
EL ATAQUE
La documentación inglesa de la época prueba que, desde la perspectiva real, la prioridad del viaje era destruir los barcos españoles refugiados en los puertos cantábricos. Pero no explica las razones por las que de Drake dirigió su flota hacia aguas coruñesas sin haber hecho previamente una visita a Santander. Su presencia en La Coruña y las causas del ulterior ataque a esta ciudad han sido objeto de múltiples interpretaciones a lo largo del tiempo. Los contemporáneos del suceso iban a referirse a los deseos de represalia, bien porque de su puerto salieran los barcos de la Invencible, bien porque fuera sede de la Audiencia –institución que había promovido el secuestro de bienes y mercancías inglesas en Galicia en años precedentes-. Los propios Drake y Norris justificaron su actitud escribiendo una carta a la reina en la que aseguraban haber recibido información sobre la llegada a La Coruña de 200 naves cargadas con víveres, municiones y pertrechos reunidos en preparación de una segunda jornada contra Inglaterra. A su regreso, además, afirmarían que la falta de provisiones y los vientos contrarios les impidieran adentrarse en el Golfo de Vizcaya. Los historiadores españoles, por su parte, destacan aspectos como la permanencia en puerto herculino del galeón S. Juan –el buque de mayor tonelaje de la escuadra de Portugal y uno de los más potentes de la armada-, el apoyo que desde la Coruña se había proporcionado a la rebelión irlandesa e incluso razones de carácter personal, como la animadversión de Drake hacia algunos marinos españoles que regresara a La Coruña. Paralelamente, los últimos estudios ingleses realizados a partir de la documentación procedente del Consejo Privado de la reina y de la correspondencia de ésta con Drake y Norris apuntan la idea de que la intención de los promotores del viaje fue siempre dirigirse hacia Portugal sin desviarse a Santander. Puesto que la ciudad gallega se situaba camino de Lisboa y cabía la posibilidad de destruir algunos barcos y frustrar los preparativos navales que se estuviesen realizando en ella, parecía una buena escala que podría contribuir a dar respuesta a las exigencias de la reina. Sea como fuere, el 4 de mayo (24 de abril según cronología inglesa de la época, todavía no adaptada al calendario gregoriano) la flota de Drake estaba en La Coruña. Los hechos que tuvieron lugar en esta ciudad en los 16 días de permanencia de los invasores son conocidos a través de fuentes de muy diverso carácter: el Diario del capitán Juan Varela –incompleto-, del que se conserva una copia en la Biblioteca Nacional, el Diario Anónimo custodiado en la misma biblioteca del que hay una copia realizada en La Coruña en 1834 con ligeras modificaciones, el diario del coronel inglés Antonnie Winkfield, publicado primero de manera independiente y después en “Los principales Viajes y Expediciones” recopilados por Richard Hakluyt y al menos dos diarios más encontrados en Simancas, uno completo y publicado por Félix Estrada Gallardo y otro parcial. Este acompañaba a una carta dirigida al rey por el arzobispo de Santiago y fue dado a conocer por Martínez Salazar. Además de estos relatos contemporáneos, se cuenta con resúmenes de los acontecimientos procedentes de diversa documentación: una información elevada por el gremio de los mareantes a la Audiencia de Galicia y un memorial dirigido por la ciudad a Felipe II. Diversa correspondencia conservada en el archivo General de Simancas añade nuevos datos a nuestro conocimiento de los hechos. En estas fuentes se han basado historiadores de todas las épocas para relatar un hecho fundamental en la historia coruñesa y una buena manifestación del estado del imperio español tras el fracaso de la expedición contra Inglaterra. Desde el cronista Felipe II, Cabrera de Córdoba, hasta el primer gran historiador de La Coruña, Enrique de Vedía, pasando por el cronista del reino de Galicia, el padre Gándara, se han sucedido interpretaciones que los múltiples actos organizados en la relación con esta efemérides contribuirían a divulgar y, en algunos casos , a tergiversar. Resulta imprescindible, en consecuencia, referirse a las principales acciones que tuvieron lugar durante el asalto considerando que su reseña está necesariamente limitada por la calidad de la documentación conservada. Los riesgos de subjetividad inherentes a los escritos de los participantes en el enfrentamiento, el carácter incompleto de algunos de los diarios y la naturaleza resumida de las informaciones oficiales son factores que dificultan la observación imparcial de los hechos. La coincidencia que parece rodear a los acontecimientos fundamentales contribuye, sin embargo, a restaurar el necesario equilibrio en el relato. El único diario que hace referencia a los momentos previos al cerco es el del capitán Juan Varela, cuyas noticias están corroboradas por diversos documentos conservados en el Archivo General de Simancas. En el puerto de La Coruña había por aquel entonces seis navíos que regresaran de Inglaterra: el galeón S. Juan, de 1050 toneladas, integrante de la escuadra de Portugal y que en el momento de la partida contaba con 50 piezas de artillería, el galeón S. Bernardo, de la misma escuadra, que tenía 352 toneladas y 21 piezas artilleras, el buque S. Bartolomé, de la escuadra de Andalucía, con 975 toneladas y 27 piezas de artillería, una urca, la Sansón, de 500 toneladas y dos galeras –Diana y Princesa- casa una de las cuales contaba con 5 piezas de artillería. La guarnición ordinaria de la ciudad se iba a ver apoyada por la infantería arribada en estos navíos, de manera que a la compañía del capitán Troncoso se añaden 7 compañías más. Según la muestra realizada a mediados del mes de mayo eran éstas la de D. Diego de Bazán – del tercio de D. Agustín Mejía- compuesta por 63 hombres, las de D. Gómez de Carvajal, D. Antonio de Herrera y D. Jerónimo de Monroy –del tercio de Sicilia-, con 57, 78 y 68 soldados respectivamente (las dos últimas trasladadas desde Betanzos en diciembre), la de D. Juan de Luna, con 72 hombres, de D. Pedro Manrique con 56 y otra más bajo el mando de un alférez. De este modo habría en La Coruña cerca de 600 soldados profesionales, a los que se deben sumar las cuatro compañías de milicia dirigidas por Francisco de Miranes, Lorenzo Montoto, Juan Sánchez Cotrofe y Pedro de Lago. Aunque no se dispone de las cifras de sus integrantes en el momento inmediatamente anterior al ataque, sí sabemos que a finales de 1587 estaban compuestas por 220 arcabuceros y 337 piqueros. Estos datos, concordantes con los proporcionados por Varela, y de fácil comprobación en los registros de tropas enviados periódicamente al rey por el Marqués de Cerralbo, contrastan con el volumen de defensores aportado por algunos historiadores decimonónicos, que llegan a hablar de varios miles de hombres. En contrapartida a esa reducida presencia militar contaba la ciudad con una buena cantidad de armas, pues acababan de llegar 2400 arcabuces, 480 mosquetes y 3120 picas enviados desde Santander y Vizcaya. También la provisión alimenticia era importante según la relación que de ella hizo el capitán general. A mediados de abril se encontraban en los almacenes de La Coruña 550 barriles de atún, 680 quintales de pescado, 1100 arrobas de aceite y 1100 hanegas de garbanzos que habían llegado el año anterior procedentes de Lisboa y Sevilla, más los 1500 quintales de carne salada reunidos en Galicia. Se esperaban recoger también 2200 quintales de tocino, 4000 de bizcocho y 1200 pipas de vino. En estas condiciones el 4 de mayo se produce la llegada de la flota inglesa. Por la mañana muy temprano se había recibido un aviso de Bares comunicando el paso ante sus costas de la armada enemiga, que tuviera lugar la tarde anterior. Horas más tarde, mientras el Marqués celebraba Audiencia, llegarán dos mensajeros desde el cabo Prior con una noticia similar al tiempo que en esa zona se encendían varias hogueras para avisar del peligro. A su vez, las primeras medidas adoptadas en la ciudad iban a ser encender fuego en la Torre de Hércules, señal que servía para atraer a los habitantes de los lugares circunvecinos, y enviar a las dos galeras que estaban en el puerto en misión de reconocimiento. Verificada por éstas la naturaleza hostil de la flota se mandarán avisos a todo el Reino solicitando ayuda, mientras se da orden a las dos compañías de infantería alojadas en Betanzos de acudir a la ciudad. Las tres de portugueses que estaban en Ferrol recibieron instrucciones de permanecer en estado de alerta y dispuestas para intervenir en caso necesario. Con objeto de evitar que los barcos ingleses entraran en la zona portuaria los soldados de D. Juan de Luna y de D. Pedro Manrique iban a embarcarse en las dos galeras y en el galeón S. Juan se situaría a compañía de D. Diego de Bazán bajo el mando de Martín de Bertendona. Entre tanto, la defensa del fuerte quedaba encomendada a la compañía de D. Jerónimo de Monroy con el apoyo de algunos hombres de la ciudad dirigidos por Francisco de Miranes. Colocadas las galeras a un lado de S. Antón y el galeón S. Juan al otro quedó resguardada la Pescadería. Cuando los barcos enemigos intentaron cruzar esa línea defensiva los disparos realizados desde el fuerte les obligarían a alejarse, situándose hacia la otra orilla de la ría. A la una de la tarde comienzan a desembarcar soldados ingleses en la playa de Sta. Mª de Oza, extendiéndose rápidamente y haciéndose con el control de los caminos que comunicaban a La Coruña con Betanzos y Santiago. Por esta razón el Marqués despacharía avisos a las compañías que habían de venir de la primera de estas localidades previniéndoles para que trataran de entrar en la ciudad a través del camino de Bergantiños. Aunque los navíos anclados en el puerto cañoneaban a los ingleses que habían alcanzado tierra y desde S. Antón se disparaba contra sus barcos, el avance de los invasores resultaba imparable. Como último recurso salieron a hacerles frente un grupo de 150 arcabuceros dirigidos por el capitán Troncoso y el sargento Luis de León. Tras luchar durante algún tiempo en el alto de Sta. Lucía tendrían que retirarse debido a las maniobras hechas por los ingleses para rodearlos. De este modo, al anochecer los españoles estaban refugiados tras el muro de la Pescadería, de donde las