Monumento a Vara de Rey. Paseo Vara de Rey, Ibiza
-"Quedé especialmente impresionado, al igual que todos los demás, por la magnífica defensa de El Caney por parte de su guarnición, cuyo mando ostentaba el general Vara de Rey, que tan heroicamente sacrificó su vida, manteniéndose en su puesto contra un enemigo diez o doce veces superior en número y apoyado con artillería, durante más de diez horas de repetidos ataques..."
Teniente Wright, US Army
La Brigada de Chaffee ataca el fuerte del Viso
1 de julio de 1898. El general estadounidense William Rufus Shafter, al mando del 5ª Cuerpo de Ejército Expedicionario de los EEUU ultima sus preparativos para tratar de tomar Santiago de Cuba. El ataque principal vendría en un sitio estratégico, las Lomas de San Juan, pero durante su planteamiento alguien le comenta la posibilidad de ser flanqueado por los efectivos españoles atrincherados cerca del pequeño pueblo de El Caney. Nada serio, en cualquier caso, pero incómodo para sus planes. Su subordinado, el valeroso general H. W. Lawton, se ofrece voluntario a Shafter para tomar el fuerte del Viso, en las afueras de El Caney: "El general Chaffee ha reconocido la zona estos días. Son aproximadamente 550 hombres, sin ametralladoras ni artillería... Será rápido, en cuanto empiece el ataque los españoles huirán o se rendirán. Tardaremos dos horas, a lo sumo...", propone Lawton, que dispone a sus cerca de 7.000 hombres y su artillería expedicionaria para el ataque.
El mando en el fuerte de El Viso recae sobre el ibicenco Joaquín Vara de Rey, veterano de las rebeliones cantonales, de las guerras carlistas, fogueado en diversas refriegas contra mambíses y tagalos en Cuba y Filipinas respectivamente... Un humilde, serio, abnegado y valeroso militar, con el "culo pelado" en la guerra, miembro de una familia con larga tradición castrense. Bajo su mando, mantiene -a pesar de todo- la moral alta de sus apenas 500 hombres mas un puñado de voluntarios, hombres que llevan 10 meses de paga pendientes, que son alimentados diariamente con un mísero puñado de arroz hervido, un poco de aceite, café y aguardiente desde hace tiempo. No hacía mucho, había ordenado un pedido -no atendido- de alpargatas para sus hombres, cuyo calzado y uniformes se encontraban ya en estado deplorable. La falta de medios y la precariedad eran una constante en las tropas españolas de Cuba y Filipinas.
Había también dos obsoletas piezas de bronce Krupp tipo "Plasencia"... sin munición. Vara de Rey sabe que no tiene ninguna oportunidad ante el ataque estadounidense, que la posición es indefendible ante un ataque artillero, pero plantea la defensa como si realmente la hubiera: hace del pueblo de El Caney un fortín; establece barricadas y trincheras por todas partes, disponiendo una primera línea de defensa en el viejo fuerte de piedra de El Viso y sus seis blocaos (pequeños fortines de madera) alrededor, y una segunda línea de barricadas y trincheras en el mismo pueblo, en forma de pentágono.
El ataque comienza de madrugada, a las 06:30h, con tres brigadas y una batería estadounidenses machacando las exiguas defensas españolas. A las 07:00h, una vez que comienzan las oleadas de asaltos de la infantería estadounidense, estos son repelidos sistemáticamente una y otra vez por los ordenados españoles, parapetados en los blocaos y las trincheras de tipo "carlista" (al contrario que las trincheras tradicionales, la arena desalojada en su construcción se esparce en la parte de detrás, en lugar de amontonarla en la de delante, lo que las hace muy difíciles de ubicar desde el frente), desde donde los españoles apuran los 150 cartuchos por cabeza de que disponen. Los españoles seleccionan con cuidado sus objetivos y aprovechan la munición al máximo. Sus fusiles Mauser son la excepción, lo único que supera al material enemigo en calidad: fusiles precisos y fiables, que no levantan nubes de pólvora negra tras cada disparo, todo lo contrario a los anticuados Springfield americanos, de uso mayoritario entre estos últimos, que telegrafían peligrosamente la posición de sus usuarios desde la distancia.
Las bajas estadounidenses arrecian. Las dificultades son mucho mayores de las esperadas. Lawton se impacienta, esperaba haber tomado El Caney a las 08:00h y su jefe, Shafter, que contaba con esos 7.000 hombres en Las Lomas, se enfada...
