sábado, 31 de octubre de 2015

LOS ULTIMISIMOS DE FILIPINAS



En febrero de 1945, durante la batalla de Manila, los japoneses masacraron brutalmente a cientos de españoles. Las autoridades franquistas se indignaron, pero corrieron un velo sobre los hechos or razones políticas. Sesenta años después, la tragedia de los verdaderos últimos de Filipinas permanece en el olvido.

La Batalla de Manila fue la más sangrienta y destructiva de la Guerra del Pacífico. El legado arquitectónico de tres siglos de dominación colonial desapareció, así como un mínimo de 238 españoles. Ello obedeció a que japoneses y norteamericanos se enfrentaron principalmente en los barrios residenciales, Malate y Ermita, y en Intramuros, únicas zonas de la ciudad donde el español era la lengua habitual en la calle.


Cientos de víctimas

No ha sido durante ningún bombardeo ni en fusilamiento alguno durante la Guerra Civil, sino en febrero del año 1945 y lejos de España, en Manila. Entre los miles de muertos en la batalla por esta ciudad, la más sangrienta y destructiva en los países ocupados por Japón durante la Guerra del Pacífico, hay que contar un mínimo de 238 ciudadanos españoles, además de una buena proporción de los restos de los tres siglos largos de presencia colonial. El enfrentamiento entre japoneses y norteamericanos tuvo lugar principalmente en los barrios residenciales, Malate y Ermita, y en Intramuros, las únicas zonas de la ciudad donde, a resultas de la tendencia a agruparse, el español era la lengua normal en la calle, a pesar del casi medio siglo de colonización americana.

Las tragedias vividas en esos días son sobrecogedoras. En el asalto al consulado de España, los soldados japoneses mataron a los aproximadamente sesenta refugiados, dejando viva apenas a una niña de siete años, Ana María Aguilella, hija de un trabajador de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, o Tabacalera. En la casa del médico Rafael Moreta murieron 35 del total de 67 atemorizados civiles con que se topó una partida de japoneses. Un total de 38 franciscanos españoles, por su lado, fueron obligados a empotrarse en un refugio subterráneo para después ser masacrados con bombas y ráfagas de ametralladora, también con un solo superviviente, Bernardino de Celis. «Se temían actos de barbarie, pero no matanzas al por mayor»,resumió un religioso español en su diario de guerra.

Los testimonios son desgarradores y la lista de víctimas es larga, pero imposible de precisar con exactitud. Antonio Pérez de Olaguer, en su libro Terror Amarillo en Filipinas, listó 238 muertos (de un total de 255 durante los tres años largos de la ocupación japonesa en Filipinas) pero especificó que se limitaba a los registrados y oficialmente comprobados y lo mismo ocurre con la documentación oficial. Así, entre los 140 nombres tallados en la lápida dedicada a los españoles en el cementerio de Manila, por ejemplo, figuran 44 que no están incluidos en la lista de Pérez de Olaguer. Eran familiares, pero también gentes que sentían la llamada “doble lealtad”: pasaporte filipino (o norteamericano) pero fidelidad por el país de origen, tal como ocurrió con los pro-republicanos o los que cambiaron de nacionalidad en los meses previos a la Guerra del Pacífico para salvaguardar sus bienes y propiedades. Por ello, olvidando los cadáveres sin identificar, se pueden añadir a la cifra de Pérez de Olaguer otros cien o ciento veinte muertos que se sentían y eran considerados como españoles, teniendo en cuenta que las cédulas de nacionalidad bajaron un 50% desde el comienzo de la Guerra Civil, aunque esa disminución fue más agudizada en las provincias que en Manila. El número de mestizos, cuarterones y demás filipinos con ascendencia española se calculaba cercano al medio millón, seguramente con exceso, pero varios miles de ellos murieron en la batalla; de hecho, la mayoría de las memorias de esos días fueron escritas en español.

La culpa indiscutible de la masacre recae en los soldados japoneses. Pero debe remarcarse que el mediático general Douglas MacArthur no dejó escapatoria a las tropas de la Marina japonesa (aunque no está claro si sus mandos hubieran decidido replegarse a las montañas), y ordenó bombardeos que demolieron la bella arquitectura colonial hispana, entonces emblema de Filipinas.


Silencio y Olvido

Lo más inexplicable, sin embargo, fue la escasa repercusión en España. Franco planeó declarar la guerra a Japón tras conocer las masacres. Pero, al arreciar una campaña de Washington contra el cónsul en Manila -un falangista beligerantementeantinorteamericano que cometió actos pro-japoneses-, corrió un velo sobre ello. Se dio la paradoja de que ese año se estrenó en España el film Los Últimos de Filipinas, de Antonio Román, que exalta la resistencia de los españoles refugiados en la iglesia de Baler al mando de un iluso. El popular film contenía escenas de soldados estadounidenses que los intentaban ayudar, en sintonía con las necesidades del régimen.

Hoy, el recuerdo de la célebre película ensombrece el de los verdaderos últimos de Filipinas, cuyo olvido debería ser reparado par evitar su segunda muerte.

FUENTE: florentinorodao.com

1 comentario:

  1. Aprovechando la II Guerra Mundial para bombardear a lo que quedaba de la población hispana, tras el genocidio de principios de siglo.

    Después de que el ejercito de MacArthur destruyera casi toda Manila y en especial su ensañamiento en Intramuros, corazón y alma hispano filipina de la ciudad, le dijo al entonces presidente de las Islas Filipinas Sergio Osmeña:

    - Mister Osmeña I apologize to destroy the city of Manila and Intramuros but... "Now that the city lays in ruin, you can pursue a national rebuilding/re-awakening without these monuments that may blind you in your search for your true national identity. You can start all over Again."

    Traducción al español:

    - «Señor Osmeña pido disculpas por destruir la ciudad de Manila y Intramuros pero...
    Ahora que la ciudad está en ruinas, se puede hacer una reconstrucción o resurgimiento nacional sin estos monumentos que pueden cegar en su búsqueda de su verdadera identidad nacional. Usted puede empezar todo de nuevo »
    .

    Así comenzó lo que se conoce como el "barrido de la Plaza de Manila" y su destrucción definitiva, acabando con edificios de más de 300 años de antigüedad de la Perla hispana de las Islas Filipinas

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