últimas personas en salir habían sido la Marquesa y algunos otros familiares de miembros de la Audiencia aprovechando la confusión inicial. Esa misma noche el capitán Juan Varela, antiguo soldado en Flandes y dueño de una granja cercana a La Coruña, condujo a las dos compañías procedentes de Betanzos –las de D. Juan de Monsalve y D. Pedro Ponce de Sandoval- a través de las líneas enemigas, penetrando en la ciudad con armas y vestidos arrebatadas a los enemigos. Al amanecer del día siguiente el general Norris estudiaría el estado de las defensas coruñesas. Observando la debilidad de la muralla de la Pescadería decide intentar un asalto simultáneamente por dos sectores mientras con alguna artillería se atacaba a los barcos para evitar su intervención. De este modo, a las ocho de la mañana en una lancha se desembarcan tres piezas artilleras ante la pasividad de los buques españoles. Tardíamente la galera Princesa saldría del puerto con objeto de impedirles la maniobra, pero la respuesta resultó ya inútil y este buque, acompañado de la galera Diana, abandonará la ciudad. Con las tres piezas desembarcadas, los ingleses inician el ataque a los galeones S. Juan y S. Bartolomé situados en la Marina, mientras cañoneaban desde los navíos el fuerte de S. Antón. Debido a lo apurado de la situación, el Marqués dará orden de recoger los abastos almacenados en la Pescadería, a la vez que aprestan las compañías para la defensa del arrabal. Al anochecer los invasores comenzaron a cavar trincheras, al tiempo que cuatro de sus barcos se acercaban a la isla, siendo obligados a retirarse por los disparos del fuerte. Algo más tarde, sin embargo, consiguen desembarcar 1500 soldados con intención de rodear a las fuerzas españolas, pese a que el Marqués apoyado por la compañía de Pedro Manrique intentara detener su avance. Paralelamente, en las zonas de la puerta de la Torre y del Caramanchón se había producido el asalto a la muralla, provocando la retirada de los defensores. Esta acción supondría la muerte de 70 soldados españoles y 200 vecinos, aunque Varela llegue a hablar de 700 fallecidos, y la cautividad de un buen número de hombres, entre ellos los capitanes D. Juan de Monsalve y D. Juan de Luna, y los nueve soldados que refugiados en la Torre de Hércules hubieron de rendirse a causa del hambre. El ataque inglés había contado con la participación del coronel Huntley y el capitán Fenner al frente de las tropas de desembarco mientras las operaciones en las dos zonas asaltadas quedaron en manos de los capitanes Richard Wingfield y Sampson, lugartenientes respectivamente de Norris y Drake y de los coroneles Umpton y Bret. En su Diario el capitán Juan Varela afirma que si en el momento del asalto algunos ingleses hubiesen intentado penetrar en la Ciudad Vieja lo habrían conseguido con facilidad al encontrarse prácticamente abandonada, pues los soldados estaban defendiendo el arrabal y las puertas carecían de guarnición. Notificada esta circunstancia al Marqués por un miembro de la Audiencia se colocaron 4 arcabuceros en la puerta principal poco antes de que unos cuantos invasores se acercases a ella. Debido a los disparos realizados por estos soldados, los ingleses iban a desistir de forzar la entrada creyendo que hallarían fuerte resistencia. Por otra parte, pronto encontraron un nuevo centro de interés ya que la retirada española hacia la ciudad permitió el saqueo concienzudo de la Pescadería, prolongación del realizado desde el día anterior en la comarca. En ella fueron quemadas casas y cosechas, profanadas iglesias y asaltadas bodegas. Este último aspecto contribuyó también a provocar un buen número de bajas entre los invasores, al ser asesinados muchos de ellos mientras se encontraban balo los efectos del alcohol. Por otra parte, también el pillaje realizado en los almacenes coruñeses daría tiempo para adoptar nuevas medidas defensivas en la ciudad, reforzando las puertas, recogiendo la artillería situada en las cercanías del convento de Sto. Domingo y distribuyendo a los soldados a lo largo de la muralla. Mientras ocurría esto continuaba el desembarco de enemigos que tomaban posiciones cerca de los muros de la Ciudad Alta y recibían una completa información de las condiciones existentes en la capital a su llegada mediante el interrogatorio realizado a un comisario de vituallas, Juan de Vera. Este confesaría que la guarnición de La Coruña estaba compuesta por unos 500 soldados agrupados en 7 compañías que habían retornado de la jornada de Inglaterra en muy mala situación. Tras nombrar a sus capitanes, les informaría de la entrada de los soldados procedentes de Betanzos y del volumen de provisiones que se había llegado a reunir en los almacenes y en los barcos: 2000 pipas de vino, 1000 barriles de aceite, 3000 quintales de carne y una importante cantidad de cereal y pescado. Por él supieron también que pocos días antes habían llegado al puerto barcos cargados con armas y que el Marqués acababa de recibir varios miles de ducados con los que preparar una nueva expedición contra Inglaterra. Al mismo tiempo, en toda Galicia comenzaron a movilizarse las autoridades reales y señoriales. A las dos de la mañana de ese día habían llegado las primeras noticias del ataque al arzobispo de Santiago. Tres horas más tarde el Conde de Altamira acompañado por algunos de sus hombres acude en socorro de la ciudad. Desde ese momento va a producirse la salida escalonada de diversos contingentes, al tiempo que se despachaban avisos hacia todos los puertos de Galicia hasta Vigo. Caballeros e hidalgos de la comarca, por su parte, habían comenzado a reunirse en el Burgo, enviando mediante una barca una carta al Marqués de Cerralbo en la que solicitaban las instrucciones, armas, pólvora y alimentos. La respuesta de éste iba a ser designar al Conde de Andrade para dirigir las operaciones comunicándoles, además, que le resultaba imposible socorrerlos. En la zona de las Mariñas se organizó también la defensa tratando de evitar el desembarco del enemigo, lo que se conseguirían gracias a los 600 hombres que a las órdenes del regidor de Betanzos, Juan Rodríguez, guardaban la costa. En la misma madrugada en la que la pérdida de la Pescadería constituía ya un hecho irreversible, la tripulación del S. Juan abandonó el buque tras haberle prendido fuego. Mientras 14 ó 15 ingleses que habían subido a él con objeto de retirar sus estandartes morían al estallar unos barriles de pólvora colocados con esa finalidad. Al despuntar el día del desembarco inglés parecía consumado definitivamente. Los intentos que desde la muralla se hicieron para impedir los movimientos de los asaltantes entre la Pescadería y los navíos fracasaron, al igual que el deseo de evitar que penetrasen en el convento de Sto. Domingo, situado muy cerca de la Puerta de Aires. Temiendo un inmediato ataque se iban a distribuir los soldados a lo largo de los muros, mientras los oficiales de la Audiencia quedaban encargados de proporcionarles municiones y alimentos. También se recogieron arte de las provisiones guardadas en la Pescadería, prendiéndose fuego a los almacenes cercanos a la muralla para evitar su conquista. La otra tarea a realizar, el refuerzo de los cubos del muro situado frente al arrabal, fue encomendada a las mujeres y a algunas personas procedentes de la comarca. Tras haber adoptado estas medidas, sólo quedaba esperar el ataque definitivo o la ayuda exterior. Esta, sin embargo, no resultaría demasiado efectiva debido a la falta de adiestramiento y de medios que rodeaba a la gente reunida para el socorro. Así el ataque que dos compañías llegadas de Santiago con el conde de Altamira y otras dos portuguesas realizaron en la zona de Sta. Lucía acabó en una completa retirada, sin poder aliviar en nada la situación de la ciudad. El domingo 7 de mayo el convento de Sto. Domingo iba a convertirse en el principal reducto de la vanguardia inglesa, disparándose desde él contra los hombres situados tras la muralla. En respuesta a estas acciones dos piezas de artillería española derribaron parte del campanario, aunque desde las ventanas del templo habían de proseguir los disparos. Durante este día y parte de la noche se realizarán preparativos para el asalto por ambas partes. Al día siguiente el coronel Huntley recorría la comarca junto a 300 o 400 hombres recogiendo provisiones. Los ingleses desembarcaron también alguna artillería –dos semicañones y dos culebrinas- con objeto de colocarlas en el bastión establecido entre el monasterio de Sto. Domingo y la huerta adyacente. Aunque los invasores trataron de negociar la rendición de la ciudad, los españoles se mostraban decididos a resistir, esperando incluso la ayuda divina. En esta fecha se reúnen 18 vecinos de la ciudad –posiblemente miembros de la cofradía del Rosario- comprometiéndose a celebrar todos los años el 2 de julio, día de la Visitación de la Virgen, una misa en el Monasterio de Sto. Domingo si el Señor los libraba del cerco. Se comprometían también a pagar una dote de 20 ducados a 15 doncellas en sustitución de los gastos que solían hacerse para festejar ese día. Además, el mayordomo de la cofradía había de dar de limosna a los pobres que acudieran a su casa en tal fecha, carne, pescado, pan y vino en lugar de la comida que tradicionalmente ofrecía a los cofrades. El último de sus compromisos iba a consistir en celebrar una procesión general el día que se levantase el cerco y en su cumplimiento del 20 de mayo –tras la partida de la flota inglesa-, se haría una misa cantada en la iglesia de Santiago a la que asistieron todos los vecinos. Puesto que esta promesa acompañaba al voto anterior ello puede explicar las divergencias señaladas por historiadores como Martínez Salazar, quien para justificar el desdoblamiento de los festejos afirma que hubo dos votos distintos uno el 8 de mayo a cargo de algunos vecinos y el otro el 19 por decisión del concejo. Sea como fuere, los dos días posteriores a la promesa del voto continuaron las escaramuzas entre los dos bandos. Los españoles trataban de evitar la construcción de trincheras y de una plataforma para artillería, mientras los ingleses dirigían varias lanchas contra San Antón que hubieron de retirarse a causa de los disparos realizados desde el puerto. Un nuevo enfrentamiento, - esta vez entre los asaltantes y tropas de