domingo, 4 de octubre de 2015
LA INCOMPRENSIBLE DERROTA ESPAÑOLA EN FINISTERRE
El mar gallego ha sido testigo mudo durante años de multitud de victorias protagonizadas por nuestros navíos, sin embargo, también lo ha sido de dolorosas e imborrables derrotas. Precisamente una de ellas es la que se produjo el 22 de julio de 1.805 cuando una expedición formada por buques hispanos y franceses se enfrentó a una flota inglesa de menor número. Ese día, y de forma incomprensible, el mando conjunto francés provocó una derrota que ni el arrojo español pudo salvar.
Vientos de guerra se cernían sobre los mares y océanos en 1.805. Y es que, como venía siendo tradición, Francia -ahora comandada porNapoleón Bonaparte- se encontraba por aquellos años en guerra contra Gran Bretaña. Sin embargo, parece que las incontables jornadas de contienda ya habían cansado al «pequeño corso» que, al fin, decidió que era hora de acabar con aquellas molestas islas haciendo uso de la fuerza.
Para ello, Napoleón planeó una ambiciosa operación que consistía en atravesar con sus tropas el Canal de la Mancha y plantar batalla al inglés en su propia tierra. Con todo, y si quería llevar a cabo su plan, el galo necesitaba que la flota británica que defendía la zona dejara aquellas aguas libres para sus buques de transporte.
Dicho y hecho. Conocidas sus necesidades, la maquiavélica mente de Napoleón empezó a cavilar un plan en el que incluyó a la que, por entonces, era su aliada: España. Según sus órdenes, una flota franco-hispana partiría hacia el sur de América para, a base de cañón y mosquete, dar toda la batalla posible a los buques de Albión que había en la zona. Después, y una vez que parte de la Royal Navy hubiera izado velas para interceptar a los barcos del «pequeño corso», estos volverían rápidamente a Francia para transportar a la «Grande Armée».
Se inician los preparativos
Complicado sí, pero no imposible. Bajo esta premisa partió de las aguas europeas a mediados de abril una flota al mando del almirante galoVilleneuve, el cual tenía bajo sus órdenes una veintena de navíos de línea (seis de ellos españoles dirigidos por el general Gravina).y siete fragatas.
«El 10 de abril, sin haber perdido día, hacían camino hacia las Antillasjuntos los 17 navíos y sus respectivas fragatas», explica el historiador y militar Cesáreo Fernández Duro (1.830-1.908) en su obra «Historia de la Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón». Finalmente, y tras un viaje tranquilo, el 13 de mayo la armada combinada llegó a su destino.
Vuelta a Francia
Unas semanas después, tras capturar y llevarse al fondo a más de un buque inglés, la armada recibió al fin la orden que esperaban: debían volver a Europa y transportar a las tropas de Napoleón que esperaban en Boulogne (ubicada en el norte de Francia). Sin más dilación, los buques levaron anclas hacia el Canal de la Mancha mientras parte de la flota británica llegaba a las Antillas para plantarles cara.
A su vez, a Villeneuve se le disiparon todas las dudas sobre la importancia de la misión cuando recibió de su país una carta en la que, según recoge en su obra Duro, se podía leer lo siguiente: «Del éxito de la llegada ante Boulogne dependen los destinos del mundo. Dichoso el Almirante que asocie su nombre a la gloria de tal acontecimiento».
Por su parte, Inglaterra no se mantuvo cruzada de brazos, sino que, en cuanto tuvo constancia de la vuelta a Europa de los buques españoles y franceses, envió para interceptarlos una flota comandada por el vicealmirante Robert Calder. «El 15 de julio cruzaba el lugar recomendado el almirante Robert Calder con 15 navíos, cuatro de ellos de tres puentes, dos fragatas y dos avisos. Por noticias expedidas (…) se suponía que la armada franco-española no pasaba de 16 navíos medianamente armados y que podrían batirlos con superioridad los 15 ingleses», determina el experto español.
Tras sufrir varios días de mal tiempo, las dos armadas se encontraron en la mañana el día 22 en aguas del Cabo de Finisterre (ubicado en Galicia). Así, sin más posibilidad que la de derramar sangre para honrar y tratar de poner en práctica el plan de Bonaparte, las inmensas embarcaciones españolas y francesas prepararon pólvora y estoques para mandar al fondo del océano a los casacas rojas.
Comienza la batalla
Aquella jornada las pésimas condiciones meteorológicas parecían aventurar la matanza que se iba a producir. Y es que, entre los navíos se levantó una espesa niebla que redujo notablemente la visibilidad de los marineros. Fuera como fuese, sin casi discernir al enemigo o incluso a ciegas, los buques comenzaron a formar para caer sobre el enemigo sin piedad.
Al momento de avistar a los ingleses, la armada franco-española se desplegó formando una extensa línea a la cabeza de la cual se destacaron los navíos españoles. «Mandó el jefe inmediatamente formar línea de combate (…) tomando la vanguardia los seis navíos españoles, con el general Gravina en cabeza, siguiendo todos los otros hasta el completo de 20», añade Duro.
Los británicos hicieron uso de una táctica que, en un futuro, les daría la victoria en multitud de contiendas: formando en hilera, se dirigieron perpendicularmente hacia la fila de buques hispanos con intención de cortar y atravesar su formación. Por suerte, Gravina predijo este movimiento y, haciendo uso de una iniciativa de la carecía Villeneuve, ordenó a sus barcos virar en redondo. De esta forma, el español consiguió que la flota combinada se pusiera de cara a la de Albión y, así, evitar que los ingleses acabaran con ellos.
«Del movimiento resultó que Gravina se encontrara a la cabeza de la línea y rompiera el fuego iniciando el combate a las cinco de la tarde», señala el español en su obra. Una vez lanzada la primera andanada de cañón, las naves de guerra españolas entablaron combate con el inglés sabiendo que su vida dependía de la victoria. Villeneuve sin embargo, aunque sabía que el destino de Francia estaba en sus manos, prefirió mantener a casi la mitad de sus barcos en segunda línea sin ningún enemigo al que atacar.
Con todo, y a pesar de la ineficacia del francés, los españoles siguieron plantando cara a base de cañón a la armada inglesa. Fueron duros momentos para nuestros buques que, en aquel aciago día cubierto de niebla y humo, sufrieron la mayor parte del fuego de Calder por encontrarse en vanguardia. Cuando llegó la noche la estampa era dantesca, pues los casacas rojas, ante la inoperancia de Villeneuve, habían destrozado y capturado dos de los navíos hispanos, el «Firme»y el «San Rafael».
Aproximadamente a las nueve de la noche, y ante la incipiente oscuridad, los contrincantes detuvieron la batalla hasta el día siguiente. Sin embargo, parece que Calder tuvo suficiente pues, al observar que había capturado dos buques y que había impedido que la armada combinada transportara a la «Grade Armée» hasta Inglaterra, decidió abandonar la lucha y huir como vencedor. La batalla había acabado y, para desgracia francesa y española, lo había hecho en derrota.
Contando los muertos
Una vez terminada la lucha solo quedaba contar las bajas. «Relativamente a las bajas personales, se informó al público haber tenido la escuadra inglesa 39 muertos y 159 heridos, mientras que las de los aliados sumaban 149 de los primeros y 329 de los otros, correspondiendo a los dos navíos españoles rendidos las considerables cifras», finaliza Duro.
FUENTE:ABC
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