Vara de Rey dirige el combate con calma, dando ejemplo a sus hombres y transmitiéndoles su cuajo, sin esconderse ante la lluvia de balas y fuego artillero. Lo hace con la determinación de quien no tiene nada que perder. Comanda la defensa con su sable en la mano, a lomos de su caballo, hasta que es herido, primero en una pierna y luego en la otra, durante la refriega.
A lo largo del combate ha sentido un dolor mayor que el de sus malheridas piernas: ha visto morir a su sobrino, el teniente Alfredo Vara de Rey, y también ha visto caer con un disparo en el vientre a su hermano Antonio (que fallecería pocos días después). Pero a pesar de todo, Vara de Rey no pierde los nervios y continúa dirigiendo con sangre fría a sus hombres.
Pasa el tiempo. Los estadounidenses avanzan, reponiendo sus bajas. El 22º Regimiento de Massachussets ha sido llevado a retaguardia ante el tremendo número de bajas que los hombres de Vara de Rey les han infringido. La Brigada de Chaffee ha conseguido no sin esfuerzo apostar sus cuatro ametralladoras Gatling, que junto con las piezas de artillería causan ahora estragos y abren por fin una brecha en la defensa del fuerte del Viso. Las trincheras españolas se llenan de heridos, de muertos, pero en este caso no existe la posibilidad de conseguir refuerzos.
La situación empieza a ser desesperada: el Viso ha caído en manos de la Brigada de Chaffee, que ha apostado su artillería en dicha posición elevada, privilegiada, y uno tras otro han ido cayendo los seis blocaos. Ahora la defensa se centra en la encarnizada lucha casa por casa en las trincheras del pueblo de El Caney. A estas horas, Vara de Rey podría haberse rendido, pero decide seguir dirigiendo la defensa, solo que ahora lo hace desde una camilla, conducida por dos de sus hombres, que le llevan y le traen de un sitio a otro, a su petición. Cuando las bajas han mermado tanto la defensa que ya no queda otra salida y la pérdida de sangre le debilita, Vara de Rey ordena a sus hombres retirarse ordenadamente hacia Santiago de Cuba dirigiendo el grupo de los heridos. El general detiene a veces la retirada para que se responda con fuego al acoso continuo de los americanos ante su avance. En una de estas pausas para hacer fuego, a la vez que grita de nuevo "¡Fuego muchachos!", el grupo es alcanzado por una ráfaga, efectuada por los hombres del diezmado 22º Regimiento de Massachussets, ahora en la retaguardia. Muchos heridos, camilleros y acémilas cargadas de heridos caen muertos, quedando atrás el cuerpo inerte del general, mientras la columna prosigue su retirada. En El Caney no se haría ni un solo prisionero que no estuviese herido.
Mientras, otra columna española al mando del segundo al mando, el coronel Puñet, ha conseguido retirarse a salvo con un centenar de hombres hasta Santiago de Cuba, siguiendo una ruta que no conocían los hombres de Lawton. Ha aprovechado que el fuego enemigo se concentraba en la columna de heridos de Vara de Rey para conseguirlo.
"... El valor de los españoles es magnífico. Mientras las granadas estallaban en la aldea o explotaban contra el fuerte de piedra, mientras la granizada de plomo barría las trincheras buscando cada aspillera, cada grieta, cada esquina, los soldados de ese incomparable Vara de Rey, tranquila y deliberadamente, continuaron durante horas alzándose en sus trincheras y arrojando descarga tras descarga contra los atacantes americanos. Su número decrecía y decrecía, sus trincheras se llenaban de muertos y heridos, pero con una determinación y un valor más allá de todo elogio, resistieron los ataques y, durante casi doce horas, mantuvieron a raya en inferioridad de diez a uno, a unas tropas americanas tan valientes como nunca recorrieron un campo de batalla...".
Sargento Mayor Herbert Howland, veterano de El Caney en su libro "The campaign of Santiago de Cuba"
Finalmente, las dos horas que Lawton había considerado suficientes se habían convertido en diez. Había subestimado a Vara de Rey y a sus hombres. Las bajas, sumando muertos y heridos, serían tremendas en ambos bandos y la división de Lawton, contra todo pronóstico, había tenido que pedir refuerzos, habiendo sido detenida el tiempo suficiente como para que no pudiera reforzar el flanco de Shafter en las Lomas de San Juan.