socorro- tendría lugar el miércoles finalizando con la retirada hacia el Burgo de esos auxilios. Aunque el Conde de Andrade enviaría desde allí a un grupo de arcabuceros que darían muerte a 30 ingleses regresando con armas, ropa y cinco de sus cabezas, no iba a producirse ningún cambio sustancial durante el resto del día. No ocurre lo mismo al siguiente, en el que se produce un primer intento de asalto a la ciudad dirigido por el capitán Goodwin, quien resultaría herido. Tras este fracaso, los invasores intentarán negociar nuevamente la rendición de la plaza y el rescate de D. Juan de Luna y algunos otros prisioneros, pero el Marqués no parece dispuesto a ceder. Después de haber fallado en su propósito de penetrar en el recinto amurallado mediante escalas, los ingleses prondrían sus esperanzas en derribar una parte de la muralla. Para ello colocan una mina en el sector más cercano al convento de Sto. Domingo, que revienta sin conseguir su objetivo. Desde ese momento los esfuerzos coruñeses se dirigen a reparar el muro, tarea en la que tomarán parte activa las mujeres e incluso los niños, mientras los atacantes preparan una nueva mina. Finalizada esta operación, el domingo 14 de mayo iba a tener lugar el asalto definitivo. Una vez dispuesta la mina de los sitiadores y preparada su infantería para el asalto, dentro de la ciudad se retiraron los soldados colocados en el sector del muro que iba a ser volado para evitar heridos. Quedaron tan solo dos centinelas a quienes se encarga de dar aviso de la proximidad del enemigo. La defensa se encomienda al capitán Troncoso con su compañía, y a las de D. Antonio de Herrera y D. Diego de Bazán. Tras el estallido de la mina y la consiguiente caída de parte del cubo de la muralla se inicia el ataque inglés, que va a ser rechazado en un primer momento. La brecha abierta por la artillería, sin embargo, permitió un nuevo intento de forzar la resistencia que colocaría a los defensores en situación muy apurada pues los ingleses llegaron a lo alto de la muralla iniciándose allí una lucha cuerpo a cuerpo. Durante ese tiempo todos los hombres disponibles participaron en las labores de defensa mientras las mujeres colaboraban proporcionándoles piedras y reparando las armas. Cuando la entrada del enemigo parecía inminente, serán las mismas mujeres las que se lancen a la lucha. La intervención de una de ellas, Mayor Fernández de la Cámara y Pita, citada expresamente en el Diario Anónimo que se custodia en la Biblioteca Nacional, sirvió para hacer de ella un mito y un símbolo de los deseos de libertad de la ciudad herculina. Según este relato, María Pita consiguió derribar a un abanderado inglés y de este modo enardecer a los defensores, que conseguirán rechazar el ataque. En el resto de las informaciones de primera mano conservadas la participación de las coruñesas en los sucesos es considerada con carácter general, aunque su contribución a la derrota enemiga se resalta convenientemente. En cualquier caso, la retirada inglesa y el fracaso de su intento de acometer con 40 lanchas el fuerte de S. Antón harán que finalice el asedio. Los ingleses permanecerían aún cuatro días más en la ciudad, pero sin intentar seriamente su conquista. La última acción de guerra iba a tener lugar el día 16, cuando los numerosos soldados reunidos en el Burgo bajo las órdenes del conde de Andrade hacen temer a los sitiadores el inicio de una operación de socorro en toda regla; por ello y tras dejar un tercio de los hombres vigilando La Coruña, el grueso del ejército se dirige hacia el Burgo. Nuevamente la resistencia ofrecida por los gallegos sería mínima. Pese a ello el dominio del puente origina una lucha breve e intensa en la que resultaron heridos varios capitanes ingleses, los capitanes Herdan, Fulford y Barton, junto con sir Edward Norris. La consecuencia inmediata de este suceso sería que las autoridades locales licenciasen a los hombres, circunstancia que no iba a ser aprovechada por los invasores. Su fracaso en el intento de conquista de la ciudad y el desgaste derivado de una situación prolongada excesivamente aconsejaban proseguir la travesía. Por esta causa el 18 de mayo comenzaron a embarcar las tropas tras incendiar la Pescadería, al no poder hacerlo con la ciudad. Al día siguiente la flota ponía rumbo a Lisboa. Los hechos hasta aquí relatados ofrecen una enorme diversidad de lecturas. Parece indudable que la resistencia coruñesa iba a deberse al heroísmo de sus habitantes más que a los medios defensivos puestos a su disposición. Aunque el arzobispo de Santiago escriba al rey afirmando que el Marqués de Cerralbo se encontraba en una ciudad “bien prevenida de gente, munición y bastimentos” la realidad de los hechos era bastante diferente, como el propio Marqués certificaría unos días más tarde. La escasez de soldados en relación con el ejército contrario, cuyos efectivos según las listas oficiales elaboradas en Plymouth ascendían a unos 17000 hombres, y la debilidad de las murallas fueron algunos de los factores que contribuyeron a incrementar los riesgos de las operaciones. En La Coruña no se habían adoptado los avances que en técnica de fortificaciones se extendieran por toda la Europa Occidental. La ausencia de un sistema defensivo abaluartado permitió que el asedio se realizara según el método convencional consistente en practicar un orificio en el muro para tras ello intentar el asalto en masa. La adopción de la “traza italiana”, por el contrario, habría obligado a realizar un bloqueo total y un sitio prolongado, poniendo las cosas mucho más difíciles a los invasores. Aunque los problemas financieros de Felipe II explican esta precariedad de medios con la que se encontraron los coruñeses, obligados a defenderse desde una muralla medieval, no todas las dificultades de los sitiados iban a deberse a la falta de dinero. La lentitud en adoptar decisiones que el capitán Varela achaca al Marqués de Cerralbo no encuentra confirmación en los documentos oficiales, donde sí se hace referencia a episodios como la huida de las galeras ancladas en el puerto ante la presencia de la armada enemiga, la desorganización de las operaciones de socorro o la falta de adiestramiento de muchos de los hombres reclutados. Todas estas circunstancias habían de confluir para hacer de la victoria española un triunfo encomiable, mientras por parte inglesa incluso a los propios Drake y Norris les resultaría difícil justificar la derrota. Ante la reina harían una serie de alegaciones de diverso tipo: falta de material adecuado para establecer un asedio, haber frustrado los preparativos navales de Felipe II y haber hecho una demostración de la debilidad militar española al ser capaces de saquear una ciudad peninsular, lo que el monarca español no había conseguido en Inglaterra. Por su parte, en el diario de Antonnie Winkfield se justifica el fracaso del asalto realizado el 14 de mayo afirmando que éste se produjo a causa de la inexperiencia de los soldados ingleses en el asedio de ciudades, teniendo en consideración que el objetivo del viaje era atacar barcos y capitales, pero no sitiarlas. Según su relato, la explosión de la mina en el cubo de la muralla desencadenaría un ataque irreflexivo en este sector. El grupo al que se había asignado el asalto se precipita sobre el cubo tan pronto como estalla la mina, por lo que recibirá el impacto de los cascotes en el momento en el que se derrumba parte del mismo, debiendo regresar sobre sus pasos dejando 30 ó 40 muertos. A su vez, las compañías encargadas del ataque por la brecha abierta en la muralla alcanzaron su parte alta pero el excesivo número de atacantes haría que cediesen los escombros sobre los que se situaban, descendiendo así el nivel de su base de sustentación y colocándolos ante la parte de la muralla que se mantenía en pie. Aunque en el resumen que de estos hechos realizó el corregidor de La Coruña llegue a afirmar que la salvación de la ciudad fue en gran parte obra divina, ya que el Señor mostró querer liberarla “echando las murallas sobre ellos con gran pérdida de los suyos”, lo cierto es que un ejército de casi 20000 hombres fue incapaz de conquistar una pequeña ciudad con precarias condiciones defensivas. Según las informaciones proporcionadas en La Coruña por Antonio Bigbaque, belga apresado por la armada inglesa cerca de Cascais, a su llegada a Plymouth podían apreciarse las notorias diferencias existentes entre Drake y Norris. Este último achacaba el fracaso de las operaciones en Portugal al retraimiento de Drake, quien no había tratado de forzar la entrada de la flota en el puerto lisboeta. Ciertamente las derrotas favorecen la aparición de reproches. El resultado final de la expedición había resultado decepcionante en tanto que no se produjo ni la conquista de Lisboa ni la de las Azores, murieron un buen número de soldados y nobles ingleses y se propagó una epidemia entre los hombres que diezmaría sus efectivos. El grueso de la armada española, entre tanto, permanecía intacta en Santander. LOS PROTAGONISTAS Aunque la defensa de La Coruña fue en su mayor parte obra de seres anónimos, los diarios y la documentación de la época hacen referencia a personas concretas que en algunos casos –como los de María Pita o el Marqués de Cerralbo-, llegarán a alcanzar el reconocimiento popular, mientras en otros sus nombres han permanecido relegado al olvido. Los documentos oficiales que recogen los servicios realizados por los soldados y vecinos durante el ataque son fundamentalmente de dos tipos: relaciones enviadas por el Marqués a Felipe II y memoriales que, bien a título individual, bien a título colectivo, se elevan a la Corte solicitando alguna recompensa. Mientras en el primer caso incluyen a gente que gozaban de sueldo del rey. Oficiales militares y de la Audiencia, en el segundo serán los civiles los protagonistas. Por encima de todos ellos, sin duda, es la figura de María Pita la que ha adquirido mayor relevancia, convirtiéndose en símbolo de los deseos de libertad de los coruñeses. En el Diario Anónimo que sobre el cerco se conserva en la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional se cita expresamente el nombre de esta heroína, referencia recogida a su vez en relatos y versiones posteriores. No será hasta el siglo XIX, sin embargo, cuando la figura de María Pita adquiera una