A partir de su conquista por los ingleses en 1655, Jamaica se convirtió en un nido de corsarios dispuestos a atacar navíos y ciudades españolas. El más célebre de ellos fue el galés Henry Morgan, que saqueó Portobelo, Maracaibo y Panamá
n la primavera de 1655, una armada inglesa atravesó el Atlántico y se adentró en el mar Caribe. Su objetivo era la isla de La Española (actual Santo Domingo), centro neurálgico del imperio americano de la monarquía española, con la que Inglaterra acababa de entrar en guerra. Pero el asalto a La Española fracasó y los ingleses tuvieron que conformarse con capturar una isla seis veces más pequeña, denominada por los nativos Xaymaca, «la tierra de la madera y el agua». La mitad de los asaltantes ingleses murieron de disentería, pero Jamaica resultó un valioso botín, pues, además de tener madera, agua y enfermedades, se hallaba en el eje de la ruta del tesoro español.
El óleo de Jean-Antoine Gudin representa el abordaje de un navío español, frente a la costa de las Bahamas, por una banda de piratas franceses en el siglo XVII.
Jamaica, con el enclave de Port Royal al frente, se convertiría en el foco de una hoguera destinada a incendiar las posesiones españolas en América. Y el portador de la antorcha sería un galés llamado Henry Morgan. Nacido en 1635, Morgan procedía de la rama baja de una ilustre familia galesa. En busca de fama, a los 21 años se embarcó en la expedición contra La Española, donde tuvo su bautismo de sangre. En los años siguientes participó en varios de los numerosos ataques ingleses contra las fortalezas españolas en el Caribe. Estos ataques estaban dirigidos por corsarios, capitanes de navío que habían obtenido del gobierno inglés una patente de corso que les autorizaba a asaltar y saquear barcos o enclaves hispanos. Naturalmente, para los españoles estos corsarios eran simples piratas, y lo cierto es que sus tripulaciones estaban compuestas por aventureros que tenían mucho de bandidos.
Morgan, el reclutador
Gracias a su fama de corsario de éxito, Morgan reclutaba fácilmente cientos de piratas. «No se daba mucha fatiga en buscar gente, antes bien le era preciso cerrar la puerta a los muchos que le querían seguir».
Los bucaneros de la isla Tortuga
En 1667, Morgan se asoció con el célebre corsario holandés Mansvelt. Éste era por entonces el líder de los bucaneros de la isla Tortuga, el famoso grupo de forajidos de todas las nacionalidades que desde este islote, al noroeste de Santo Domingo, se dedicaban a asaltar navíos y ciudades portuarias españolas. Mansvelt murió poco después, quizá ejecutado por los españoles, y Morgan lo sucedió como jefe de los bucaneros y de su Hermandad de la Costa.
Fortaleza de San Felipe
Este fuerte, junto a la ciudad de Puerto Plata (República Dominicana), defendía la costa norte de la isla de La Española, que una armada inglesa trató de conquistar en el año 1655.
Fue así como, desde su base jamaicana de Port Royal, «la ciudad más rica y corrupta del mundo» y última parada de criminales y fugitivos, Morgan puso su mirada en las riquezas de las ciudades que jalonaban las costas del Caribe español.
Corría el año 1668 cuando el galés llevó a cabo la primera de las audaces acciones que conformarían su leyenda. Con la excusa de desbaratar un plan español contra Jamaica, Henry Morgan puso rumbo a la plaza fuerte más poderosa del Imperio hispano, tras La Habana y Cartagena de Indias: Portobelo, el puerto del tesoro. Situado en el actual Panamá, Portobelo estaba protegido por la línea de fuego de tres castillos, con una guarnición escasa pero aguerrida.
Incendio de Panamá
La expedición de Morgan contra Panamá es uno de los capítulos más emocionantes del libro Piratas de América, publicado por primera vez en 1679, la principal fuente sobre la piratería caribeña en el siglo XVII. Su autor, Alexandre Exquemelin, un francés que participó en la aventura, narra la épica travesía del istmo de Panamá, el combate en las afueras de la ciudad de Panamá y la conquista del enclave. Luego explica la búsqueda obsesiva de botín por parte de los piratas, incluso bajo las cenizas de la ciudad, donde no dejaron de hallar joyas escondidas por los españoles en pozos.
Los 400 bucaneros de Morgan lanzaron un ataque nocturno por sorpresa, y al alba habían tomado el primero de los fuertes mientras que el segundo estaba a punto de caer en sus manos. Hay que tener en cuenta que los piratas contaban con una mayor capacidad armamentística: sus mosquetes eran más precisos que los arcabuces de las fuerzas españolas, cuyas mejores armas sólo se hacían oír en cielo europeo. Además, los piratas carecían de los escrúpulos de los militares profesionales, como demuestra el hecho de que, en uno de los gestos más controvertidos de su carrera, Morgan emplease mujeres, ancianos, monjas y frailes como escudos humanos para tender las escalas de asalto.
Exquemelin detalla casos de terribles torturas para lograr que los españoles capturados confesaran dónde estaban sus tesoros. A un pobre hombre que cogieron en casa de un rico propietario, le descoyuntaron los brazos, lo colgaron de los testículos, le cortaron narices y orejas, le quemaron paja en la cara y finalmente lo remataron de un lanzazo. En estos relatos, como en los referidos a violaciones de mujeres, quizás había un componente de animadversión personal por parte de Exquemelin. En todo caso, cuando Morgan volvió a Inglaterra y quiso rehabilitarse ante las autoridades, ganó un pleito por difamación a los editores del libro.
Cuando, de un cañonazo, dos frailes cayeron heridos, no hubo más disparos. Poco después en la torre ondeaba una bandera roja y colgaban los cadáveres de cincuenta soldados españoles ahorcados: señal evidente de que no habría cuartel para los sitiados. En el transcurso de la jornada, el tercer fuerte se acabó rindiendo.
En los días siguientes, Morgan y sus hombres saquearon a conciencia la ciudad. Los habitantes que se resistían a entregar sus riquezas eran torturados despiadadamente. Cuando el gobernador de Panamá se presentó ante Portobelo y amenazó a los piratas con capturarlos y ejecutarlos, Morgan respondió: «Por más que su carta no merezca respuesta, puesto que me tacha de pirata, le escribo estas líneas para rogarle que no tarde en venir. Le aguardamos con sumo placer, y disponemos de pólvora y balas con las que recibirle. Si no viene pronto, nosotros, con el favor de Dios y nuestras armas, iremos a hacerle una visita a Panamá».
FUENTE: taringa.net
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