jueves, 11 de febrero de 2016

UN HEROE DE BALER: LA VIDA DE EL BIZCO CHAMIZO



Es curioso como nuestras vidas se desarrollan a través del devenir de los tiempos. Nacemos, tenemos un transcurso más o menos largo por la tierra y un buen día, inexorablemente, morimos y desaparecemos. Mi abuelo, uno de los grandes hombres de mi vida, decía que solo se muere de verdad cuando llega un día en que nadie te recuerda, ese día en que nadie sabe ya que un día respiraste, miraste el mar, sentiste el sol sobre tu cara, te enamoraste, lloraste y te moriste… En fin, tantas cosas vividas que no quedan en ningún sitio, quizás porque nadie las escribe, quizás porque por cotidianas nadie las da la importancia que verdaderamente tienen. O quizás porque todos los que pudieran recordarte ya también han fallecido y nadie se ocupó de perpetuar tu legado, de dejar escrito que un día estuviste aquí, que has vivido…

Son aquellas palabras que no se quedaron, aquellos relatos que no aparecen en los libros, aquellas miradas que un día partieron de nuestros ojos y se perdieron con la lluvia una tarde de primavera y no regresaron jamás. Y sin embargo, todos hemos dejado el rastro de nuestro paso por este valle de lágrimas, a poco que nos lo propongamos, no será difícil encontrar algún retazo sobre aquellos que nos precedieron, porque todos formamos, quizás sin quererlo, de archivos y papelerías siempre a nuestro alcance y pendientes de saciar nuestra curiosidad.
Desde que este magnífico escaparate que es este periódico me dio la oportunidad de contarles estos pequeños relatos de historias del pasado, siempre he intentado rescatar a personas y personajes que realmente existieron en esta Málaga nuestra, gentes que pisaron las calles que ahora pisamos, personajes, muchos de ellos anónimos que con su trabajo y esfuerzo diario también son parte de esta gran ciudad que nos habita, malagueños de nacimiento y malagueños de adopción que contribuyeron con su presencia a hacer la Málaga que ahora todos conocemos y que sin ellos, créame, jamás hubiera sido posible.

Así, pasaron por mis ojos un niño de nombre Joseph y que se murió un día de nuestra Málaga de hace más de doscientos años, o un funcionario que hacía un censo para reclutar varones que marcharan a la guerra, o un monfí que fue ajusticiado en el mismo sitio de la Puerta del Mar donde ahora otros malagueños anónimos toman el café de la mañana.

Todos ellos forman ya parte de mi vida, de este paso mío por la pequeña historia y que me gustaría que siempre fuera recordado. Tengo que agradecerles a todos ellos lo mucho que han influido en mí y lo mucho que de su presencia se ha quedado conmigo y de lo orgulloso que me siento de haberles devuelto a la vida, esa que un día perdieron, esa de la que fueron tristemente olvidados y que ninguno de ellos merecieron.
Y aunque todos los olvidos son tristes y no hay nada mas penoso que decir adiós a un ser querido, es una gran alegría volver a recordar a un ser olvidado y nadie mas olvidado que un malagueño heroico y extraño, uno de los «últimos de Filipinas» y héroe de Baler, el malagueño Juan Chamizo, el bizco.

Dicen los Archivos que se llamaba Juan María de los Dolores Chamizo García y que nació en el pueblo malagueño del Valle de Abdalajís un cuatro de abril de 1876 en el seno de una familia campesina y pobre de la localidad. No sabía leer ni escribir y tan falto de recursos que no pudo reunir las mil quinientas pesetas necesarias para evitar su reclutamiento por lo que acuciado por el hambre, la incultura y la miseria de aquella España que también se empobrecía como él implacablemente. Se alistó voluntario para la Campaña de Filipinas hacia donde partió en mayo de 1896, embarcado en el buque Covadonga y con cincuenta pesetas en el bolsillo fruto de la paga que le dieron por alistarse. Estuvo en Manila hasta 1898 cuando la rebelión y el sitio al que sometieron a la localidad de Baler los rebeldes tagalos y por lo que un 7 de febrero de ese mismo año partió junto con su compañía en auxilio de los sitiados. Allí 55 soldados españoles junto a dos frailes franciscanos, lograron contener a 1500 tagalos. Y aunque las bajas entre los tagalos rebeldes se estiman en mas de 700, los soldados españoles solo tuvieron 22. Curiosamente, de estos solo dos lo fueron por herida de bala, dos fueron fusilados por intento de deserción y cuatro consiguieron hacerlo, el resto murió como consecuencia de las enfermedades tropicales, especialmente la disentería y el beriberi.

Juan padeció esta ultima enfermedad y fue herido de bala un 13 de septiembre cualquiera y un día se vieron obligados a refugiarse en el interior de una Iglesia. Sin embargo, junto a ella y desde varias casas cercanas los tagalos no cesaban de hostigarlos. En una salida gloriosa, Juan consiguió quemar estas casas, por lo que en el informe de esta operación se puede leer «un soldado, cuyo nombre merece colocarse muy alto, Juan Chamizo, venció esta dificultad» acto que le convirtió en el soldado de confianza de sus oficiales, hasta tal punto que si desde la Iglesia se avistase un barco que pudiera auxiliarles, él sería el encargado de acudir nadando para solicitar el ansiado auxilio.

El 10 de diciembre de 1898, España capitula frente a los Estados Unidos y firma el tratado de Versalles por el que cesa la soberanía de nuestro país sobre la Filipinas. Sin embargo, nuestros héroes de Baler, incapaces de creer en la rendición, no depusieron su actitud hasta el dos de junio del siguiente año, lo que les valió con todo merecimiento el título de «Los últimos de Filipinas» con el que han pasado a la historia.
Nunca se rindieron y cuando aceptaron el fin de la contienda, fueron los propios tagalos con su presidente a la cabeza, Emilio Aguinaldo, quienes con todos los honores, les transportaron a Manila a donde llegaron un 8 de junio de 1899.

El 29 de julio parten definitivamente a bordo del trasatlántico Alicante de regreso a España. Juan tiene entonces 23 años cuando llega al puerto de Barcelona el 1 de septiembre de 1899 y donde al igual que sus compañeros es recibido sin mucho entusiasmo. Al día siguiente son licenciados. Se trasladan a Madrid donde llegan el día 7 de septiembre y donde nadie les está esperando. Con una pensión de 7,50 pesetas en el bolsillo, se traslada a Antequera donde trabaja como jornalero en el Cortijo del Castillón.

El 22 de febrero de 1901 reside en Málaga y solicita un certificado de soltería para poder casarse. Se casa con Ana Muñoz Martín con quien tuvo cinco hijos, dos varones, Francisco y Cristóbal y tres mujeres, María, Ana y Victoria. El 11 de enero de 1928 en su casa malagueña de la calle del Viso, a causa de un cáncer de píloro, falleció. Tenía 51 años. Sus restos fueron depositados, gracias a la beneficencia municipal, en la zanja número 124 de la parcela número 7 del patio de San Francisco en el Cementerio de San Rafael.

Tuvo una vida difícil, donde este héroe condenado al olvido fue castigado por las dificultades y la indigencia hasta morir en la más absoluta de las miserias. Sin embargo, siempre se consideró un hombre de honor, como cuando se negó a levantarse, mientras comía en una taberna, ante un teniente de la Guardia Civil que allí entró y que ante la insistencia de éste por rendirle pleitesía, acalló enseñándole las medallas que había ganado en sus muchas batallas. Unas medallas que nunca le abandonaron y que siempre llevaba consigo…

FUENTE: laopiniondemalaga.es

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