dimensión simbólica y, al mismo tiempo, reciba un tratamiento historiográfico acode con la tradición positivista imperante en el momento. Iba a ser D. Andrés Martínez Salazar el encargado de dotar de contenido real a la figura de la defensora coruñesa, proporcionando un gran número de datos sobre su vida a partir de los pleitos por ella interpuestos ante la Real Audiencia de Galicia y de los memoriales que en diversas ocasiones dirigiría al monarca. Según estos documentos, Mayor Fernández de la Cámara Pita había nacido en La Coruña entre 1562 y 1568. De condición humilde y casada cuatro veces: con Juan Alonso de Rois, carnicero de S. Cristóbal das Viñas; a continuación con Gregorio de Rocamunde, también carnicero y fallecido en la defensa de la ciudad; con el capitán de infantería Sancho de Arratia, y finalmente con el escudero de la Real Audiencia Gil Bermúdez de Figueroa; su último marido establecería una cláusula en el testamento por la cual su viuda perdía el usufructo de sus bienes en caso de contraer un nuevo matrimonio. De todos estos enlaces tendíia varios hijos: María Alonso Pita o María Alonso Rois, hija de su primer marido y casada a su vez con el receptor de la Audiencia Gregorio Vázquez; Francisca de Arratia, fruto del tercero, y Juan y Francisco Bermúdez de Figueroa, resultado del último de sus esponsales. Se sabe también que María Pita poseía algunas propiedades en Santiago de Sigrás, donde cultivaba pan y vino que vendía por pipas. Daba animales en aparcería y prestaba dinero, además de administrar las propiedades que en S. Pedro de Nós y S. Pedro de Ledoño habían heredado sus hijos. Poseía también el privilegio de exportar mular al reino de Portugal, merced que gozaría durante más de 12 años y que le fue concedida en recompensa a los servicios prestados durante el asedio a la ciudad. Su primer marido le iba a dejar algunas tierras en S. Cristóbal das Viñas y tres casas en La Coruña. Según Salazar, en una de ellas –el número 24 de la calle Herrerías- vivía María Pita cuando se produjo el asalto inglés, para después pasar a habitar el número 26 de la calle de Sta. María y el 16 de la calle Cortaduría. A lo largo de su vida debió sostener diversos pleitos, el más importante de los cuales se refiere a los problemas derivados del alojamiento señalado en su casa al capitán Peralta. Sus intentos de expulsarlo provocarían la denuncia de éste y la condena de María Pita a dos años de destierro y el pago de una multa de 4000 mrs. Se traslada entonces a la Corte, donde obtendrá varias cédulas reales en su favor, otorgándole el privilegio de eximir su casa de alojamiento, concediéndole una paga de 5 escudos al mes y una ayuda de costa de 200 ducados. El otro gran pleito en que se vería envuelta esta heroína sería el relativo a la propiedad del coto de S. Pedro de Ledoño, iniciado por su marido Gil de Figueroa y que ella habría de continuar. Posteriormente, aún litiga algún otro, interpuesto a causa de las deudas contraídas por algunas personas que le habían comprado vino. El último, que perdió, tuvo su origen en la construcción hecha por un carnicero en un solar del que decía ser propietaria. El 21 de febrero de 1643 muere María Pita en la feligresía de Santiago de Sigrás, falleciendo “de repente” y dejando hecho un testamento por el que solicitaba ser enterrada en la iglesia de Sto. Domingo de La Coruña. Con respecto al otro gran protagonista español de la defensa, el Marqués de Cerralbo, carecemos de una información tan minuciosa como la proporcionada por Salazar sobre la heroína coruñesa. Su padre, D. Rodrigo Pacheco y Osorio de Toledo, primer Marqués de Cerralbo, fue el primer miembro de la familia encargado de ejercer el cargo de Gobernador y Capitán General de Galicia. Por los servicios prestados al emperador Carlos V éste le reconoció el marquesado en enero de 1533. De su matrimonio con doña Ana Enríquez de Toledo, hija del Conde de Alba de Liste, tuvo como descendiente da D. Juan Pacheco y Osorio, capitán general de Galicia desde mayo de 1587, quien ejercía el cargo, por lo tanto, en el momento de producirse la invasión inglesa. Había servido previamente en Flandes, trasladándose a España para casarse con doña Inés de Toledo y Colona, hija del Marqués de Villafranca. Con posteridad Felipe II le concedió un cargo en los Países Bajos del que no llegaría a tomar posesión al fallecer cuando estaba a punto de embarcar hacia su destino. La “Relación de los que sirvieron particularmente en La Coruña al tiempo que estuvo la armada de Inglaterra sobre aquella ciudad” enviada al rey por el mismo Marqués de Cerralbo, recoge los servicios prestados en aquella ocasión por diversos oficiales militares y de la Audiencia, conservándose también referencias a las recompensas que les correspondieron por ello. Encabeza el listado Luis de León, sargento mayor del Tercio de Sicilia, quien estuvo “desde la primera hora hasta el cabo con grande y continuo cuidado, sin aflojar en ningún tiempo ni ocasión”. Por ello se le habían de conceder 200 ducados de renta. Del capitán Álvaro Troncoso de Ulloa, encargado de la defensa de la batería de la mina en el momento del asalto, se dice que “hizo lo que en muchas ocasiones que se ha hallado del servicio de S. Magd. En Flandes, que es todo lo que se puede desear de un honrado soldado”. Iba a recibir en merced el cargo de teniente del castillo que había tenido encomendado el maestro de campo Nicolás de Isla. A Juan Varela, por conducir hasta la ciudad a las dos compañías procedentes de Betanzos, le concedió el rey 200 ducados de renta y el privilegio de sacar la madera y mulas del reino de Galicia. Además de estos, se citan también los servicios prestados por los capitanes D. Pedro Ponce de Sandoval y D. Jerónimo de Monroy, los alféreces Pedro Romero, Hernando Arias y Robles, y los sargentos Luis de San Juan y Alonso Martín. Afirma el Marqués en esta relación que, en general, toda la infantería sirvió “lo bien que se podía desear”. Por ello se dio orden para efectuar la entrega de 40 escudos a todos los soldados. En lo referente al personal de la Audiencia, se cita de manera expresa al licenciado D. Francisco Arias Maldonado –promovido por ello para un puesto en uno de los Consejos establecidos en Madrid, concediéndosele el doble de la ayuda de costa acostumbrada para hacer el traslado- y al doctor Luis de Padilla, a quien se le concede un hábito. A los demás oficiales el monarca ordenaría “se le den las gracias”. Mientras, algunos vecinos de la ciudad con cargos militares obtenían también recompensas: Vasco de Miranes el título de mayordomo de Castilla con 40000 mrs. de sueldo y Vasco Montoto y Vasco Rodríguez 400 escudos en forma de privilegio para sacar madera y mulas del reino. Los memoriales que algunos particulares elevan al rey solicitando ayuda ofrecen una buena imagen de las penalidades sufridas por la población civil durante el asalto. Antonio García Carvajal, por ejemplo, residente en la ciudad de La Coruña, afirma en diciembre de 1591 llevar más de cuatro meses en la Corte suplicando se le pagasen los bienes que le habían tomado durante el cerco (200 reales de pasas, 6 quintales de lino para hacer cuerda, 4 quintales de pábilo para lo mismo, 50 varas de paños con que hacer saquillos, 2 colchones grandes y 2 mantas por valor de 30 reales). Sin duda, otros vecinos se encontraron en condiciones peores, como en el caso de Inés de Ben a quien no solo le tomaron para la defensa 800 ducados en cuerda, plomo y pólvora, sino que también vio morir a su esposo en el asalto y ella misma recibió dos balazos que la dejaron casi ciega. Con objeto de compensarla, a su hijo se le daría una plaza muerta en la guarnición de la ciudad por valor de 4 ducados. Muchos otros servicios debieron prestar los ciudadanos coruñeses en aquel momento de los que solo se tienen noticias a nivel colectivo. Sería toda la ciudad la que sufriera las consecuencias de un asalto dirigido por el militar más renombrado de Inglaterra, sir John Norris, y uno de los marinos más famosos de la época, sir Francis Drake. Pese a que el primero quien dirigió los ataques y las operaciones del ejército en la memoria colectiva de los gallegos ha quedado grabada la imagen de Drake como responsable de la operación. No deja de ser esto un poco paradójico, sobre todo, si tenemos en cuenta la trayectoria profesional de Norris. Edward Norris iba a comenzar su carrera militar en Francia, bajo el mando de Coligny durante las luchas hugonotes. Habiendo servido también en Irlanda junto con Drake, llegó a ser nombrado general de los ingleses que actuaban en los Países Bajos a las órdenes del Príncipe de Orange. Algunos años más tarde asciende a Mariscal de Campo y Jefe del Estado Mayor del Conde de Hohenlo, comandante del ejército de los Estados Generales de los Países Bajos. Cuando se produjo el episodio de la Invencible fue nombrado General de Campo en Inglaterra, para el año siguiente en la expedición que ataca La Coruña. Considerando todo esto, solo la enorme resonancia alcanzada por las acciones de Drake permite explicar que su figura hubiese oscurecido a la del propio Norris. Nacido en el condado de Devonshire, Drake ingresó muy joven la marina siendo a los 22 años capitán bajo las órdenes de sir John Hawkins. Obtedrían patente de corso en e1573 con 3 pequeñas embarcaciones se apodera de la ciudad de Nombre de Dios, causando también grandes pérdidas entre los navíos españoles anclados en el istmo de Panamá. Tres años más tarde serviría en Irlanda bajo el mando del conde de Essex con tres fragatas. Habiendo regresado a Inglaterra, se presentó a la reina con el proyecto de penetrar en el mar del Sur. Tras recibir cinco naves, iba a realizar el primer viaje de circunnavegación hecho por un inglés, siendo recibido a su regreso como un héroe. Durante el suceso de la Invencible fue nombrado almirante, dirigiendo una de las divisiones de la armada inglesa. Tras el fracaso de la expedición contra Portugal y el asedio de La Coruña intentaría un último viaje junto con John Hawkins –en 1594- con el propósito de conquistar una de las Canarias y posteriormente Puerto Rico. Moriría frente a Portobelo, presa de una fiebre violenta, siendo el gobernador de la plaza un español de origen tan gallego como D. Alonso de Sotomayor.
