros de los pintores españoles y prefirió quedarse con todos los que pudo de los maestros italiano y flamencos. En septiembre de 1808 saqueó el palacio de Aranjuez de Godoy y robó sus cuadros. En ningún caso lo que impulsó a su robo fue el "amor por el arte", sino el hacer fortuna con su venta.
No sólo fue el lucro lo que animó a la destrucción, sino también la incultura y el desprecio por todo lo que fuera del enemigo. Se dio el caso que los soldados del general Lejeune, acampados en los alrededores de Zaragoza, hicieron improvisadas tiendas de campaña para protegerse de la lluvia y el frío con los lienzos de las iglesias y conventos que habían saqueado. En otros casos fueron puertas, vigas y toda clase de objetos de madera, incluidas las estatuas, las que fueron utilizadas para hacer fuegos con las que calentarse.
El robo institucional del Estado francés y de José I.
Pero si el botín de los generales causó estragos, la rapiña oficial no le fue a la zaga. El 20 de diciembre de 1809 se publicó el Real decreto fundacional del Museo de Madrid, que fue una simple excusa para expropiar y recopilar un gran número de pinturas. Inicialmente se argumentó que el museo jesefino tenía como misión salvarlas estas obras del saqueo, pero posteriormente se convirtió en un proyecto para ser enviadas finalmente al Louvre en Francia. Napoleón quería potenciar los fondos del museo con las principales obras de aquellos países que invadió.
Se formaron comisiones regionales de requisa dirigidas por Frederic Quilliet con el fin de localizar las obras más importantes guardadas en monasterios exclaustrados, edificios públicos y palacios reales. Para ello utilizaron como guía el Diccionario histórico de las Bellas Artes en España de Ceán Bermudez, publicado en 1800. El número de cuadros requisados en Madrid sobrepasó el millar y medio y fueron acumulados en malas condiciones en los conventos del Rosario y de San Francisco. En el Alcázar de Sevilla se reunieron un millar de toda Andalucía. El deterioro por humedades y mal almacenamiento en estos depósitos y los robos que sufrieron por el mismo Quilliet y su camarilla (Maignien, Napoli y el marchante inglés G. A. Wallis) fue tan flagrante que fue denunciado en 1810 y el comisario fue apartado de su puesto. Finalmente sólo 300 de elllos, no los mejores, fueron enviados a París junto con El Tesoro del Delfín en mayo de 1813. Bien es cierto que estos cuadros y objetos serían devueltos a partir de 1816 cumpliendo con lo acordado en el Congreso de Viena. Del resto algunos se esfumaron, como los centenares sacados de San Lorenzo de El Escorial de los que sólo se recuperaron una veintena, y otros componen la base de nuestro Museo del Prado actual.
La victoria de los aliados sentenció la guerra y puso al descubierto el botín que se llevaba José Bonaparte. La joyería y la plata fue hecha desaparecer por los soldados durante la noche. La parte del convoy que contenía los grandes cuadros y las esculturas se salvó de la rapiña por haber salido doce horas antes que los demás carros con el general Maucune. Muchos de ellos llegarían a Francia y serían devueltos en los años siguientes. Otra parte acabó en manos del propio duque de Wellington, el gran héroe de la jornada, que sin desembalar los bártulos los remitió a Inglaterra. Allí, su hermano, lord Marlborough, le escribió poco después: "He abierto los paquetes tomados en Vitoria y los he enviado a su casa para que fueran cuidadosamente examinados, habiendo encontrado que contienen una colección de pinturas como usted no puede concebir... Le envío un catálogo de 165 de las pinturas más valiosas.
La lista la componían cuadros procedentes del Palacio Real de Madrid, del Palacio de Aranjuez y del Palacio de la Granja de San Ildefonso de pintores como Teniers, Brueghel, Van Dyck, Rubens, Tiziano, Guido Renni, Corregio, Ribera, Claudio Coello, y Murillo. Entre ellos destacaban tres de Velázquez El aguador de Sevilla, Dos jóvenes comiendo en una mesa humilde y Retrato de caballero.
Asombrado, el duque de Wellington consideró que había que devolver aquel tesoro y así lo propuso en 1814 a Fernando VII cuando fue repuesto como rey de España. El rey de forma incomprensible le respondió que se quedara las pinturas, "que habían venido a su posesión por medios tan justos como honorables". El duque no rehusó el regalo y colgó las pinturas en su residencia, el palacio de Apsley House en Londres, donde hoy en día se conservan como parte fundamental de la pinacoteca del Museo Wellington.
FUENTE: fundacioncarlosballesta.com
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