"Después de la retirada del general Vara de Rey y de la toma del fuerte, que fue el que más resistencia hizo, los americanos se retiraron sin siquiera entrar en el pueblo; sólo quedó la Cruz Roja recogiendo a los soldados americanos heridos, y diez o doce soldados del 8º Regimiento custodiando a los prisioneros y heridos españoles del fuerte, e igual número del 22º de Massachussets en las sabanas al oeste de El Caney, por donde pretendió retirarse Vara de Rey, donde también quedaron custodiados 20 oficiales y soldados españoles, todos ellos heridos. De la muerte de Vara de Rey nada se supo aquella noche.
Al día siguiente, armado de mi inseparable cámara fotográfica, salí muy temprano para El Caney con el propósito de tomar algunas vistas fotográficas del pueblo. Cerca de unos matorrales, vi un grupo de cadáveres: seis hombres, tres caballos y una mula. En el centro, había un hombre de barba canosa, boca arriba, sin sombrero y sin armas. (...) Al aproximarme a este grupo, volaron algunas auras (una especie de buitre) que ya habían comenzado su festín, pero una, más atrevida que las demás, quedó picoteando las órbitas, aún abiertas, del general Vara de Rey. Aquel cuadro me pareció que pintaba gráficamente los horrores de la guerra, detuve mi caballo y, sin apearme de él para no espantar el pájaro, saqué una instantánea de aquel triste espectáculo, cuya fotografía fue enviada aquella misma noche a Nueva York, y publicada en el "Journal". (...)
Entre los oficiales estaba el capitán Romero, comandante militar del Caney, herido en el pecho; el hermano de Vara de Rey, en el vientre, muy grave (murió a los pocos días) y varios otros cuyos nombres no recuerdo. El capitán Romero, a quien después visité en el hospital de Santiago, y que más tarde vi embarcarse para España ya fuera de peligro, puede ser testigo de todo lo que voy a repetir. Manifestó que él cayó herido cerca del general Vara de Rey.(...)
Del sargento Cunningham conseguí los detalles de como había sucumbido heroicamente el pequeño grupo que acompañaba al general Vara de Rey: al verse copados por el 22º Regimiento de Massachussets, habían preferido morir peleando antes que rendirse. Allí no se hizo un solo prisionero que no estuviese herido.
Al día siguiente, volví a visitar El Caney, y viendo el gran número de cadáveres que en sus alrededores aún permanecían insepultos, les indiqué a los moradores que no solamente por humanidad, sino por la salud de ellos mismos, debían enterrarlos. Los más cercanos recibieron sepultura en las trincheras de los fuertes, que hacía poco habían defendido con tanto vigor, y los más distantes a la población, como el del general Vara de Rey y otros, en el sitio en que cayeron. (...)
Estaba en el pueblo del Caney aquel día, oí gran fuego de fusilería en dirección a Santiago y como los corresponsales de guerra teníamos que andar siempre a caza de nuevos sucesos, abandoné el ya pacificado y abatido pueblecito de El Caney. Volví a pasar por el sitio en que aún permanecían el general Vara de Rey y sus compañeros. Las auras, en mucho mayor número, estaban concluyendo su festín. Aquel cuadro era realmente triste y recuerdo que el hecho de ver abandonado a un valiente general español sobre el suelo de Cuba y a merced de las aves, fue para mi presagio tremendo de como quedaría pronto abatido y en ruinas el poder secular de España en América."
Honoré François Lainé, periodista y corresponsal de guerra del Journal de Nueva York.
Días más tarde, el general Vara de Rey sería exhumado, su cadáver repatriado a España, donde sería definitivamente enterrado con honores en el cementerio madrileño de la Almudena, y condecorado de manera póstuma con la Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración española al valor en combate, a nivel personal. También fue concedida la Laureada Colectiva al 1º Batallón del Regimiento Constitución Núm. 29, al que pertenecían sus hombres.
Se da la circunstancia de que la familia Vara de Rey es la más laureada de nuestra historia militar. Hasta cinco miembros de esta familia han sido galardonados con esta condecoración al valor , en diversos conflictos: Joaquín Vara de Rey y Laget (1782-1856); Joaquín Vara de Rey y Calderón de la Barca (1816-1876); Joaquín Vara de Rey y Rubio (1841-1898); Carlos Martínez-Vara de Rey y Córdoba de Benavente (1901-1959) y Miguel Martínez-Vara de Rey Córdoba. Así mismo, hasta nueve miembros de esta familia han caído en combate.
Dos monumentos de suscripción popular le brindan recuerdo, uno en Madrid, el otro en su Ibiza natal.
Descanse en paz pues, uno de los grandes de nuestra historia, don Joaquín Vara de Rey.
FUENTE:ordendbatalla.blogspot.com.es
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