EL ATAQUE La documentación inglesa de la época prueba que, desde la perspectiva real, la prioridad del viaje era destruir los barcos españoles refugiados en los puertos cantábricos. Pero no explica las razones por las que de Drake dirigió su flota hacia aguas coruñesas sin haber hecho previamente una visita a Santander. Su presencia en La Coruña y las causas del ulterior ataque a esta ciudad han sido objeto de múltiples interpretaciones a lo largo del tiempo. Los contemporáneos del suceso iban a referirse a los deseos de represalia, bien porque de su puerto salieran los barcos de la Invencible, bien porque fuera sede de la Audiencia –institución que había promovido el secuestro de bienes y mercancías inglesas en Galicia en años precedentes-. Los propios Drake y Norris justificaron su actitud escribiendo una carta a la reina en la que aseguraban haber recibido información sobre la llegada a La Coruña de 200 naves cargadas con víveres, municiones y pertrechos reunidos en preparación de una segunda jornada contra Inglaterra. A su regreso, además, afirmarían que la falta de provisiones y los vientos contrarios les impidieran adentrarse en el Golfo de Vizcaya. Los historiadores españoles, por su parte, destacan aspectos como la permanencia en puerto herculino del galeón S. Juan –el buque de mayor tonelaje de la escuadra de Portugal y uno de los más potentes de la armada-, el apoyo que desde la Coruña se había proporcionado a la rebelión irlandesa e incluso razones de carácter personal, como la animadversión de Drake hacia algunos marinos españoles que regresara a La Coruña. Paralelamente, los últimos estudios ingleses realizados a partir de la documentación procedente del Consejo Privado de la reina y de la correspondencia de ésta con Drake y Norris apuntan la idea de que la intención de los promotores del viaje fue siempre dirigirse hacia Portugal sin desviarse a Santander. Puesto que la ciudad gallega se situaba camino de Lisboa y cabía la posibilidad de destruir algunos barcos y frustrar los preparativos navales que se estuviesen realizando en ella, parecía una buena escala que podría contribuir a dar respuesta a las exigencias de la reina. Sea como fuere, el 4 de mayo (24 de abril según cronología inglesa de la época, todavía no adaptada al calendario gregoriano) la flota de Drake estaba en La Coruña. Los hechos que tuvieron lugar en esta ciudad en los 16 días de permanencia de los invasores son conocidos a través de fuentes de muy diverso carácter: el Diario del capitán Juan Varela –incompleto-, del que se conserva una copia en la Biblioteca Nacional, el Diario Anónimo custodiado en la misma biblioteca del que hay una copia realizada en La Coruña en 1834 con ligeras modificaciones, el diario del coronel inglés Antonnie Winkfield, publicado primero de manera independiente y después en “Los principales Viajes y Expediciones” recopilados por Richard Hakluyt y al menos dos diarios más encontrados en Simancas, uno completo y publicado por Félix Estrada Gallardo y otro parcial. Este acompañaba a una carta dirigida al rey por el arzobispo de Santiago y fue dado a conocer por Martínez Salazar. Además de estos relatos contemporáneos, se cuenta con resúmenes de los acontecimientos procedentes de diversa documentación: una información elevada por el gremio de los mareantes a la Audiencia de Galicia y un memorial dirigido por la ciudad a Felipe II. Diversa correspondencia conservada en el archivo General de Simancas añade nuevos datos a nuestro conocimiento de los hechos. En estas fuentes se han basado historiadores de todas las épocas para relatar un hecho fundamental en la historia coruñesa y una buena manifestación del estado del imperio español tras el fracaso de la expedición contra Inglaterra. Desde el cronista Felipe II, Cabrera de Córdoba, hasta el primer gran historiador de La Coruña, Enrique de Vedía, pasando por el cronista del reino de Galicia, el padre Gándara, se han sucedido interpretaciones que los múltiples actos organizados en la relación con esta efemérides contribuirían a divulgar y, en algunos casos , a tergiversar. Resulta imprescindible, en consecuencia, referirse a las principales acciones que tuvieron lugar durante el asalto considerando que su reseña está necesariamente limitada por la calidad de la documentación conservada. Los riesgos de subjetividad inherentes a los escritos de los participantes en el enfrentamiento, el carácter incompleto de algunos de los diarios y la naturaleza resumida de las informaciones oficiales son factores que dificultan la observación imparcial de los hechos. La coincidencia que parece rodear a los acontecimientos fundamentales contribuye, sin embargo, a restaurar el necesario equilibrio en el relato. El único diario que hace referencia a los momentos previos al cerco es el del capitán Juan Varela, cuyas noticias están corroboradas por diversos documentos conservados en el Archivo General de Simancas. En el puerto de La Coruña había por aquel entonces seis navíos que regresaran de Inglaterra: el galeón S. Juan, de 1050 toneladas, integrante de la escuadra de Portugal y que en el momento de la partida contaba con 50 piezas de artillería, el galeón S. Bernardo, de la misma escuadra, que tenía 352 toneladas y 21 piezas artilleras, el buque S. Bartolomé, de la escuadra de Andalucía, con 975 toneladas y 27 piezas de artillería, una urca, la Sansón, de 500 toneladas y dos galeras –Diana y Princesa- casa una de las cuales contaba con 5 piezas de artillería. La guarnición ordinaria de la ciudad se iba a ver apoyada por la infantería arribada en estos navíos, de manera que a la compañía del capitán Troncoso se añaden 7 compañías más. Según la muestra realizada a mediados del mes de mayo eran éstas la de D. Diego de Bazán – del tercio de D. Agustín Mejía- compuesta por 63 hombres, las de D. Gómez de Carvajal, D. Antonio de Herrera y D. Jerónimo de Monroy –del tercio de Sicilia-, con 57, 78 y 68 soldados respectivamente (las dos últimas trasladadas desde Betanzos en diciembre), la de D. Juan de Luna, con 72 hombres, de D. Pedro Manrique con 56 y otra más bajo el mando de un alférez. De este modo habría en La Coruña cerca de 600 soldados profesionales, a los que se deben sumar las cuatro compañías de milicia dirigidas por Francisco de Miranes, Lorenzo Montoto, Juan Sánchez Cotrofe y Pedro de Lago. Aunque no se dispone de las cifras de sus integrantes en el momento inmediatamente anterior al ataque, sí sabemos que a finales de 1587 estaban compuestas por 220 arcabuceros y 337 piqueros. Estos datos, concordantes con los proporcionados por Varela, y de fácil comprobación en los registros de tropas enviados periódicamente al rey por el Marqués de Cerralbo, contrastan con el volumen de defensores aportado por algunos historiadores decimonónicos, que llegan a hablar de varios miles de hombres. En contrapartida a esa reducida presencia militar contaba la ciudad con una buena cantidad de armas, pues acababan de llegar 2400 arcabuces, 480 mosquetes y 3120 picas enviados desde Santander y Vizcaya. También la provisión alimenticia era importante según la relación que de ella hizo el capitán general. A mediados de abril se encontraban en los almacenes de La Coruña 550 barriles de atún, 680 quintales de pescado, 1100 arrobas de aceite y 1100 hanegas de garbanzos que habían llegado el año anterior procedentes de Lisboa y Sevilla, más los 1500 quintales de carne salada reunidos en Galicia. Se esperaban recoger también 2200 quintales de tocino, 4000 de bizcocho y 1200 pipas de vino. En estas condiciones el 4 de mayo se produce la llegada de la flota inglesa. Por la mañana muy temprano se había recibido un aviso de Bares comunicando el paso ante sus costas de la armada enemiga, que tuviera lugar la tarde anterior. Horas más tarde, mientras el Marqués celebraba Audiencia, llegarán dos mensajeros desde el cabo Prior con una noticia similar al tiempo que en esa zona se encendían varias hogueras para avisar del peligro. A su vez, las primeras medidas adoptadas en la ciudad iban a ser encender fuego en la Torre de Hércules, señal que servía para atraer a los habitantes de los lugares circunvecinos, y enviar a las dos galeras que estaban en el puerto en misión de reconocimiento. Verificada por éstas la naturaleza hostil de la flota se mandarán avisos a todo el Reino solicitando ayuda, mientras se da orden a las dos compañías de infantería alojadas en Betanzos de acudir a la ciudad. Las tres de portugueses que estaban en Ferrol recibieron instrucciones de permanecer en estado de alerta y dispuestas para intervenir en caso necesario. Con objeto de evitar que los barcos ingleses entraran en la zona portuaria los soldados de D. Juan de Luna y de D. Pedro Manrique iban a embarcarse en las dos galeras y en el galeón S. Juan se situaría a compañía de D. Diego de Bazán bajo el mando de Martín de Bertendona. Entre tanto, la defensa del fuerte quedaba encomendada a la compañía de D. Jerónimo de Monroy con el apoyo de algunos hombres de la ciudad dirigidos por Francisco de Miranes. Colocadas las galeras a un lado de S. Antón y el galeón S. Juan al otro quedó resguardada la Pescadería. Cuando los barcos enemigos intentaron cruzar esa línea defensiva los disparos realizados desde el fuerte les obligarían a alejarse, situándose hacia la otra orilla de la ría. A la una de la tarde comienzan a desembarcar soldados ingleses en la playa de Sta. Mª de Oza, extendiéndose rápidamente y haciéndose con el control de los caminos que comunicaban a La Coruña con Betanzos y Santiago. Por esta razón el Marqués despacharía avisos a las compañías que habían de venir de la primera de estas localidades previniéndoles para que trataran de entrar en la ciudad a través del camino de Bergantiños. Aunque los navíos anclados en el puerto cañoneaban a los ingleses que habían alcanzado tierra y desde S. Antón se disparaba contra sus barcos, el avance de los invasores resultaba imparable. Como último recurso salieron a hacerles frente un grupo de 150 arcabuceros dirigidos por el capitán Troncoso y el sargento Luis de León. Tras luchar durante algún tiempo en el alto de Sta. Lucía tendrían que retirarse debido a las maniobras hechas por los ingleses para rodearlos. De este modo, al anochecer los españoles estaban refugiados tras el muro de la Pescadería, de donde las últimas personas en salir habían sido la Marquesa y