domingo, 4 de octubre de 2015
LA BATALLA DE TRAFALGAR Y EL DECLIVE DE LA ARMADA ESPAÑOLA
De entre todas las derrotas que la Royal Navy perpetró contra los buques españoles, hay una que, desgraciadamente, resuena en los albores del tiempo como la más humillante y dolorosa: la de Trafalgar. Esta contienda, librada en aguas gaditanas, marcó no sólo la destrucción de una buena parte de los navíos de su Católica MajestadCarlos IV, sino también el declive militar de nuestro país, que abandonó su papel de potencia mundial.
Malos tiempos corrían para la corona en los inicios del SXIX. Y es que, en 1.805 España se encontraba plegada a los intereses del Primer Cónsul Napoleón Bonaparte quien, a base de tratado, había conseguido aliarse con nuestro país y disponer a nivel naval de la flota hispana, una de las más reseñables de la época.
La finalidad del «pequeño corso» no era otra que conquistar Inglaterra. Sin embargo, sabía que para poder llevar a cabo su plan necesitaba una gran cantidad de barcos que pudieran plantar cara a la armada británica y, así, disponer de vía libre en el Canal de la Mancha para transportar a su ejército.
La derrota de Finisterre
Tales eran los intereses de Francia -o, más bien, de Napoleón-, que, antes del verano de 1805, se ordenó a una flota combinada franco-española tratar de aniquilar a la Royal Navy que cercaba los alrededores del Canal de la Mancha. Concretamente, el galo pretendía destrozar las posiciones británicas a sangre y fuego buscando, de una vez por todas, tener vía libre para poder transportar a sus tropas por mar.
Pero dicha flota –comandada por el almirante Villeneuve- fue estrepitosamente derrotada en la batalla del Cabo Finisterre ante un número inferior de buques británicos. Esta capitulación ponía en serios problemas el plan del «pequeño corso» quien, poco a poco, veía como su sueño de convertirse en señor de Inglaterra se hacía añicos.
Villeneuve, en Cádiz
Por su parte, Villeneuve, vencido como estaba, desoyó las órdenes de Napoleón y se refugió en Cádiz. No pudo equivocarse más este marino, pues el «pequeño corso», al enterarse de que el almirante no había llevado a cabo su cometido, ordenó su destitución y envió inmediatamente a un sustituto a tierras gaditanas para tomar posesión de la armada combinada.
El calendario marcaba entonces el 14 de octubre, una fecha que sería muy dura para el almirante francés, pues fue el día en que recibió las primeras noticias que le informaban de que debía abandonar su puesto. No obstante, fue curiosamente cinco jornadas después cuando, casualidad o no, Villeneuve ordenó izar velas y, en contra de lo que opinaban muchos oficiales españoles, hacerse a la mar para combatir en aguas de Cádiz, bloqueadas por el inglés.
Las flotas se arman
Para tratar de romper el frente inglés, Villeneuve y su segundoDumanoir contaban con 18 navíos franceses y 15 españoles, además de varios buques menores. Entre ellos, se destacaban el «San Juan Nepomuceno» (un buque de 74 cañones al mando del conocido Cosme Damián Churruca); el «Príncipe de Asturias» (comandado por el popular Federico Gravina) y el impresionante «Santísima Trinidad», un inmenso e impresionante castillo de los mares que sumaba 140 cañones –algo poco usual en aquella época-,
Mientras, los británicos sumaban, además de algunos buques de acompañamiento, 18 navíos al mando de los almirantes Horatio Nelson y Cuthbert Collingwood. Entre la flor y nata de la flota británica destacaba el «HMS Victory», un buque de 100 cañones dirigido por el propio Nelson.
Comienza la batalla
Apenas tres jornadas después de salir de puerto, el día 21 de octubre, ambas armadas se divisaron en aguas cercanas al cabo de Trafalgar. Según órdenes de Villeneuve, la flota española formó una inmensa hilera mediante la cual pretendía cañonear a los buques enemigos. «A las ocho de la mañana mandó Villeneuve virar por redondo todos los navíos a un tiempo (…) para quedar alineados. (Pero) mientras procuraban alinearse, quedaron formando línea curva irregular de cinco millas de extensión», determina el militar e historiador Cesáreo Fernández Duro (1.830-1.908) en su obra «Historia de la Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón».
Por su parte, Nelson no lo dudó y, ante la falta de creatividad de su enemigo francés, llevó a cabo una táctica que resultó demoledora: organizó dos hileras de buques y se dirigió perpendicularmente y formando una punta de flecha hacia el centro de la flota combinada.
«Los ingleses formaron dos gruesas columnas, de 15 navíos la situada más al Norte, o izquierda, que guiaba Nelson con su navío “Victory”; de 12 la otra, marchando a la cabeza el almirante Collingwood en el “Royal Souvereign”. (…) Se dirigieron, en líneas algo oblicuas, a la armada aliada: la primera, a cortarla por el centro; la de Collingwood, a envolver la retaguardia», añade el experto español.
A pesar de la pasividad de Villeneuve, a Gravina le asaltó el terror cuando observó la estrategia británica. De hecho, el oficial español pidió permiso al galo para poder maniobrar libremente con los buques que tenía bajo su mando. Al poco, el francés le hizo señas indicando que se mantuviera en su posición. Antes de comenzar el destino de la batalla ya había quedado sellado por la voluntad de un único hombre que no había aprendido de sus errores anteriores y que debería haber sido sustituido.
