sábado, 13 de febrero de 2016

LA INFAMIA CONTRA DON SATURNINO MARTÍN CEREZO

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Días atrás se montó un pequeño revuelo histórico-político en Cáceres. El consistorio cambió los nombres de algunas calles dedicadas hasta ese momento a personajes y hechos de la Guerra Civil. También desapareció del callejero el nombre de la travesía Héroes de Baler. Las acusaciones de ignorancia llovieron sobre los ediles. Se pensaba que habían confundido la gesta de Baler con Belchite o alguna otra batalla del '36'. Pronto quedó claro que no se trataba de ignorancia, sino de una cuestión técnica: en la ciudad no puede haber travesías. Pero el rifirrafe ha servido para desempolvar la memoria histórica del desastre del 98.

El pasado 7 de noviembre, la escritora Inma Chacón presentaba su última novela, 'Las filipinianas'. En sus declaraciones, explicaba que en el libro «también hay soldados a través de los cuales rindo homenaje al Grupo de Cazadores que quedaron en Baler, donde imagino que había gente de Cáceres y Badajoz y cantaban jotas extremeñas».

Efectivamente, en Baler había un extremeño. Se llamaba Saturnino, era de Miajadas, acabó mandando la tropa heroica y la gesta de Baler se debió, en gran parte, a su valor y a su empecinamiento. Saturnino se apellidaba Martín Cerezo, había nacido en Miajadas en 1866, donde disfrutaba leyendo y estudiando. La pobreza familiar lo obligó a trabajar en el campo y a los 17 años ingresó en el ejército. En 1897 se ofreció voluntario para ir a Filipinas y fue ascendido a teniente. Su biografía te atrapa, pero en Extremadura no es muy conocida.

«Saturnino... Ni idea», responde una mamá joven que pasea con su niño por la calle Martín Cerezo de Cáceres. «¿Que quién era Saturnino Martín Cerezo? Eso en esta calle no le importa a nadie. De la Guerra Civil aquí procuramos no acordarnos», avisa un caballero. «Saturnino, Saturnino... No me suena nada... ¿Buuuf...! Mire a ver la señora de al lado, que vive aquí desde hace 50 años y a lo mejor lo conoció», señala otro vecino antes de montar en su coche.

Desconocido en su tierra

La calle dedicada a Martín Cerezo en Cáceres es estrecha y larga. Tiene mucho tráfico porque permite adentrarse en el cogollo urbano desde una avenida circunvaladora. A mitad de la calle vive Antonia, «la señora de al lado». «Dice usted que Saturnino salía en la película «Los últimos de Filipinas», la de la canción 'Yo te diré'... Es que yo he ido tan poco a las películas...».

Antonia es amable, prudente y discreta. Vive en la calle Martín Cerezo con Ricardo, su marido, desde que se casaron y antes vivieron aquí sus suegros. No conoce al teniente extremeño y todo esto le suena a cosa de políticos: «No me meta usted en líos, que yo ya soy muy mayor y no entiendo de política ni de esas cosas... ¿Me lo promete?», ruega encantadora.

Saturnino Martín Cerezo es un gran desconocido en su tierra. No sucede así en Baler, donde cada 30 de junio protagoniza una representación teatral dramatizada por los jóvenes del pueblo en el polideportivo. La localidad es la capital de la provincia de Aurora y se ha convertido en un paraíso playero con un sofisticado spa, hoteles y restaurantes.

Baler fue fundada en 1609 por el sacerdote español Blas Palomino. Está situada a 232 kilómetros de la capital del país, Manila. En 1898 era una pequeña aldea de 1.900 habitantes. El 10 de diciembre de ese año, mientras España firmaba en París un tratado por el que vendía Filipinas a Estados Unidos por 20 millones de dólares, 52 militares españoles resistían en Baler el asedio de los rebeldes filipinos sin enterarse de que la guerra había acabado.

Aún aguantarían atrincherados casi seis meses, hasta el 2 de junio de 1899. Ese día, izaron bandera blanca y Emilio Aguinaldo, el líder filipino, les perdonaba la vida y los trataba como héroes. Solo 33 regresaron a España. Entre ellos, Saturnino, el último de Filipinas, un teniente disciplinado, terco y extremeño.