algunos otros familiares de miembros de la Audiencia aprovechando la confusión inicial. Esa misma noche el capitán Juan Varela, antiguo soldado en Flandes y dueño de una granja cercana a La Coruña, condujo a las dos compañías procedentes de Betanzos –las de D. Juan de Monsalve y D. Pedro Ponce de Sandoval- a través de las líneas enemigas, penetrando en la ciudad con armas y vestidos arrebatadas a los enemigos. Al amanecer del día siguiente el general Norris estudiaría el estado de las defensas coruñesas. Observando la debilidad de la muralla de la Pescadería decide intentar un asalto simultáneamente por dos sectores mientras con alguna artillería se atacaba a los barcos para evitar su intervención. De este modo, a las ocho de la mañana en una lancha se desembarcan tres piezas artilleras ante la pasividad de los buques españoles. Tardíamente la galera Princesa saldría del puerto con objeto de impedirles la maniobra, pero la respuesta resultó ya inútil y este buque, acompañado de la galera Diana, abandonará la ciudad. Con las tres piezas desembarcadas, los ingleses inician el ataque a los galeones S. Juan y S. Bartolomé situados en la Marina, mientras cañoneaban desde los navíos el fuerte de S. Antón. Debido a lo apurado de la situación, el Marqués dará orden de recoger los abastos almacenados en la Pescadería, a la vez que aprestan las compañías para la defensa del arrabal. Al anochecer los invasores comenzaron a cavar trincheras, al tiempo que cuatro de sus barcos se acercaban a la isla, siendo obligados a retirarse por los disparos del fuerte. Algo más tarde, sin embargo, consiguen desembarcar 1500 soldados con intención de rodear a las fuerzas españolas, pese a que el Marqués apoyado por la compañía de Pedro Manrique intentara detener su avance. Paralelamente, en las zonas de la puerta de la Torre y del Caramanchón se había producido el asalto a la muralla, provocando la retirada de los defensores. Esta acción supondría la muerte de 70 soldados españoles y 200 vecinos, aunque Varela llegue a hablar de 700 fallecidos, y la cautividad de un buen número de hombres, entre ellos los capitanes D. Juan de Monsalve y D. Juan de Luna, y los nueve soldados que refugiados en la Torre de Hércules hubieron de rendirse a causa del hambre. El ataque inglés había contado con la participación del coronel Huntley y el capitán Fenner al frente de las tropas de desembarco mientras las operaciones en las dos zonas asaltadas quedaron en manos de los capitanes Richard Wingfield y Sampson, lugartenientes respectivamente de Norris y Drake y de los coroneles Umpton y Bret. En su Diario el capitán Juan Varela afirma que si en el momento del asalto algunos ingleses hubiesen intentado penetrar en la Ciudad Vieja lo habrían conseguido con facilidad al encontrarse prácticamente abandonada, pues los soldados estaban defendiendo el arrabal y las puertas carecían de guarnición. Notificada esta circunstancia al Marqués por un miembro de la Audiencia se colocaron 4 arcabuceros en la puerta principal poco antes de que unos cuantos invasores se acercases a ella. Debido a los disparos realizados por estos soldados, los ingleses iban a desistir de forzar la entrada creyendo que hallarían fuerte resistencia. Por otra parte, pronto encontraron un nuevo centro de interés ya que la retirada española hacia la ciudad permitió el saqueo concienzudo de la Pescadería, prolongación del realizado desde el día anterior en la comarca. En ella fueron quemadas casas y cosechas, profanadas iglesias y asaltadas bodegas. Este último aspecto contribuyó también a provocar un buen número de bajas entre los invasores, al ser asesinados muchos de ellos mientras se encontraban balo los efectos del alcohol. Por otra parte, también el pillaje realizado en los almacenes coruñeses daría tiempo para adoptar nuevas medidas defensivas en la ciudad, reforzando las puertas, recogiendo la artillería situada en las cercanías del convento de Sto. Domingo y distribuyendo a los soldados a lo largo de la muralla. Mientras ocurría esto continuaba el desembarco de enemigos que tomaban posiciones cerca de los muros de la Ciudad Alta y recibían una completa información de las condiciones existentes en la capital a su llegada mediante el interrogatorio realizado a un comisario de vituallas, Juan de Vera. Este confesaría que la guarnición de La Coruña estaba compuesta por unos 500 soldados agrupados en 7 compañías que habían retornado de la jornada de Inglaterra en muy mala situación. Tras nombrar a sus capitanes, les informaría de la entrada de los soldados procedentes de Betanzos y del volumen de provisiones que se había llegado a reunir en los almacenes y en los barcos: 2000 pipas de vino, 1000 barriles de aceite, 3000 quintales de carne y una importante cantidad de cereal y pescado. Por él supieron también que pocos días antes habían llegado al puerto barcos cargados con armas y que el Marqués acababa de recibir varios miles de ducados con los que preparar una nueva expedición contra Inglaterra. Al mismo tiempo, en toda Galicia comenzaron a movilizarse las autoridades reales y señoriales. A las dos de la mañana de ese día habían llegado las primeras noticias del ataque al arzobispo de Santiago. Tres horas más tarde el Conde de Altamira acompañado por algunos de sus hombres acude en socorro de la ciudad. Desde ese momento va a producirse la salida escalonada de diversos contingentes, al tiempo que se despachaban avisos hacia todos los puertos de Galicia hasta Vigo. Caballeros e hidalgos de la comarca, por su parte, habían comenzado a reunirse en el Burgo, enviando mediante una barca una carta al Marqués de Cerralbo en la que solicitaban las instrucciones, armas, pólvora y alimentos. La respuesta de éste iba a ser designar al Conde de Andrade para dirigir las operaciones comunicándoles, además, que le resultaba imposible socorrerlos. En la zona de las Mariñas se organizó también la defensa tratando de evitar el desembarco del enemigo, lo que se conseguirían gracias a los 600 hombres que a las órdenes del regidor de Betanzos, Juan Rodríguez, guardaban la costa. En la misma madrugada en la que la pérdida de la Pescadería constituía ya un hecho irreversible, la tripulación del S. Juan abandonó el buque tras haberle prendido fuego. Mientras 14 ó 15 ingleses que habían subido a él con objeto de retirar sus estandartes morían al estallar unos barriles de pólvora colocados con esa finalidad. Al despuntar el día del desembarco inglés parecía consumado definitivamente. Los intentos que desde la muralla se hicieron para impedir los movimientos de los asaltantes entre la Pescadería y los navíos fracasaron, al igual que el deseo de evitar que penetrasen en el convento de Sto. Domingo, situado muy cerca de la Puerta de Aires. Temiendo un inmediato ataque se iban a distribuir los soldados a lo largo de los muros, mientras los oficiales de la Audiencia quedaban encargados de proporcionarles municiones y alimentos. También se recogieron arte de las provisiones guardadas en la Pescadería, prendiéndose fuego a los almacenes cercanos a la muralla para evitar su conquista. La otra tarea a realizar, el refuerzo de los cubos del muro situado frente al arrabal, fue encomendada a las mujeres y a algunas personas procedentes de la comarca. Tras haber adoptado estas medidas, sólo quedaba esperar el ataque definitivo o la ayuda exterior. Esta, sin embargo, no resultaría demasiado efectiva debido a la falta de adiestramiento y de medios que rodeaba a la gente reunida para el socorro. Así el ataque que dos compañías llegadas de Santiago con el conde de Altamira y otras dos portuguesas realizaron en la zona de Sta. Lucía acabó en una completa retirada, sin poder aliviar en nada la situación de la ciudad. El domingo 7 de mayo el convento de Sto. Domingo iba a convertirse en el principal reducto de la vanguardia inglesa, disparándose desde él contra los hombres situados tras la muralla. En respuesta a estas acciones dos piezas de artillería española derribaron parte del campanario, aunque desde las ventanas del templo habían de proseguir los disparos. Durante este día y parte de la noche se realizarán preparativos para el asalto por ambas partes. Al día siguiente el coronel Huntley recorría la comarca junto a 300 o 400 hombres recogiendo provisiones. Los ingleses desembarcaron también alguna artillería –dos semicañones y dos culebrinas- con objeto de colocarlas en el bastión establecido entre el monasterio de Sto. Domingo y la huerta adyacente. Aunque los invasores trataron de negociar la rendición de la ciudad, los españoles se mostraban decididos a resistir, esperando incluso la ayuda divina. En esta fecha se reúnen 18 vecinos de la ciudad –posiblemente miembros de la cofradía del Rosario- comprometiéndose a celebrar todos los años el 2 de julio, día de la Visitación de la Virgen, una misa en el Monasterio de Sto. Domingo si el Señor los libraba del cerco. Se comprometían también a pagar una dote de 20 ducados a 15 doncellas en sustitución de los gastos que solían hacerse para festejar ese día. Además, el mayordomo de la cofradía había de dar de limosna a los pobres que acudieran a su casa en tal fecha, carne, pescado, pan y vino en lugar de la comida que tradicionalmente ofrecía a los cofrades. El último de sus compromisos iba a consistir en celebrar una procesión general el día que se levantase el cerco y en su cumplimiento del 20 de mayo –tras la partida de la flota inglesa-, se haría una misa cantada en la iglesia de Santiago a la que asistieron todos los vecinos. Puesto que esta promesa acompañaba al voto anterior ello puede explicar las divergencias señaladas por historiadores como Martínez Salazar, quien para justificar el desdoblamiento de los festejos afirma que hubo dos votos distintos uno el 8 de mayo a cargo de algunos vecinos y el otro el 19 por decisión del concejo. Sea como fuere, los dos días posteriores a la promesa del voto continuaron las escaramuzas entre los dos bandos. Los españoles trataban de evitar la construcción de trincheras y de una plataforma para artillería, mientras los ingleses dirigían varias lanchas contra San Antón que hubieron de retirarse a causa de los disparos realizados desde el puerto. Un nuevo enfrentamiento, - esta vez entre los asaltantes y tropas de socorro- tendría lugar el miércoles finalizando con la