El sitio de Manila, es muy poco conocido de la guerra hispano-americana. Este voluntario; Juan Jose Toral, escribio su diario de lo que fue, os dejamos unos apuntes.
Estalla la guerra hispano-americana. La flota norteamericana sale de Hong Kong y bate el 1 de mayo de 1898 el muestrario de viejos barcos españoles en Cavite. bastante antes del desastre de Cervera en Santiago de Cuba (la flota de Cervera fue destruida dos meses después), lo que hubiera podido aconsejar al Gobierno español con respecto a la escuadra de Cervera. En Cavite murieron 58 marinos y hubo 236 heridos. Los norteamericanos tuvieron, en éste y posteriores combates, 25 muertos y 50 heridos. Poco se sabe de la guerra en Filipinas, salvo de Baler y del combate naval de Cavite. Pero esta guerra fue, no sólo más larga, sino también muy cruenta. El sitio de Manila por parte del ejército de los Estados Unidos duró ciento cinco días. Componen el ejército sitiador 8.500 norteamericanos y 12.000 filipinos. Una de las brigadas la manda Mc Artur (su hijo, el otro Mc Artur de la Segunda Guerra Mundial, tenía por entonces doce años). Manila se rinde, agotados los recursos, el día 13 de agosto de 1898. El sitio ha costado 49 muertos, 350 heridos y 186 desaparecidos. Los sitiadores, 14 muertos y 60 heridos. Nuestra presencia en las Filipinas había terminado. Nuestra presencia colonizadora, mas no la de aquellos hombres que tenían que regresar a España. Cuando capituló Manila, se supo que el día anterior, el 12 de agosto se había firmado el protocolo de Washington que sancionaba el armisticio, prólogo de las conversaciones de paz. Esto explica la negativa norteamericana al General Jáudenes, defensor de Manila, para poder consultar con Madrid (a través de Hong Kong) un armisticio que, de haberlo hecho, hubiera evitado a la ciudad los desastres del asalto final. Pero los norteamericanos querían estar en las mejores condiciones para después sacar «tajada» en las futuras negociaciones. Un escritor noteamericano ha escrito que «una ciudad ha sido ganada por el ejército norteamericano y el resto del país por los insurgentes». No se equivocaba. Sin embargo, la rendición de la isla de Luzón, donde está Manila, no acaba con la guerra de Filipinas. Las guarniciones españolas estaban diseminadas por todo el archipiélago. En la isla de Mindanao, el General Ríos había organizado, al principio de la guerra hispano-americana, unas columnas para someter a los tagalos de Cebú y de las Visayas, donde las pequeñas guarniciones estaban formadas por pequeños destacamentos de Infantería de Marina. Sometió esta parte del archipiélago, y una vez rendida Manila, esperó en Panay (lloilo) los acontecimientos. Y durante algún tiempo, ya rendida la capital, mantuvo el pabellón español en Mindanao, Negros, Concepción y Cebú. Enterado de la cesión de Filipinas a los Estados Unidos, se mantuvo algún tiempo en Iloilo (Visayas) hasta que cumpliendo órdenes del Gobierno abandona las Visayas, Paragua (Palawan) y el norte de Mindanao, no dejando tras de si ni hombres ni material utilizable. Marcha a Manila y deja el mando al General Montero. En Manila consigue de Aguinaldo la liberación de todos los civiles españoles y de los militares enfermos en los hospitales. Y da órdenes al Comandante Génova para que se introduzca en territorio tagalo y procure la liberación de algunos españoles prisioneros de las partidas indígenas. Mientras tanto, los «moros» atacan por sorpresa al General Montero, que muere. Parte a Zamboanga el General Ríos, que rechaza la ayuda del ejército norteamericano, derrota a los tagalos, y somete a su autoridad aquella parte del archipiélago filipino. Podría decirse que les saca las castañas del fuego a los vencedores, porque, lógicamente, poco después ha de hacer entrega de Mindanao, una vez pacificada la isla, al ejército norteamericano. Después, embarca a sus tropas en el vapor ~<LeónXIII» y se repliega a Manila, donde embarcan el 3 de julio.
Este barco repatriaría 1.600 hombres.
Pero aún quedan en Filipinas muchos soldados por repatriar, algunas tropas
al mando del Generai Jaramillo y muchos prisioneros de los tagalos, que
la desidia y hasta el desinterés del Gobierno, mezclado con imposiciones y
trabas norteamericanas, ya en guerra con sus «liberados», hacen que la liberación
de estos españoles se realice muy lentamente.
Unos 8.000 españoles habían caído prisioneros de los filipinos de Aguinaldo.
Este había capturado en Cavite 1.600, y el muestrario de pequeñas guarniciones
y puestos aislados había entregado sus armas, al conocer la noticia del
fin de la guerra, a las partidasinsurgentes. Muchos se enteraron con gran retraso.
Volvamos a recordar otra vez a Baler, que se rindió cuando la guerra
había concluido hacia casi un año. Estos prisioneros sufrieron más o menos
las penurias del cautiverio según las circunstancias y el talante de sus captores.
En la isla de Luzón, de difícil orografía, los prisioneros se encontraban a
veces muy aislados y sin contacto con Manila, que era la esperanza de muchos
para poder conseguir la libertad. De hecho, muchos consiguieron llegar a
Manila donde se entregaron a las autoridades norteamericanas, que no ponían
obstáculos, ya que aquellos fugitivos podían dar interesantes informes de los
filipinos. Porque hay que tener en cuenta que existía un estado de guerra entre
«liberadores» y «liberados». La guerra entre los Estados Unidos y Filipinas
estalló el 4 de febrero de 1899, y duró hasta el II de septiembre dc 1902. Esta
guerra vino a aumentar las dificultades para la liberación de nuestros prisioneros.
Esta situación, no sólo vino a anular el decreto de Aguinaldo sobre la liberación
de civiles y militares enfermos, sino que interrumpió el escaso flujo de
dinero y recursos que se enviaba, como se podía, a algunos núcleos de prisioneros
para aliviar su desgracia. Los norteamericanos no querían que estos recursos
fueran a parar a manos de sus enemigos actuales. A finales del año
1898, el número de prisioneros españoles en manos de las tropas de Aguinaldo
era de 7.500. La vida de estos prisioneros variaba según los recursos de la
provincia o, como ya se ha dicho, el talante de sus captores. En algunos casos,
los rendidos en Tarlac, pueden ir a cualquier parte de la isla de Luzón ocupada
por los filipinos. Algunos se van a San Fernando de Pampanga donde los
recursos para sobrevivir eran mayores. No acertaron porque el jefe insurrecto
Mascardo les limité de forma drástica sus movimientos. Los que se quedaron
en Tarlac vivieron en mejores condiciones. Sin embargo, hay que decir que
los soldados enfermos fueron muy bien atendidos en el Hospital de San Fernando
de Pampanga.
FUENTE: Jesus Flores Thies
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