Dieciséis meses atrás, 49 militares españoles habían llegado a Baler al mando del capitán De las Morenas y de los tenientes Alonso y Martín Cerezo. El 27 de junio fueron atacados por los insurrectos filipinos y se hicieron fuertes en la iglesia del pueblo. El 18 de octubre murieron el capitán y el teniente Alonso y Saturnino quedó al mando. Él y 32 soldados sobrevivirían durante 337 días en 300 metros cuadrados casi sin alimentos (solo comían arroz, tocino rancio y habichuelas), hostigados sin pausa por el enemigo.

Saturnino era un hombre enérgico que incluso mandó fusilar a dos desertores. También era ingenioso. De ello dan fe sus artimañas para hacer incursiones nocturnas con el fin de robar calabazas y naranjas o cazar carabaos que pastaban despistados junto a la iglesia. Para complementar la dieta, asaban pájaros, gatos, ratas, serpientes y hasta un perro que tenían como mascota. Eso no evitó que 12 sitiados murieran por las enfermedad de beri-beri (falta de vitamina B) y otros tres por disentería. Solo dos murieron por disparos enemigos.

El origen de la mayor parte de los soldados era muy humilde. Se trataba de labradores, zapateros, panaderos, canteros, sombrereros, herreros, cerrajeros y cocineros. Estas habilidades les ayudaron a resistir el asedio horadando un pozo, preparando un horno, construyendo letrinas, reparando el tejado de cinc de la iglesia, agujereado por las balas, remendando los uniformes y elaborando calzado.

El sitio debería haber terminado el 10 de diciembre, cuando se firma la paz de París y altos mandos españoles se acercan, el día 12, a Baler para comunicárselo a Saturnino. Pero Martín Cerezo desconfía: piensa que sus compatriotas lo engañan y decide resistir.

A partir de ese momento, el autoasedio se convierte en una parodia con trazas, a veces, de vodevil. Los filipinos envían a mujeres para que se coloquen frente a la iglesia de Baler en posturas lascivas. Los soldados españoles, que llevan seis meses sin ver a una señora, se aprietan contra el muro para no perderse el espectáculo. El teniente Martín Cerezo reacciona obligándolos a jugar, a reír y a cantar a voces para desarmar la libido y no desertar por lascivia.

Entregan a Saturnino periódicos españoles que recogen la firma de la paz, pero no se los cree, piensa que son añagazas amañadas en una imprenta. Una mañana llega un muchacho con una bandera blanca y un mensaje. Saturnino le dispara a la mano donde porta la carta y el chico huye despavorido.

La paranoia domina el escenario del asedio. El paisaje tropical, la humedad densísima y el calor que asfixia se confabulan para crear un ambiente tan endiablado que años después, un director llamado Francis Ford Coppola escogerá ese lugar para rodar los exteriores de otra paranoia: «Apocalypse Now».

Unos y otros sufren trastornos sin cuento. Los filipinos de Baler pasan unas noches terroríficas. Creen ver fantasmas de españoles que salen de la iglesia y deambulan por el pueblo. Algunos nativos huyen despavoridos, incapaces de convivir con los tenaces resistentes de una fortaleza que es una iglesia en una guerra que ya es una paz.

Saturnino se aburre. Solo resiste, pero no combate. Para entretener el tedio, ojea distraídamente los periódicos 'falsos' que le han entregado. De pronto repara en una noticia: el teniente Díaz acaba de ser trasladado a Málaga. El extremeño pega un bote. Díaz era amigo suyo. Le había confiado su pretensión de traladarse a Málaga hacía tiempo. Aquel diario era verdadero y la paz de la que informaba, también. Se acababa el asedio: izado de bandera blanca, salida como héroes de la iglesia y regreso a España.

En su país les aguardaban algunas penurias. Hasta 1908 no se concedió una pensión vitalicia de 60 pesetas mensuales a los familiares de los caídos en Baler. De los 33 resistentes de la iglesia, solo 13 sobrevivieron a la Guerra Civil. En 1945, aún vivían ocho soldados y Franco les otorgó a tres de ellos el grado de tenientes honorarios. El resto, como no había luchado en el bando nacional, se quedó sin reconocimiento.

Saturnino Martín Cerezo llegó a general, pero lo cierto es que hasta el año 2005 no hubo un homenaje nacional en España a los héroes de Baler. Ahora, cuando preguntas por el héroe extremeño de Filipinas, sus paisanos se extrañan: «¿Saturnino qué...?». Miajadas
FUENTE: hoy.es

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