retirada hacia el Burgo de esos auxilios. Aunque el Conde de Andrade enviaría desde allí a un grupo de arcabuceros que darían muerte a 30 ingleses regresando con armas, ropa y cinco de sus cabezas, no iba a producirse ningún cambio sustancial durante el resto del día. No ocurre lo mismo al siguiente, en el que se produce un primer intento de asalto a la ciudad dirigido por el capitán Goodwin, quien resultaría herido. Tras este fracaso, los invasores intentarán negociar nuevamente la rendición de la plaza y el rescate de D. Juan de Luna y algunos otros prisioneros, pero el Marqués no parece dispuesto a ceder. Después de haber fallado en su propósito de penetrar en el recinto amurallado mediante escalas, los ingleses prondrían sus esperanzas en derribar una parte de la muralla. Para ello colocan una mina en el sector más cercano al convento de Sto. Domingo, que revienta sin conseguir su objetivo. Desde ese momento los esfuerzos coruñeses se dirigen a reparar el muro, tarea en la que tomarán parte activa las mujeres e incluso los niños, mientras los atacantes preparan una nueva mina. Finalizada esta operación, el domingo 14 de mayo iba a tener lugar el asalto definitivo. Una vez dispuesta la mina de los sitiadores y preparada su infantería para el asalto, dentro de la ciudad se retiraron los soldados colocados en el sector del muro que iba a ser volado para evitar heridos. Quedaron tan solo dos centinelas a quienes se encarga de dar aviso de la proximidad del enemigo. La defensa se encomienda al capitán Troncoso con su compañía, y a las de D. Antonio de Herrera y D. Diego de Bazán. Tras el estallido de la mina y la consiguiente caída de parte del cubo de la muralla se inicia el ataque inglés, que va a ser rechazado en un primer momento. La brecha abierta por la artillería, sin embargo, permitió un nuevo intento de forzar la resistencia que colocaría a los defensores en situación muy apurada pues los ingleses llegaron a lo alto de la muralla iniciándose allí una lucha cuerpo a cuerpo. Durante ese tiempo todos los hombres disponibles participaron en las labores de defensa mientras las mujeres colaboraban proporcionándoles piedras y reparando las armas. Cuando la entrada del enemigo parecía inminente, serán las mismas mujeres las que se lancen a la lucha. La intervención de una de ellas, Mayor Fernández de la Cámara y Pita, citada expresamente en el Diario Anónimo que se custodia en la Biblioteca Nacional, sirvió para hacer de ella un mito y un símbolo de los deseos de libertad de la ciudad herculina. Según este relato, María Pita consiguió derribar a un abanderado inglés y de este modo enardecer a los defensores, que conseguirán rechazar el ataque. En el resto de las informaciones de primera mano conservadas la participación de las coruñesas en los sucesos es considerada con carácter general, aunque su contribución a la derrota enemiga se resalta convenientemente. En cualquier caso, la retirada inglesa y el fracaso de su intento de acometer con 40 lanchas el fuerte de S. Antón harán que finalice el asedio. Los ingleses permanecerían aún cuatro días más en la ciudad, pero sin intentar seriamente su conquista. La última acción de guerra iba a tener lugar el día 16, cuando los numerosos soldados reunidos en el Burgo bajo las órdenes del conde de Andrade hacen temer a los sitiadores el inicio de una operación de socorro en toda regla; por ello y tras dejar un tercio de los hombres vigilando La Coruña, el grueso del ejército se dirige hacia el Burgo. Nuevamente la resistencia ofrecida por los gallegos sería mínima. Pese a ello el dominio del puente origina una lucha breve e intensa en la que resultaron heridos varios capitanes ingleses, los capitanes Herdan, Fulford y Barton, junto con sir Edward Norris. La consecuencia inmediata de este suceso sería que las autoridades locales licenciasen a los hombres, circunstancia que no iba a ser aprovechada por los invasores. Su fracaso en el intento de conquista de la ciudad y el desgaste derivado de una situación prolongada excesivamente aconsejaban proseguir la travesía. Por esta causa el 18 de mayo comenzaron a embarcar las tropas tras incendiar la Pescadería, al no poder hacerlo con la ciudad. Al día siguiente la flota ponía rumbo a Lisboa. Los hechos hasta aquí relatados ofrecen una enorme diversidad de lecturas. Parece indudable que la resistencia coruñesa iba a deberse al heroísmo de sus habitantes más que a los medios defensivos puestos a su disposición. Aunque el arzobispo de Santiago escriba al rey afirmando que el Marqués de Cerralbo se encontraba en una ciudad “bien prevenida de gente, munición y bastimentos” la realidad de los hechos era bastante diferente, como el propio Marqués certificaría unos días más tarde. La escasez de soldados en relación con el ejército contrario, cuyos efectivos según las listas oficiales elaboradas en Plymouth ascendían a unos 17000 hombres, y la debilidad de las murallas fueron algunos de los factores que contribuyeron a incrementar los riesgos de las operaciones. En La Coruña no se habían adoptado los avances que en técnica de fortificaciones se extendieran por toda la Europa Occidental. La ausencia de un sistema defensivo abaluartado permitió que el asedio se realizara según el método convencional consistente en practicar un orificio en el muro para tras ello intentar el asalto en masa. La adopción de la “traza italiana”, por el contrario, habría obligado a realizar un bloqueo total y un sitio prolongado, poniendo las cosas mucho más difíciles a los invasores. Aunque los problemas financieros de Felipe II explican esta precariedad de medios con la que se encontraron los coruñeses, obligados a defenderse desde una muralla medieval, no todas las dificultades de los sitiados iban a deberse a la falta de dinero. La lentitud en adoptar decisiones que el capitán Varela achaca al Marqués de Cerralbo no encuentra confirmación en los documentos oficiales, donde sí se hace referencia a episodios como la huida de las galeras ancladas en el puerto ante la presencia de la armada enemiga, la desorganización de las operaciones de socorro o la falta de adiestramiento de muchos de los hombres reclutados. Todas estas circunstancias habían de confluir para hacer de la victoria española un triunfo encomiable, mientras por parte inglesa incluso a los propios Drake y Norris les resultaría difícil justificar la derrota. Ante la reina harían una serie de alegaciones de diverso tipo: falta de material adecuado para establecer un asedio, haber frustrado los preparativos navales de Felipe II y haber hecho una demostración de la debilidad militar española al ser capaces de saquear una ciudad peninsular, lo que el monarca español no había conseguido en Inglaterra. Por su parte, en el diario de Antonnie Winkfield se justifica el fracaso del asalto realizado el 14 de mayo afirmando que éste se produjo a causa de la inexperiencia de los soldados ingleses en el asedio de ciudades, teniendo en consideración que el objetivo del viaje era atacar barcos y capitales, pero no sitiarlas. Según su relato, la explosión de la mina en el cubo de la muralla desencadenaría un ataque irreflexivo en este sector. El grupo al que se había asignado el asalto se precipita sobre el cubo tan pronto como estalla la mina, por lo que recibirá el impacto de los cascotes en el momento en el que se derrumba parte del mismo, debiendo regresar sobre sus pasos dejando 30 ó 40 muertos. A su vez, las compañías encargadas del ataque por la brecha abierta en la muralla alcanzaron su parte alta pero el excesivo número de atacantes haría que cediesen los escombros sobre los que se situaban, descendiendo así el nivel de su base de sustentación y colocándolos ante la parte de la muralla que se mantenía en pie. Aunque en el resumen que de estos hechos realizó el corregidor de La Coruña llegue a afirmar que la salvación de la ciudad fue en gran parte obra divina, ya que el Señor mostró querer liberarla “echando las murallas sobre ellos con gran pérdida de los suyos”, lo cierto es que un ejército de casi 20000 hombres fue incapaz de conquistar una pequeña ciudad con precarias condiciones defensivas. Según las informaciones proporcionadas en La Coruña por Antonio Bigbaque, belga apresado por la armada inglesa cerca de Cascais, a su llegada a Plymouth podían apreciarse las notorias diferencias existentes entre Drake y Norris. Este último achacaba el fracaso de las operaciones en Portugal al retraimiento de Drake, quien no había tratado de forzar la entrada de la flota en el puerto lisboeta. Ciertamente las derrotas favorecen la aparición de reproches. El resultado final de la expedición había resultado decepcionante en tanto que no se produjo ni la conquista de Lisboa ni la de las Azores, murieron un buen número de soldados y nobles ingleses y se propagó una epidemia entre los hombres que diezmaría sus efectivos. El grueso de la armada española, entre tanto, permanecía intacta en Santander. LOS PROTAGONISTAS Aunque la defensa de La Coruña fue en su mayor parte obra de seres anónimos, los diarios y la documentación de la época hacen referencia a personas concretas que en algunos casos –como los de María Pita o el Marqués de Cerralbo-, llegarán a alcanzar el reconocimiento popular, mientras en otros sus nombres han permanecido relegado al olvido. Los documentos oficiales que recogen los servicios realizados por los soldados y vecinos durante el ataque son fundamentalmente de dos tipos: relaciones enviadas por el Marqués a Felipe II y memoriales que, bien a título individual, bien a título colectivo, se elevan a la Corte solicitando alguna recompensa. Mientras en el primer caso incluyen a gente que gozaban de sueldo del rey. Oficiales militares y de la Audiencia, en el segundo serán los civiles los protagonistas. Por encima de todos ellos, sin duda, es la figura de María Pita la que ha adquirido mayor relevancia, convirtiéndose en símbolo de los deseos de libertad de los coruñeses. En el Diario Anónimo que sobre el cerco se conserva en la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional se cita expresamente el nombre de esta heroína, referencia recogida a su vez en relatos y versiones posteriores. No será hasta el siglo XIX, sin embargo, cuando la figura de María Pita adquiera una dimensión simbólica y, al mismo tiempo, reciba un