Primeros combates
Durante la mañana, la buques de la flota combinada izaron sus banderas ansiosos de derramar sangre inglesa. Mientras, los británicos no se quedaron atrás, como bien demostró uno de sus almirantes. «Nelson (…) por medio del telégrafo marino (transmitió) una sobria alocución que produjo delirante entusiasmo. “Inglaterra espera que todos cumplirán su deber”», determina Duro en su obra.
Aproximadamente al medio día se disparó el primer cañonazo por parte de la flota combinada. Concretamente, el encargado de ello fue el navío español «Santa Ana». Tras él, comenzó una ensordecedora andanada tras otra. «Los aliados (…) rompieron el fuego que de enfilada tuvieron que sufrir las columnas (británicas) cerca de media hora, sin poder devolverlo. Collingwood mandó acostar a la gente en cubiertas, preservándola del estrago que, a ser mas diestros los artilleros y menores los balances, hubiera podido hacer arrepentir al Almirante británico de su arriesgada manera de atacar. Nelson, por no adoptar en el Victory igual precaución, tuvo 20 muertos, 30 heridos, despedazada la rueda del timón y no escaso daño en la arboladura», añade el experto.
Choque de las columnas inglesas
En la columna sur, el «Royal Souvereign» de Collingwood fue el primero en plantar cara a la línea defensiva combinada al penetrar en el hueco que había entre los buques «Santa Ana» y «Fougueux» (francés). Este enfrentamiento fue uno de los más cruentos, pues el navío inglés soltó una fuerte andanada sobre el barco hispano provocando severos daños y la muerte de multitud de fieros combatientes.
Con todo, los soldados del «Santa Ana» no estaban dispuestos a caer sin llevarse al fondo del mar a su enemigo y, después de recibir estos impactos, bombardearon hasta la saciedad al «Royal Souvereign». Al despejarse el humo de los disparos no había duda: ambos navíos habían quedado totalmente destrozados. De hecho, los daños fueron tan severos que Collingwood tuvo que abandonar el buque.
Mientras, en la otra columna inglesa, Nelson cargó a bordo del «Victory» contra la línea aliada. Haciendo honor a su reputación, el almirante soltó varias andanadas de cañón sobre todo aquel que trataba de detenerle. Sin embargo, no le quedó más remedio que detener el avance en seco cuando su buque pasó tan cerca del navío francés «Redoutable» que sus costados chocaron.
Con los dos buques detenidos, los soldados franceses cambiaron el cañón por el mosquete e iniciaron una constante lluvia de fuego que provocó la muerte de decenas de casacas rojas. De hecho, un disparo certero de una de estas armas fue el que costó la existencia al almirante británico.
«Nelson (…) era opuesto a poner mosquetería en los (palos) altos, opinando no servir para otra cosa que poner en riesgo de incendio el velamen; idea cuyo error demostró a sus expensas la bala que, partiendo de la cofa de mesana del “Redoutable”, le privó de la vida, entrando por el hombro izquierdo y alojándose en la espina dorsal», señala Duro. No obstante, esto no sirvió de mucho, pues, al poco, varios navíos acudieron a ayudar a su almirante acabando con el buque francés.
Los casacas rojas destrozan la línea
Para desgracia de la armada combinada, decenas de buques llegaron detrás del «Royal Souvereign» y el «Victory». El plan del inglés funcionó a la perfección, pues la gran línea de buques franco-españoles quedó dividida por el centro. Esta ingeniosa estrategia obligó a los aliados a combatir en clara inferioridad numérica contra los navíos de la Royal Navy mientras que, por el contrario, los extremos de la formación de Villeneuve no tenían enemigo al que cañonear.
«Toda la escuadra (inglesa) atacó con superioridad a los navíos del centro (…): los 27 navíos que las dos sumaban hicieron blanco en los 19 últimos de la línea aliada, y no de una vez; destrozaron primeramente los de más arriba y fueron corriéndose a la retaguardia con irresistible empuje, envueltos en una nube de humo que el viento calmoso no disipaba», completa el experto.
De nada valió que, con gran valentía, oficiales como Churruca combatieran a la vez contra seis navíos ingleses poniéndoles en serios aprietos, pues la estrategia de Villeneuve había condenado a la armada combinada. Ni siquiera el gigantesco «Santísima Trinidad» logró dar la ventaja a los aliados, pues cayó finalmente al enfrentarse contra tres navíos enemigos.
Huída por la vida
Aproximadamente a las cuatro de la tarde la batalla se había decantado casi en la totalidad a favor de los ingleses, los cuales incluso consiguieron tomar el navío de Villeneuve. Sin esperanza, Dumanoir, que aún aguardaba con una escuadra de reserva, sorprendió a todos los marinos tocando a retirada y abandonando a su suerte a los supervivientes. Sin lugar a dudas todo había acabado.
El recuento de bajas fue descorazonador. Y es que, los aliados sumaron más 2.500 heridos (1.383 hispanos) y tuvieron que llenar 4.500 ataúdes (1.022 españoles). A su vez, la armada combinada perdió 10 buques españoles y 11 franceses. Mientras, los británicos únicamente tuvieron 1.250 heridos, 450 muertos, y no perdieron ningún navío.
FUENTE:ABC
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