lunes, 28 de septiembre de 2015

LA HISTORIA DE DON ALVARO DE LUNA, CONDESTABLE DE CASTILLA



Álvaro de Luna, nacido en la localidad de Cañete probablemente en el año 1390, pertenecía a una familia de origen aragonés que, desde finales del siglo XIV, se hallaba al servicio de los Reyes de Castilla. Él era hijo bastardo de uno de los sobrinos del pontífice Benedicto XIII (el Papa Luna), pero tuvo la fortuna de ser reconocido por su padre. Sus principales rasgos eran, según nos han transmitido los cronistas de aquella época, cuerpo pequeño e muy derecho, capacidad de invención, buen cabalgador, atrevido y esforzado en la guerra.

Por llegar a ser el valido del rey D. Juan II de Castilla en muchos lugares se menciona el castillo de Arenas como castillo de D. Álvaro de Luna, sin embargo, el Condestable no fue nunca el señor de la fortaleza sino que ésta perteneció a su segunda mujer, doña Juana de Pimentel, quien recibió el señorío de Arenas y sus aldeas como dote con que la enriqueció su padre el conde de Benavente a la hora del matrimonio.

Don Álvaro se encumbró de la nada gracias a sus inteligencia, habilidad, valentía... cualidades que junto a otras le fueron necesarias para saber enfrentarse, en defensa de la monarquía, a los nobles de su tiempo más preocupados por el bien propio que por el general. Fue el suyo un tiempo borrascoso, de continuas luchas y rivalidades entre los nobles, muchos de los cuales se aliaron, como el Condestable Dávalos, con los Infantes de Aragón, D. Juan y D. Enrique, que, por ser hijos de Fernando de Antequera, tenían, por la ascendencia paterna, muchos intereses en las tierras castellanas.


Don Álvaro es el mejor defensor de la monarquía frente a la nobleza levantisca; se ganó el afecto del Rey en cuanto llegó a la corte en 1408 y, en seguida, también envidias que iban en aumento a medida que alcanzaba más poder; luego éstas fueron el germen de mayores intrigas. Como premio a su valiente defensa del Rey, con riesgo de su vida en numerosas ocasiones, recibirá numerosas mercedes, villas y castillos, las cuales despertarán continuamente la envidia de la nobleza; ésta intrigará una y otra vez y así en varios momentos de su vida D. Álvaro es condenado a estar desterrado de la corte, incluso condenado a no poder escribirse con el Rey ni a interesarse por los asuntos de la Corona, todo ello para eliminar su influencia sobre el Rey.

Cuando consigue expulsar definitivamente a los Infantes de Aragón, tras la batalla de Olmedo (1445) de la que él sale premiado como Maestre de Santiago, parece llegar a la cumbre de su poder y al propiciar la boda del Rey viudo con doña Isabel de Portugal empieza a cavar, sin saberlo, su propia caída pues la Reina tratará de cortar la influencia que tenía sobre el Rey. En el Valle del Tiétar al señorío de La Adrada consiguió unir el de Mombeltrán, entonces llamado El Colmenar.

Turbias asechanzas movidas por nobles envidiosos hacia quien había conseguido una gran fortuna de la que era exponente la magnificencia de su castillo y las riquezas que atesoraba, conocidas como "el tesoro de Escalona" le llevarán al patíbulo en 1453.

La pena de muerte incluía la pérdida de títulos y confiscación de bienes, la deshonra de la familia, y la humillación de ser sepultados sus restos a las afueras de la ciudad, como a los malhechores; aunque pocos días después, a petición del Rey, fueron trasladados al monasterio de San Francisco, dentro de la ciudad. Años después, durante el reinado de Isabel la Católica, se permitiría que sus restos y los de su esposa, Juana Pimentel, reposaran en el lugar que había elegido: la catedral de Toledo, en la capilla de Santiago.
FUENTE: ayllon.info

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