tratamiento historiográfico acode con la tradición positivista imperante en el momento. Iba a ser D. Andrés Martínez Salazar el encargado de dotar de contenido real a la figura de la defensora coruñesa, proporcionando un gran número de datos sobre su vida a partir de los pleitos por ella interpuestos ante la Real Audiencia de Galicia y de los memoriales que en diversas ocasiones dirigiría al monarca. Según estos documentos, Mayor Fernández de la Cámara Pita había nacido en La Coruña entre 1562 y 1568. De condición humilde y casada cuatro veces: con Juan Alonso de Rois, carnicero de S. Cristóbal das Viñas; a continuación con Gregorio de Rocamunde, también carnicero y fallecido en la defensa de la ciudad; con el capitán de infantería Sancho de Arratia, y finalmente con el escudero de la Real Audiencia Gil Bermúdez de Figueroa; su último marido establecería una cláusula en el testamento por la cual su viuda perdía el usufructo de sus bienes en caso de contraer un nuevo matrimonio. De todos estos enlaces tendíia varios hijos: María Alonso Pita o María Alonso Rois, hija de su primer marido y casada a su vez con el receptor de la Audiencia Gregorio Vázquez; Francisca de Arratia, fruto del tercero, y Juan y Francisco Bermúdez de Figueroa, resultado del último de sus esponsales. Se sabe también que María Pita poseía algunas propiedades en Santiago de Sigrás, donde cultivaba pan y vino que vendía por pipas. Daba animales en aparcería y prestaba dinero, además de administrar las propiedades que en S. Pedro de Nós y S. Pedro de Ledoño habían heredado sus hijos. Poseía también el privilegio de exportar mular al reino de Portugal, merced que gozaría durante más de 12 años y que le fue concedida en recompensa a los servicios prestados durante el asedio a la ciudad. Su primer marido le iba a dejar algunas tierras en S. Cristóbal das Viñas y tres casas en La Coruña. Según Salazar, en una de ellas –el número 24 de la calle Herrerías- vivía María Pita cuando se produjo el asalto inglés, para después pasar a habitar el número 26 de la calle de Sta. María y el 16 de la calle Cortaduría. A lo largo de su vida debió sostener diversos pleitos, el más importante de los cuales se refiere a los problemas derivados del alojamiento señalado en su casa al capitán Peralta. Sus intentos de expulsarlo provocarían la denuncia de éste y la condena de María Pita a dos años de destierro y el pago de una multa de 4000 mrs. Se traslada entonces a la Corte, donde obtendrá varias cédulas reales en su favor, otorgándole el privilegio de eximir su casa de alojamiento, concediéndole una paga de 5 escudos al mes y una ayuda de costa de 200 ducados. El otro gran pleito en que se vería envuelta esta heroína sería el relativo a la propiedad del coto de S. Pedro de Ledoño, iniciado por su marido Gil de Figueroa y que ella habría de continuar. Posteriormente, aún litiga algún otro, interpuesto a causa de las deudas contraídas por algunas personas que le habían comprado vino. El último, que perdió, tuvo su origen en la construcción hecha por un carnicero en un solar del que decía ser propietaria. El 21 de febrero de 1643 muere María Pita en la feligresía de Santiago de Sigrás, falleciendo “de repente” y dejando hecho un testamento por el que solicitaba ser enterrada en la iglesia de Sto. Domingo de La Coruña. Con respecto al otro gran protagonista español de la defensa, el Marqués de Cerralbo, carecemos de una información tan minuciosa como la proporcionada por Salazar sobre la heroína coruñesa. Su padre, D. Rodrigo Pacheco y Osorio de Toledo, primer Marqués de Cerralbo, fue el primer miembro de la familia encargado de ejercer el cargo de Gobernador y Capitán General de Galicia. Por los servicios prestados al emperador Carlos V éste le reconoció el marquesado en enero de 1533. De su matrimonio con doña Ana Enríquez de Toledo, hija del Conde de Alba de Liste, tuvo como descendiente da D. Juan Pacheco y Osorio, capitán general de Galicia desde mayo de 1587, quien ejercía el cargo, por lo tanto, en el momento de producirse la invasión inglesa. Había servido previamente en Flandes, trasladándose a España para casarse con doña Inés de Toledo y Colona, hija del Marqués de Villafranca. Con posteridad Felipe II le concedió un cargo en los Países Bajos del que no llegaría a tomar posesión al fallecer cuando estaba a punto de embarcar hacia su destino. La “Relación de los que sirvieron particularmente en La Coruña al tiempo que estuvo la armada de Inglaterra sobre aquella ciudad” enviada al rey por el mismo Marqués de Cerralbo, recoge los servicios prestados en aquella ocasión por diversos oficiales militares y de la Audiencia, conservándose también referencias a las recompensas que les correspondieron por ello. Encabeza el listado Luis de León, sargento mayor del Tercio de Sicilia, quien estuvo “desde la primera hora hasta el cabo con grande y continuo cuidado, sin aflojar en ningún tiempo ni ocasión”. Por ello se le habían de conceder 200 ducados de renta. Del capitán Álvaro Troncoso de Ulloa, encargado de la defensa de la batería de la mina en el momento del asalto, se dice que “hizo lo que en muchas ocasiones que se ha hallado del servicio de S. Magd. En Flandes, que es todo lo que se puede desear de un honrado soldado”. Iba a recibir en merced el cargo de teniente del castillo que había tenido encomendado el maestro de campo Nicolás de Isla. A Juan Varela, por conducir hasta la ciudad a las dos compañías procedentes de Betanzos, le concedió el rey 200 ducados de renta y el privilegio de sacar la madera y mulas del reino de Galicia. Además de estos, se citan también los servicios prestados por los capitanes D. Pedro Ponce de Sandoval y D. Jerónimo de Monroy, los alféreces Pedro Romero, Hernando Arias y Robles, y los sargentos Luis de San Juan y Alonso Martín. Afirma el Marqués en esta relación que, en general, toda la infantería sirvió “lo bien que se podía desear”. Por ello se dio orden para efectuar la entrega de 40 escudos a todos los soldados. En lo referente al personal de la Audiencia, se cita de manera expresa al licenciado D. Francisco Arias Maldonado –promovido por ello para un puesto en uno de los Consejos establecidos en Madrid, concediéndosele el doble de la ayuda de costa acostumbrada para hacer el traslado- y al doctor Luis de Padilla, a quien se le concede un hábito. A los demás oficiales el monarca ordenaría “se le den las gracias”. Mientras, algunos vecinos de la ciudad con cargos militares obtenían también recompensas: Vasco de Miranes el título de mayordomo de Castilla con 40000 mrs. de sueldo y Vasco Montoto y Vasco Rodríguez 400 escudos en forma de privilegio para sacar madera y mulas del reino. Los memoriales que algunos particulares elevan al rey solicitando ayuda ofrecen una buena imagen de las penalidades sufridas por la población civil durante el asalto. Antonio García Carvajal, por ejemplo, residente en la ciudad de La Coruña, afirma en diciembre de 1591 llevar más de cuatro meses en la Corte suplicando se le pagasen los bienes que le habían tomado durante el cerco (200 reales de pasas, 6 quintales de lino para hacer cuerda, 4 quintales de pábilo para lo mismo, 50 varas de paños con que hacer saquillos, 2 colchones grandes y 2 mantas por valor de 30 reales). Sin duda, otros vecinos se encontraron en condiciones peores, como en el caso de Inés de Ben a quien no solo le tomaron para la defensa 800 ducados en cuerda, plomo y pólvora, sino que también vio morir a su esposo en el asalto y ella misma recibió dos balazos que la dejaron casi ciega. Con objeto de compensarla, a su hijo se le daría una plaza muerta en la guarnición de la ciudad por valor de 4 ducados. Muchos otros servicios debieron prestar los ciudadanos coruñeses en aquel momento de los que solo se tienen noticias a nivel colectivo. Sería toda la ciudad la que sufriera las consecuencias de un asalto dirigido por el militar más renombrado de Inglaterra, sir John Norris, y uno de los marinos más famosos de la época, sir Francis Drake. Pese a que el primero quien dirigió los ataques y las operaciones del ejército en la memoria colectiva de los gallegos ha quedado grabada la imagen de Drake como responsable de la operación. No deja de ser esto un poco paradójico, sobre todo, si tenemos en cuenta la trayectoria profesional de Norris. Edward Norris iba a comenzar su carrera militar en Francia, bajo el mando de Coligny durante las luchas hugonotes. Habiendo servido también en Irlanda junto con Drake, llegó a ser nombrado general de los ingleses que actuaban en los Países Bajos a las órdenes del Príncipe de Orange. Algunos años más tarde asciende a Mariscal de Campo y Jefe del Estado Mayor del Conde de Hohenlo, comandante del ejército de los Estados Generales de los Países Bajos. Cuando se produjo el episodio de la Invencible fue nombrado General de Campo en Inglaterra, para el año siguiente en la expedición que ataca La Coruña. Considerando todo esto, solo la enorme resonancia alcanzada por las acciones de Drake permite explicar que su figura hubiese oscurecido a la del propio Norris. Nacido en el condado de Devonshire, Drake ingresó muy joven la marina siendo a los 22 años capitán bajo las órdenes de sir John Hawkins. Obtedrían patente de corso en e1573 con 3 pequeñas embarcaciones se apodera de la ciudad de Nombre de Dios, causando también grandes pérdidas entre los navíos españoles anclados en el istmo de Panamá. Tres años más tarde serviría en Irlanda bajo el mando del conde de Essex con tres fragatas. Habiendo regresado a Inglaterra, se presentó a la reina con el proyecto de penetrar en el mar del Sur. Tras recibir cinco naves, iba a realizar el primer viaje de circunnavegación hecho por un inglés, siendo recibido a su regreso como un héroe. Durante el suceso de la Invencible fue nombrado almirante, dirigiendo una de las divisiones de la armada inglesa. Tras el fracaso de la expedición contra Portugal y el asedio de La Coruña intentaría un último viaje junto con John Hawkins –en 1594- con el propósito de conquistar una de las Canarias y posteriormente Puerto Rico. Moriría frente a Portobelo, presa de una fiebre violenta, siendo el gobernador de la plaza un español de origen tan gallego como D. Alonso de Sotomayor.
FUENTE: Doctora Maria del Carmen Saavedra Vazquez
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